Gente corriente

Ana Puiggrós: "Mi vida siempre ha sido dar a quien he podido"

Historiadora, viajera y amante de las motos. Fue profesora en un instituto del barrio de la Mina en años difíciles.

«Mi vida siempre ha sido dar a quien he podido»_MEDIA_1

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OLGA MERINO

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Hija de catalán y vasca, Ana Puiggrós Guerendiain (Barcelona, 1944) ejerció como profesora de Historia de alumnos de Formación Profesional en la Mina, en Sant Adrià de Besòs, durante casi 20 años. Tiempos difíciles y chavales en riesgo de exclusión.

-Fui muy feliz en la Mina, ¿sabe? Mire, allí costaba imponer la disciplina, pero acababas ganándotelos a fuerza de cariño. Era lo que necesitaban. Tantas vivencias…

-Lo imagino. Me acuerdo de una niña que tenía 10 hermanos, tres de los cuales se le habían muerto de sida a causa de la droga. De repente, en clase decía: «¡Ana, me ahogo!». Me la llevaba afuera e intentaba calmarla, y curiosamente los alumnos que se quedaban en el aula permanecían quietos como estatuas.

-Intuían lo que ocurría. Claro. También anécdotas simpáticas, como la de un chico que se empeñaba en invitar a toda la clase a desayunar. Descubrimos que había birlado una tira de los ciegos y le habían tocado dos millones de pesetas… Ah, ponga también que di clase al primer sacerdote gitano de Catalunya, Juan Muñoz.

-Pero usted procedía de otra clase social, de otro mundo. ¿Le costó adaptarse? Soy una todoterreno. Yo creo que en esta vida todo el mundo lo pasa bien y mal.

-Por supuesto. Algunos no entendían que presumiera de trabajar en la Mina. Mi padre, sí. Era una persona muy humana, médico traumatólogo, y sus pacientes lo adoraban… ¿Le he dicho que vivimos en Perú? Nos trasladamos allí cuando yo tenía 5 años.

-Cuente, cuente, por favor. Como era muy difícil salir adelante en plena posguerra con cuatro hijos, mi abuelo Puiggrós, que era industrial del textil y tenía muchísimo dinero -ahora ya no; se perdió todo-, le encomendó a mi padre que se marchara a Perú con la idea de montar un negocio de ganadería estabulada.

-¿Y? Al cabo de tres meses, mi abuelo escribió una carta a mi padre diciéndole: «Josep, arréglate como puedas porque no puedo mandarte ni una peseta».

-Vaya. ¿Qué pasó? El desbordamiento del Ter había inundado las fábricas de Ripoll y la colonia donde vivían los trabajadores. «Primero son los obreros -le decía en la carta-. Tú eres muy espabilado, ya te las ingeniarás».

-Y retomó la medicina. La necesidad aprieta. Con el tiempo pudo establecerse por su cuenta, pero créame que los tres primeros años fueron muy duros. Mamá nos daba carne de ballena.

-Salieron adelante. Mi padre luchó mucho y llegó a tener cafetales. Luego los perdimos por una jugarreta, pero ese es otro asunto... De vuelta de la selva, nos traía lianas, pieles de mono, unas mariposas increíbles.

-Guau. Algunas veces lo acompañé. Una vez cruzada la cordillera de los Andes, veías en picado la selva ahí abajo, sin transición. Era maravilloso. Viajábamos en una una pick-up con tablas para poder cruzar los ríos.

-Él le inculcó el placer del viaje. Los dos éramos culillo de mal asiento, sí. He viajado mucho. También heredé de mi padre la pasión por los caballos y las motos. Fui de las primeras mujeres en Barcelona en ir en moto; bueno, en mi Vespa. Regresamos cuando yo tenía 14 años.

-Una existencia plena, la suya. Mi vida siempre ha sido dar a quien he podido. Con un libro, jamás me aburro. Y soy muy de respetar la opinión de los demás.