La brecha entre ricos y pobres se dispara en todo el mundo

Un hombre pide limosna a la puerta de un supermercado de Barcelona.

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AGUSTÍ SALA
BARCELONA

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si Bill Gates, uno de los hombres más ricos del mundo, se gastara un millón de dólares (780.000 euros) al día necesitaría 218 años para acabar con su fortuna. Pero, en realidad, nunca se quedaría sin dinero: incluso con un rendimiento modesto por su fortuna del 2% ganaría 4,2 millones de dólares (unos 3,3 millones de euros) al día solo en intereses. Es el cálculo que ha hecho la oenegé  Oxfam Intermón en su último informe Iguales, en el que denuncia el crecimiento de la desigualdad extrema, no tanto entre países -el proceso de globalización ha propiciado el crecimiento de las economías emergentes, especialmente China- como dentro de los países.

«Siete de cada diez personas viven en un país donde la desigualdad entre ricos y pobres es mayor ahora que hace 30 años», afirma el análisis. De todas formas, el desajuste se esparce en todas direcciones y más que nunca, y en consecuencia también los países ricos incrementan su riqueza y los pobres la reducen. La brecha no deja de crecer.

El estudio, que coincide con una campaña a escala mundial contra la desigualdad extrema y que se presenta a la vez en 50 países, cuenta con el aval de personalidades como el nobel de Economía Joseph Stiglitz; el director del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia, Jeffrey Sachs, y el antiguo secretario general de la ONU y presidente de Africa Progress Panel, Kofi Annan, entre otros. En el mismo se demuestra que, en términos de riqueza individual, las diferencias aún son mayores, como refleja el caso del fundador de Microsoft, Bill Gates.

RICOS CADA VEZ MÁS RICOS / «Oxfam ha calculado que, en el 2014, las 85 personas más ricas del planeta poseían la misma riqueza que la mitad más pobre de la humanidad», explica. Y además, esa élite vio como aumentaba su patrimonio entre marzo del 2013 y marzo del 2014 en 688 millones de dólares diarios (541 millones de euros) y, en términos relativos, el 14%. Y no es solo un tema de países ricos. También en los pobres o emergentes los ricos ven crecer sus fortunas mucho más que los pobres sus ingresos. Por ejemplo, en el África subsahariana hay en la actualidad 16 milmillonarios que conviven con 358 millones de personas en situación de pobreza extrema.

El informe destaca que la desigualdad no es un mal necesario para el progreso, como se sostiene desde algunos  ámbitos, sino una traba. «En los países donde la desigualdad económica es extrema, el crecimiento no es tan duradero y el crecimiento futuro se ve debilitado», afirma. Y además se extiende a todos los ámbitos y perjudica a un colectivo más que a otro. Por ejemplo, a las mujeres. «Existe un estrecho vínculo -dice el estudio- «entre la desigualdad de género y la desigualdad económica».

También se destruye la cohesión social y la igualdad de oportunidades. «En países donde la desigualdad es extrema, lo cierto es que la mayoría de los ricos serán sustituidos por sus hijos en la jerarquía económica, al igual que los hijos de los pobres ocuparán el lugar de sus padres, independientemente de sus capacidades o de lo mucho que trabajen».

ÉLITE DE EJECUTIVOS / Como denuncia el economista de moda Thomas Piketty, autor de El capital en el siglo XXI (Fondo de Cultura Económica, 2014); en las sociedades, además de los ricos y sus herederos, ha crecido una élite de ejecutivos con elevadas remuneraciones. Y ese es un factor que ha incidido en la brecha entre los que más ganan y los que menos y en la pérdida generalizada de peso de las rentas del trabajo a favor de las del capital  y los salarios estratosféricos. En el Reino Unido, los directivos de las 100 principales empresas ganaron 131 veces más que un empleado medio y, sin embargo, «solo 15 de estas compañías se han comprometido a pagar a sus empleados un salario digno», recuerda el estudio.

Además, según Oxfam Intermón, los sistemas tributarios no se han usado como herramienta de redistribución, sino que suelen ser regresivos en los países en desarrollo y rebajan, cuando no eliminan, el pago de impuestos a las grandes multinacionales y a los ciudadanos más ricos en los países avanzados, como se ha visto en casos como los de Google, Amazon o Apple. Para la oenegé, «el fundamentalismo de mercado» y «el secuestro democrático por parte de las élites» son los dos grandes males que los gobiernos deben combatir para acabar con la desigualdad extrema.