Becas de miseria

Manifestación de estudiantes contra los recortes del ministerio.

Manifestación de estudiantes contra los recortes del ministerio.

MARÍA JESÚS IBÁÑEZ / BARCELONA

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Con una dotación presupuestaria más bien modesta, una reducida variedad de oferta y poco transparente. El actual sistema español de becas estudiantiles y de ayudas a la formación no solo es pobre (desde el 2009 su presupuesto ha caído en global el 29%), también es ineficaz, y este es quizás el peor reproche que se le puede hacer, a la hora de garantizar la equidad social. «Para situarnos en el nivel medio de la Unión Europea, sería necesario que el presupuesto, tanto el del Gobierno central como el de la Generalitat, se duplicara», reclama el sociólogo Xavier Martínez-Celorrio, profesor de la Universitat de Barcelona y autor del informe 'Las becas a examen', presentado ayer por la Fundación Jaume Bofill.

El estudio refleja un modelo de becas que apenas se ha transformado desde 1985, pese a las varias reformas que ha habido desde entonces. En Catalunya, pese a que en el ámbito universitario cubre a un 30% de los estudiantes (gracias a las becas de equidad de la Generalitat, que se nutren, a su vez, de la fuerte subida de tasas de matrícula de hace tres años), solo atiende a un exiguo 8% de los alumnos de secundaria. Con este planteamiento, advierte Martínez-Celorrio, «las becas benefician más a las clases medias que a las bajas, lo que provoca que el sistema de ayudas, que debería ser una herramienta para fomentar la igualdad y la equidad, acabe provocando un distanciamiento entre clases».

Lejos de velar por la protección de los estudiantes más desfavorecidos, en plena crisis económica, entre el 2009 y el 2015, España ha recortado 575 millones de euros en becas, cuando, para ir bien y acercarse al 7,5% del producto interior bruto (PIB), la inversión debería ser de 1.925 millones de euros más que ahora. «No es cierto, como dice el ministro de Educación, José Ignacio Wert, que el importe que actualmente se destina a becas sea el mayor de la historia. Los datos le desmienten», sentencia el investigador de la UB.

LOS REPETIDORES, FUERA

La de las becas, añade, «ha sido la partida más castigada por las políticas de austeridad del Gobierno central». Un mecanismo que tiene como función garantizar la igualdad de oportunidades entre ricos y pobres, excluye a los repetidores, «donde el 53% de los alumnos son hijos de familias desfavorecidas», constata el autor del estudio de la Bofill.

Además, denuncia, el sistema no prevé la posibilidad de que los jóvenes de entre 18 y 24 años que abandonaron los estudios puedan disfrutar de una segunda oportunidad. El 79% de estos jóvenes son hijos de familias a las que les cuesta llegar a final de mes. Con un buen sistema de becas en la secundaria posobligatoria (bachillerato y formación profesional) se garantizaría que, efectivamente, la formación es un verdadero ascensor social. «En estos momentos, no está funcionando», lamenta.

Más allá de la inyección económica que supone para un estudiante recibir una beca educativa, el hecho de haber sido beneficiario de alguna de estas ayudas incrementa un 28% la posibilidad de graduarse en bachillerato o formación profesional, algo que ayuda a romper con la lógica aún establecida de la «herencia social, especialmente entre las clases bajas».

El sistema de becas «no está pensado para prevenir el fracaso escolar o el abandono prematuro en la ESO, el bachillerato o la formación profesional, ya que excluye al 32% de los estudiantes vulnerables de 12 a 24 años», concluye el estudio, en el que también ha colaborado la socióloga Claudia Vallvé.

CAMBIO DE MENTALIDAD

«Si las becas estuvieran bien concebidas, cubrirían los costes de oportunidad. Eso supone que, por ejemplo, se decidiera incluso que los estudiantes con pocos recursos recibieran unos ingresos económicos a cambio de seguir estudiando», indica Martínez-Celorrio. Por el contrario, tal y como están actualmente diseñadas las becas en secundaria, los jóvenes de familias en situación de riesgo «muy posiblemente volverán, en cuanto mejore la coyuntura económica, a preferir ponerse trabajar en lugar de invertir dinero en los estudios». Eso sí, advierte el sociólogo, «para que este sistema funcione, el alumno debe, como mínimo, aprobar el curso y, opcionalmente, podría prestar algún servicio a la comunidad. También se le debería realizar un seguimiento», agrega.

«El informe trata de iniciar un debate, una revolución que creemos necesaria», justifica, por su parte, Ismael Palacín, el director de la Jaume Bofill. «El primer paso quizás sería definir qué son las becas: ¿Una modalidad de caridad residual, como quiere dar a entender el ministro Wert, o son realmente una política educativa?», interroga Palacín. En su opinión, «se está avanzando hacia una revolución de las becas, sobre todo porque la formación cada vez se extiende más a lo largo de la vida y porque se amplía su ámbito, pasando de la escuela a otras actividades educativas, como las extraescolares».