El nuevo curso escolar

Cambio unidireccional incompleto

Teresa Crespo

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En el debate sobre el nuevo calendario escolar se cuestionan, entre otras cosas, el adelanto del inicio del curso, el fin del horario intensivo en junio y la introducción de una semana de vacaciones en febrero. Los cambios afectan a colectivos -alumnos y sus familias, maestros y servicios de actividades extraescolares- cuyos intereses no coinciden.

La reflexión que aportamos desde el ámbito social no procede de la experiencia directamente escolar, sino de la atención que se presta a las familias mediante servicios de apoyo y actividades complementarias. Nuestra constatación es que resulta fundamental crear espacios en los que el niño se sienta protegido y amado, donde pueda desarrollarse como persona, y el elemento por excelencia en el que deberían darse esas condiciones es la familia. Ante el nuevo calendario, nos preguntamos si los cambios favorecen

-o, por el contrario, dificultan- dicha posibilidad.

Si las empresas permiten que sus trabajadores adapten sus vacaciones a las de sus hijos, o como mínimo flexibilicen sus horarios, el nuevo calendario puede ser una buena oportunidad para potenciar un estilo de convivencia familiar en el que padres e hijos compartan más tiempo de descanso, ocio y actividades culturales. Al margen de lo que ofrezca el sector lúdico-educativo, la familia es la célula básica e insustituible de convivencia, afecto y aprendizaje a lo largo de la vida, por lo que la sociedad debería promover la generación de espacios de relación y comunicación entre sus miembros.

Si no se aplican políticas integrales que incluyan formas innovadoras de armonizar el mundo laboral con el escolar y el del ocio, los cambios del calendario lectivo se convierten en un problema añadido para las familias que no disponen de servicios específicos para cubrir el nuevo tiempo libre. Aun en el caso de que se organicen dichos servicios, muchas familias no tienen recursos económicos para incrementar el gasto relacionado con la atención a los hijos, y difícilmente hallarán solución al problema.

Los horarios laborales y escolares deben conciliarse. Las medidas actuales no son lo suficientemente valientes como para resolver la asincronía existente en nuestra sociedad. Sin políticas integrales, en lugar de potenciar espacios óptimos para el desarrollo de los niños, la problemática de fondo se dispersa en debates parciales, pero ni se afronta, ni se resuelve.

Por otra parte, aunque no nos hemos adaptado al conjunto de Europa -los condicionamientos de nuestro clima caluroso no pueden soslayarse-, las modificaciones son una pequeña aproximación a la norma general. Habría que considerar, sin embargo, otras propuestas que generasen un verdadero cambio social: además de la armonización, servicios de soporte a la familia y una buena oferta de bibliotecas, ludotecas y centros abiertos similares. Empezamos a tenerlos, pero deberían funcionar con normalidad y de forma generalizada; todavía no tienen un carácter universal, accesible a toda la población, como sería deseable y sucede en otros países.

Los niveles educativos son preocupantes, especialmente las tasas de abandono y fracaso escolar. El ámbito educativo debe modificar algunas cuestiones, pero la responsabilidad es compartida y hay que aplicar medidas que contribuyan a que la familia realice su función. Es esencial que la acción sea conjunta y coordinada; la mirada debe ser integral, al niño y a su contexto. Las políticas tienen que articularse desde los distintos ámbitos que conforman la vida de las personas. Solo así entenderemos las modificaciones que hoy se proponen.