Alberto Chicote: "En el mundo de la restauración hay mucho pillo"

Dice que tiene callo de usar el cuchillo. Y la lengua afilada de lanzar unos dardos que tienen hipnotizada a la audiencia de 'Pesadilla en la cocina' (La Sexta), el programa revelación de la temporada. Ha nacido un 'showman'

Alberto Chicote, preparado para salvar negocios al borde de la ruina en 'Pesadilla en la cocina'.

Alberto Chicote, preparado para salvar negocios al borde de la ruina en 'Pesadilla en la cocina'.

Por JUAN FERNÁNDEZ

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Alberto Chicote(1969), chef televisivo en 'Pesadilla en la cocina'. Hasta hace tres semanas era un cocinero autor solo conocido por los aficionados a la alta mesa. Ahora, un público que jamás ha pisado un cinco tenedores lo para a diario por la calle para jalearle las ocurrencias que le oyen soltar en la tele los jueves por la noche. La Sexta lo fichó para que adaptara 'Kitchen Nightmares' - el espacio que el chef Gordon Ramsay ha llevado hasta lo más alto en Reino Unido y EEUU gracias a las despiadadas auditorías que aplica a restaurantes en crisis - , pero la personalidad de Chicote ha acabado desbordando al propio programa. Los dos millones y medio de espectadores habituales de 'Pesadilla en la cocina' se han hecho adictos a sus hachazos verbales. Hay que tener su cuajo para espetarle a un hostelero que sus platos son «comida de perro», su cocina es «una pocilga» y su nevera «parece la matanza de Texas». Es el Risto Mejide de los fogones, el Mourinho de las cazuelas, puro espectáculo.

-¿Ha nacido una estrella?

-Me descojono cuando oigo que soy un presentador de la tele, porque yo sigo siendo un simple cocinero. A mí lo que me gusta es ponerme la chaquetilla y andar entre ollas, planchas y sartenes. Tengo callo en el dedo de usar el cuchillo, me gusta mi trabajo, y si he aceptado lo de la tele es porque sucede entre fogones y me permite mostrarme como soy, no porque haya cámaras delante o tenga que interpretar un personaje.

-Precisamente, su forma de expresarse ha causado impresión.

-A veces me preguntan por qué me muestro así de directo. Es que soy así. Los que me conocen saben que no exagero. Me gustan las cosas claras y a la cara, no andarme con rodeos ni medias tintas. Y para la misión que me han encomendado viene muy bien este carácter. Cuando le digo al dueño de un restaurante que su comida es una basura, no lo hago porque quiera ensañarme, sino porque él necesita que alguien se lo diga. Nos pasamos la vida sin que nadie nos avise de la realidad que tenemos delante. Pero sin conocer nuestros defectos, no hay manera de que los arreglemos.

-¿Ser así de directo le ha causado problemas en su vida?

-A veces. Lo que suele ocurrir es que la gente que no ve las cosas como yo acaba no queriendo estar a mi lado. Esto me ha generado algunas enemistades, pero qué le vamos a hacer, nadie es perfecto. Si yo contrato a un cocinero y una semana más tarde se va a su casa diciendo que soy un borde porque le he dicho 50 veces que así no se pica el cebollino, me parece bien, que se vaya; pero se lo digo porque, después de 50 veces, sigue picando el cebollino como no debe. Lo que no voy a hacer es ponerme un lazo y callarme porque a él le moleste que le diga la verdad.

-¿Le sienta mal que le digan que es un borde?

-No me considero un borde, pero tampoco soy un hombre de paños calientes. Más que borde, soy un tío claro. Salvando unos límites, evidentemente. Tampoco voy a insultar a nadie. Puedo decirte que eres un cerdo, pero eso no es un insulto, es una descripción. Si alguien viene a trabajar con la misma camisa una semana seguida, ese tío es un guarro. Y si no le gusta que se lo diga, se tendrá que joder, porque se lo voy a repetir hasta que se cambie de ropa. De todos modos, en la calle nadie me dice que parezca un hijo de puta. Al contrario, lo que más escucho es que tengo demasiada paciencia, porque los restaurantes que visito en el programa tienen tela.

-¿Qué se está encontrando?

-De todo. Desde sitios insalubres a locales que parecen zoológicos. A veces el problema no es el sitio, sino la mala cabeza de quien lo dirige. Hay mucho intrusismo en el mundo de la restauración, demasiado pillo que entra pensando que ha montado una mina de oro, pero desconoce el negocio. Peor que una cucaracha en una cocina es el hostelero que en pocos años es capaz de amasar una deuda de 300.000 euros que no podrá pagar si no cambia de rumbo. La cucaracha la quitas rápido, lo otro no.

-Para ellos no debe ser fácil escuchar lo que les dice.

-Al profesional de la restauración no le gusta que vengan a tocarle los fogones. Normalmente es gente dura, que ha trabajado mucho, se ha hecho a sí misma y suele llevar mal las críticas. Uno está preparado para que le digan que ha hecho mal lo que sabe que ha hecho mal, pero no otros asuntos en los que desconoce que mete la pata. Y ahí a veces sale la fiera.

-La cocina se ha popularizado tanto que ha acabado convertida en entretenimiento televisivo. ¿Se siente parte de esa ola?

-Sin duda. El éxito de este programa tiene que ver con la evolución que ha vivido la cocina en nuestra sociedad. Hace 10 años ninguna cadena se habría atrevido a poner en horario de máxima audiencia un programa de cocineros. Hoy sí. Y eso se lo debemos, entre otros, a gente como Arguiñano, un hombre que ha cambiado la forma de comer de este país. No conozco a ninguna madre que no haya intentado copiarle alguna receta suya en alguna ocasión. El paso que tocaba ahora era que los programas de cocina dejasen de ser exclusivamente didácticos para ser también puro entretenimiento.

-Usted dirigía dos restaurantes y ya no. ¿Eso no le resta autoridad para dar consejos?

-Que ya no trabaje en esos locales no merma mis conocimientos de cocina. Si Mark Knopfler abandonara mañana los escenarios para dar clases de guitarra, ¿dejaría de ser guitarrista?

-¿Su paso por este programa afecta a su imagen de cocinero de autor?

-No, porque los restaurantes a los que asesoro en la tele no tienen que ver con la cocina que hago. Esto no va de recetas, sino sobre cómo corregir errores para evitar la ruina de un local. De todos modos, mi plan sigue siendo el mismo que tenía antes de que me propusieran hacer este programa, que es montar un restaurante por mi cuenta.

-¿Y si ahora descubre que lo suyo es la tele?

-Cuando acabamos de grabar los primeros ocho capítulos, el resto del equipo me miró con cara de susto cuando dije: «¿Empezamos ya los ocho siguientes?». La tele me da un subidón enorme, lo mismo mañana me da la vena y me tiro al monte, pero hoy no pienso que vaya a seguir ese camino. ¿Qué voy a hacer? ¿Presentar un concurso? Lo veo tan raro como correr el Tour de Francia. A mí me gusta hablar de lo que entiendo, que es de sartenes, no de televisión.

-Por cierto, ¿qué suele ver en la tele?

-Los cocineros, por norma general, la vemos poco. Yo la uso solo para ver películas, documentales de historia y alguna serie. De los canales normales solo veo Salvados. Me encanta el tono que tiene ese programa.

-El día de su estreno televisivo, en Twitter se oyeron voces pidiendo que aplique sus hachazos al campo de la política. ¿Se imagina?

-Sí, algo he leído ¡Un Chicote en el Congreso! La gente es muy cachonda. Estoy seguro de que en el mundo de la política hay gente que dice las cosas claras como yo. La pena es que no se les oye, o directamente se les calla. Le respondo lo mismo que con la tele: no entiendo de política, me costaría hacerlo.

-Pero le cuesta poco montar el espectáculo. ¿Tiene algo de showman?

-Yo me voy a la cama cada noche contento de saber que soy un cocinero. De momento no me he visto el aura cuando me miro al espejo, ni siquiera con las luces apagadas. No se me ha puesto el cutis liso y sigo teniendo el pelo como alambres.

-A todo esto, ¿tiene claro por qué le propusieron a usted, y no a otros, mostrar los agujeros del sector hostelero con un látigo en la mano?

¿Oigo a mucha gente diciendo que imito muy bien a Gordon Ramsay, pero resulta que yo no soy actor, no sé imitar. Quiero pensar que quien me escogió pensó que tenía un perfil parecido al suyo. Lo cierto es que la primera vez que vi su programa, me dije: «Yo quiero hacer eso». Y aquí estoy.