Bingo de L'Hospitalet

El lotero de la rambla de Just Oliveres descorcha una botella de cava.

El lotero de la rambla de Just Oliveres descorcha una botella de cava.

TONI SUST / BARCELONA

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Sin contar pedreas, terminaciones y aproximaciones, Catalunya ganó en la lotería de Navidad del 2013 30 millones de euros, solo el 8,5% de lo que había jugado. Este año las cosas le han ido algo mejor. L'Hospitalet, y un pedazo de Gavà, se llevan 155 millones, considerablemente repartidos, que ayer causaron lágrimas de alegría, descorche de botellas y gritos ante las cámaras. Lo habitual. Para Catalunya en total, los grandes premios suman 179 millones, el 48,5% de lo que arriesgó.

L'Hospitalet concentró las celebraciones, en algunos casos discretas, en otros desaforadas, en dos focos. Dicen fuentes municipales que nunca la lotería de Navidad había dejado tanto dinero en la segunda ciudad de Catalunya. Primero saltó la noticia de que parte del segundo premio, el 92.845, había recaído en la ciudad, en una administración de la rambla de Just Oliveras, que repartió 75 millones. Y poco después, la administración de lotería número 32 repartió íntegramente el 7.637, tercer premio: 80 millones. La propietaria, Clara del Arco asistió eufórica a las escenas de rigor. Los primeros en llegar fueron los periodistas en busca de gente festejando. Y después, con cuentagotas, algunos premiados, una veitena, que tocaban a menos de un décimo por cabeza.

No fue el primero en llegar, pero sí el más emocionado. Ricard encontró 16 llamadas perdidas en el móvil cuando estaba en su trabajo, en la Damm: «Me han dicho que me fuera». Alucinado, lloroso, llegó a la administración de lotería. Allí le esperaba su pareja, Irena, peluquera. Los abrazos fueron de un nivel 7 en la escala de Richter.

UN DÉCIMO POR JUGADOR

Llevaban un décimo, así que ganarán 50.000 euros, impuestos aparte, que se les llevarán un 20%, 10.000 euros, por delante. Casi todos lo que aparecieron individualmente o en grupo por Gran Via 2 como ganadores llevaban un décimo y por lo tanto se llevarán esa cantidad. Resulta penoso repetir la expresión, pero el premio quedó muy repartido. Aunque alguno habrá jugado más, porque si todos llevan un décimo, hay 1.600 premiados en L'Hospitalet.

Manuela y Pepi, hermanas, se abrazaban. Manuela, descompuesta; Pepi, más entera. Trabajan juntas y el jefe compró los décimos. La madre de las hermanas falleció el pasado día 17. Nada compensa eso, pero un premio es una alegría. En el comercio contiguo a la administración, un negocio de venta de complementos, jugaron un décimo entre ocho. Lo celebraban como si no hubiera mañana.

En la siguiente, de ropa, entre nueve. Dos de los afortunados empleados de la tienda de ropa eran Beatriz y Juan, de Madrid y Zaragoza, respectivamente. Tan solo llevaban tres meses en Catalunya. «Nunca habían comprado lotería», afirmó él sobre el comercio. Ambos, de aspecto marcadamente moderno, miraban con media sonrisa, como si les quedara lejos, al grupo que celebraba ante la administración de lotería. Un agente de seguridad que parecía contratado como actor iba deambulando entre la celebración, poniendo orden, aunque no había algarabía que reclamara actuación de las fuerzas del orden.

DESCORCHE POCO ESPONTÁNEO

Conviene subrayar que el descorche de botellas de cava es cada día más un fenómeno forzado en los días de la lotería. Porque se hace raro que el espumoso riegue una fiesta en la que hay 25 periodistas y un premiado. Los loteros con camisetas que indican que se ha recibido el premio constituyen también un punto de alegría que pide a gritos una revisión. Así que apenas se abrieron dos o tres botellas, solo se mojaron informadores y la discreción primó. Porque la inmensa mayoría no acudió a exhibir su suerte.

Otros no escondieron su sonrisa. No lo hizo Katy, navarra, de 51 años. Tiene hijos a los que ha subido sola, el marido se fue. Con sus 50.000 euros pagará el carnet de conducir a Tamara, entre otras cosas. «Soy una madre sola», explicaba Katy con cara de sentir que el premio tiene algo de justicia poética.

MARTÍ, HIJO DE ELENA

Elena tiene un hijo, Martí, que anteayer cumplió cinco meses y al que dedicará la parte que le toca de un décimo compartido con otros amigos, entre ellos una chica, su amiga, que pugnaba como podía para escabullirse y no salir en las fotos. «¡Coge el puente aéreo!», reclamaba por teléfono un taxista a su mujer, que se encontraba en Madrid, para que regesara rápidamente.

En el Carrefour de Gran Via 2 hay empleados que hacen aquello de jugar semanalmente a ver si toca. Esta vez tocó y la persona que lo hizo posible fue Marisa, una de las empleadas, que se encargó de elegir el número premiado. La verdad es que aunque los que vinieron no escondieron su alegría, vinieron muy pocos, y eso complicó la vida a Manel López, que llevaba puesta una sonrisa serena y afable. Trajeado, amable, lejos de la imagen de un tiburón de las finanzas sin corazón. López se presentó ante la afortunada administración de lotería a ofrecer una rentibilidad de 1,76% TAE a los premiados que quisieran ingresar sus premios en el banco Santander, entidad de la que es comercial. No tuvo suerte: «No he hecho ni un cliente».

Hombre previsor, no dio por perdida la operación y dejó un fajo de folletos bancarios a la responsable de la administración lotera para que los entregue a otros premiados que, sin duda, irán apareciendo en cuanto no queden ojos para vigilarlos.

Sin duda, se cumple con creces el tópico de que la lotería servirá este año para ayudar a mucha gente que está en crisis. Pero no tanto por que haya mucha lotería, sino porque hay mucha crisis.