Gente corriente

Àngel Iniesta: "Lo único que me interesa es una muerte digna"

Tiene casi 96 años, un pasado épico, una lucidez pasmosa y una granítica voluntad de poner punto final a su vida.

«Lo único que me interesa es una muerte digna»_MEDIA_1

«Lo único que me interesa es una muerte digna»_MEDIA_1

NÚRIA NAVARRO

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Ha llevado una vida desbordante. Àngel Iniesta (Barcelona, 1925) perteneció a la quinta del biberón, participó en la guerra civil «como vencido y como vencedor», estuvo a punto de ser fusilado, se casó tres veces, trabajó 30 años en mantenimiento de la fábrica Pegaso y hasta los 90 años fue al gimnasio a machacarse en la cinta de correr. Pero ya no quiere estar aquí. Ni un minuto más.

-¿Por qué quiere usted morir?

-El corazón me late lento, se me encharcan los pulmones, las piernas no me responden, me falta visión y no puedo leer libros, que siempre me gustaron más que las mujeres. Sé lo que me espera. Lo único que me interesa es una muerte digna. Lo único.

-No cree en Dios.

-Dejé de creer cuando mi padre, militar, me daba buenos sopapos por no ir a misa. 

-¿Algo le hará ilusión?

-¿A mi edad? Mis camaradas y amigos han muerto. Ya no puedo viajar ni jugar al billar. Dependo de una cuidadora, Daniela,  que es estupenda, y de las visitas de una nieta, M., que he recuperado hace solo tres años.

-¡Es un hombre lúcido!

-Por eso este año he intentado dos veces quitarme la vida. La primera el pasado abril, en el hospital, donde me ingresaron por una insuficiencia respiratoria. Vi que las enfermeras se habían dejado una caja de Orfidal y la escondí en la mesilla de noche. Pedí un vaso de agua y, cuando nadie estaba por mí, me las tomé todas. Los de la planta armaron un escándalo tremendo, estuve 24 durmiendo, pero desperté. Al poco tiempo me tomé dos blísters de diazepam y perdí el oremus. Me reanimaron, lo pasé fatal y sentí mucha rabia.

-Su nieta dice que es perseverante hasta el soborno. 

-Se refiere a que le dije a una cuidadora eventual que si me proporcionaba pastillas para largarme al otro barrio le daba 5.000 euros.

-Tras dos fracasos, quizá no deba seguir.

-Si veo una oportunidad, no me la perderé. He pensado en tirarme por el balcón, pero esa sería una muerte indigna. ¿Sabe qué pasa? Que el pudiente tiene derecho a la muerte digna. ¿Y los demás? Lo que me ocurre a mí les pasa a muchos ancianos. ¿Dónde está la libertad para poner tu punto final?

Cuenta su nieta, M., que le llevó pitando al psiquiatra para evaluar si su empeño era fruto de una depresión. Pero el experto no vio patología alguna y concluyó que tenía un razonamiento lógico. Simplemente no quiere estar más. De tal modo que M. llamó a la Associació Dret a Morir Dignament y una voluntaria ha ido a visitarle.

-Ahora que tanto piensa en el fin, ¿me cuenta cómo fue el principio?

-A los 11 años era botones en Telégrafos y aprendí el oficio. Los de Franco llegaron a Barcelona, me quitaron el uniforme republicano, me pusieron el nacional y entré en Madrid como vencedor. Estuvieron a punto de fusilarme por desertor. Como fue un error, pasé al batallón de transmisiones y no fui al frente. Estuve cuatro años en África sin pegar un tiro. Incluso en Marruecos tenía la bayoneta dispuesta a atravesar a un enemigo, pero le miré a los ojos y sentí tanta compasión que retiré el arma.

-Después de todo eso, ¿tuvo buena vida?

-He tenido malos y buenos ratos. Mi tercera esposa, que tenía 30 años menos que yo, murió hace dos años; tengo dos hijas a las que no veo y nietos que no conozco. La vida merece ser vivida si por el camino encuentras personas que valgan la pena. Pero estoy casi solo.

-¿Le queda algún sueño pendiente?

-Me gustaría morir sabiendo que Catalunya es independiente.

-Pues espere un poco, hombre.

-No sé... Oiga, ¿usted puede conseguirme barbitúricos?