Gente corriente

Aurel Bunda: "'¡Dios está con nosotros!', gritaba la gente en la calle"

El arcipreste de la iglesia ortodoxa rumana era un soldado cuando, hace 25 años, cayó Ceaucescu.

«'¡Dios está con nosotros!', gritaba la gente en la calle»_MEDIA_1

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GEMMA TRAMULLAS

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Hace un frío que pela en la zona de obras del futuro templo de San Jorge, en el barrio de Navas de Barcelona, donde nos ha citado el responsable de las 22 parroquias de la Iglesia ortodoxa rumana en Catalunya y Aragón. En diciembre de 1989, este sacerdote casado y con tres hijos vestía uniforme militar en lugar de sotana y fue testigo de la revolución que culminó con la ejecución de Nicolae Ceaucescu y su esposa, Elena, el día de Navidad. El soldado raso Aurel Bunda fue enviado a dialogar con la población civil y desde entonces no ha dejado de tender puentes. Ahora lo hace como encargado del templo que en el plazo de un año se convertirá, además de en un espacio litúrgico, en punto de encuentro entre la comunidad rumana de confesión ortodoxa y la población catalana.

-¿Dónde estaba usted por estas fechas hace 25 años?

-Haciendo el servicio militar obligatorio en Caransebes, a 70 kilómetros de Timisoara.

-¡Timisoara! ¡Allí empezó la revolución el 16 de diciembre!

-Recuerdo muy bien cada uno de aquellos días y noches. Al principio recibíamos órdenes confusas, pero finalmente a nuestra unidad le tocó custodiar los edificios públicos y las entradas y salidas de Caransebes. Nuestros mandos eligieron a un grupo de teólogos del que yo formaba parte para salir a la calle a dialogar con los manifestantes. Dijeron que nosotros estábamos más preparados para hablar con ellos y nos mandaron a negociar sin armas, ni protección.

-¿Tuvo miedo?

-No, ¿por qué?

-Al principio el Ejército arremetió contra los manifestantes. Hubo mucha violencia.

-Sí, sobre todo por parte de la temida Securitate, la policía secreta, en las grandes ciudades como  Timisoara y Bucarest. En las ciudades más pequeñas la gente que se manifestaba contra el régimen recibió muy bien a los soldados. No nos hicieron ningún daño, al contrario.

-¿Qué ocurrió en Caransebes?

-Imagínese una noche del mes de diciembre en Rumanía, cuando la temperatura desciende hasta los 25 grados bajo cero. Estábamos de guardia y las familias nos traían comida, té y vino caliente. Se creó una fraternidad. Los lazos que nos unieron aquellos días son tan fuertes que 25 años después sigo conservando la amistad con una de aquellas familias.

-¿Qué sentía usted frente a la revolución?

-Una gran alegría. Durante la década de 1980, Ceaucescu sumió a la población en una pobreza extrema para pagar la deuda del país. Solo un milagro podía terminar con aquel régimen brutal y megalómano. Y el milagro vino de Dios, porque en 1989 además de la revolución rumana también cayó el muro y se desintegró el bloque soviético. «¡Dios está con nosotros!», gritaba la gente en las calles de Bucarest.

-Los Ceaucescu fueron ejecutados el día de Navidad, mañana hará 25 años.

-Yo lo escuché por la radio. En un primer momento me hizo pensar, porque desde el punto de vista cristiano no se puede matar a nadie. ¿Y por qué precisamente el día de Navidad? ¿No podían haberlo hecho un día antes o un día después? Estamos ante la sabiduría de Dios; Él dejó que ocurriera así. Con el tiempo se sabrá todo.

-¿Qué quiere decir?

-Bueno, es algo... personal.

-¿Le importaría compartirlo? Se lo ruego.

-En el siglo XVIII se levantó un templo en Rumanía que tenía la siguiente inscripción en la fachada: Quien ose derribar este templo, será ejecutado el día de Navidad.

-Y Ceaucescu...

-Lo derribó, sí. ¿Quién puso esa inscripción? Tendrán que pasar otros 25 años para que todo salga a la luz.