Acoso escolar de baja intensidad

BULLYING

BULLYING / periodico

GUILLEM SÀNCHEZ / BADALONA

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Estamos en una clase de primero de Bachillerato. La profesora, con el libro abierto, se abre paso en un pasillo entre pupitres, asediado por mochilas y piernas de adolescentes: “…estos primeros carruajes tirados por caballos…”. En cuanto pronuncia esta última palabra, caballos, unas carcajadas resuenan en el aula. Y cuando se desvanecen, persiste una sonrisa cómplice debajo de muchas narices. Pero hay una alumna que en lugar de reír agacha la cabeza. Aparentemente no ha ocurrido nada, solo aparentemente. Aïda acaba de recibir otro dardo envenenado mientras trataba de tomar sus apuntes. Así de sibilino y cobarde puede ser el acoso escolar que sufren muchos alumnosacoso. Sin golpes, sin insultos gruesos: acoso de baja intensidad, pero igualmente doloroso.

Durante los dos años de Bachillerato, Aïda coincidió en clase con un pelotón de hostigadoras que no se cansaron de acosarla. Estaban de acuerdo en que ella no les gustaba y se coordinaron para modular la intensidad de un tormento que, sin episodios físicamente violentos o dramáticos, la fue desgastando.

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Eso era lo peor de su acoso, que sus enemigas medían sus palabras para que resultara difícil demostrar lo que ocurría en realidad. “Ni siquiera hacía falta que me nombraran, yo sabía que me estaban atacando a mí”, evoca Aïda, con 18 años.

Este juego sucio tan sutil, conjugado con el miedo de los quinceañeros a desafiar “la voz cantante” de los líderes de la pandilla, terminó de tejer la red que la atrapó. “Mis compañeros me decían que aquellas cosas no iban dirigidas a mí o que la solución pasaba por ignorarlos. Pero no era verdad, ninguna de las dos cosas”. Aïda está segura de que hay más jóvenes que sufren este 'bullying' subterráneo, sin humillaciones estridentes, dirigido por maltratadores de brocha fina.

LA HISTORIA DE AÏDA

Ella es esbelta y coqueta. No se cansa de jugar con una melena negra y ondulada que le cae hasta casi la cintura. Su forma de ser incomodaba a cuatro chicas del instituto Mare de Déu de l'Assumpció, en Badalona, que la bautizaron con varios apodos: “Caracaballo”, “Pelopony” y “modelo posturetis”.  

Cuenta cómo se creó su grupo de acosadoras. Tres de ellas habían sido en el pasado sus amigas íntimas, “las mejores”. Pero un “malentendido” hizo que se alejaran de Aïda. Trató de "arreglarlo" hablando con ellas, pero no funcionó. Ahora está segura de que aquel “malentendido” en realidad fue la excusa que exteriorizó otro motivo por el cual sintieron la necesidad de aislarla: “Me tenían envidia”. Con un banda que había sumado a sus tres examigas, comenzó el 'bullying'

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Hubo dos episodios en que la violencia abandonó el plano tangencial para atacar de frente. En el primero la llamaron “guarra” y en el segundo la empujaron tras soltarle: “me das asco”. Los profesores lo resolvieron con dos mediaciones. “Actuaron muy bien”, les defiende, “pero no sirvió de nada”. En ambos casos, “el centro acabó abriendo un expediente por 'bullying'”.

Aïda cursa ahora Educación Primaria en la Universitat Autónoma de Barcelona (UAB). Promete que estará especialmente pendiente de que en su clase no se den acorralamientos subrepticios como el que vivió ella en el instituto. No han dejado "secuelas" en su "autoestima". Pero bastan para convertir la clase en un sitio hostil al que se entra cada día más pendiente de no salir herido que de aprender

LOS PADRES

Las dudas que siembran estos maltratadores apuran incluso más a los padres del acosado. Sin una evidencia que atestigüe que existe el 'bullying', intervenir “es complicado porque no sabes si vas ayudar o a empeorar las cosas”. Miquel, el padre de Aïda, optó “por quitarle hierro al asunto”. “Yo intentaba que se centrara en los estudios y que llegara a la universidad cuanto antes”. Pero al terminar en el instituto, las redes sociales permitieron a sus acosadoras alcanzarla en su nueva vida.

Aïda los bloqueó en Whatsapp y en Facebook. Pero los dardos –virtuales- siguieron llegando. Tan tangenciales como los verbales. Por ejemplo, comentando una fotografía de Aïda con sus amigas. En un diálogo público, aparece el primer comentario: “La pelopony”. Un chico se interesa por el apodo “¿Por qué Pelopony? ¿Parece un caballo?”. Respuesta: “mmm si caballo bullin… mmmm CABALLOOOOO supermodelo”.

Si hoy sale a cara descubierta en EL PERIÓDICO es porque "una gota ha colmado el vaso". Este jueves, una de sus acosadoras le ha escrito a otra en Facebook: "Me hacen bullying pero voy d modelo posturetis feliz por la vida". Y debajo de esta frase ha colgado la carta de despedida del niño de 11 años que se quitó la vida el pasado mes de octubre en Madrid.

"No se pueden reir del bullying y menos a través de este niño. Esto no es normal y quiero decirles a todas las víctimas que tienen que contar qué está pasando".