La muerte digna

Dejar la vida a conciencia

La hija del barcelonés que practicó un suicidio asistido en Suiza relata que su padre decidió morir de forma meditada y racional pese a no ser un enfermo terminal

Nuria, de perfil, junto a miembros de la entidad Dret a Morir Dignament.

Nuria, de perfil, junto a miembros de la entidad Dret a Morir Dignament.

F. M.
BARCELONA

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El suicidio asistido que practicó Jordi, un barcelonés de 80 años, el pasado 18 de octubre en Suiza es un hecho excepcional por muchos motivos. Entre ellos, que no se trataba de un enfermo terminal.

Tal como relata Nuria, una de las dos hijas que ayudaron a Jordi a llevar a cabo su voluntad, la salud del hombre era mala desde hacía años («de muy joven tuvo una tuberculosis y se quedó sin un pulmón y con crisis respiratorias crónicas»), pero no decidió acabar con su vida porque creyera estar cerca de la muerte. «Estaba mal y últimamente le habían encontrado también una dolencia en el corazón que haría que su muerte fuese por ahogamiento, y él eso no lo quería. No estaba terminal... podría haber vivido así 10 años más».

El Código Penal suaviza el castigo a quien ayude al suicidio si la víctima sufre«una enfermedad grave que conduciría necesariamente a su muerte, o que produjera graves padecimientos permanentes y difíciles de soportar». Si Nuria y su hermana hubieran ayudado a morir a su padre en España, el juez podría haber tenido que decidir si Jordi estaba en los supuestos citados.

Nada más que hacer

Lo cierto es que tanto en la carta que entregó a sus hijas en abril como en todas las explicaciones que luego les dio, Jordi ofrecía argumentos basados en una decisión meditada y plenamente consciente, según describe Nuria:«Hace dos años murió mi madre y esto fue lo que no pudo superar. Tuvo un bajón bestial. Pero iba aguantando, no tenía ni dolor, no le faltaba de nada, tenía una señora que le cuidaba... en Navidad venía a mi casa. En la carta que nos dio explicaba que, en pleno uso de sus facultades, consideraba que había llegado un momento en que no tenía ganas de vivir. Explicaba que tenía tal y tal y tal enfermedad, todo bien descrito. Y decía que no superaba la muerte de su mujer, que veía que sus hijas y sus nietas estaban todas bien, que no tenía nada más que hacer aquí, y nos pedía que le ayudáramos».

Al principio, Nuria y su hermana intentaron disuadirle, pero fue en vano.«Es que no quiero vivir más. Me sabe mal el dolor que os causaré a vosotras»,argumentaba. Nuria sufrió ataques de ansiedad por acompañar a su padre en la decisión, pero sostiene que esta es coherente con la vida que siempre llevó Jordi.«Fue un hombre muy adelantado a su tiempo, muy liberal. Le gustaba salir y viajar, pero ahora veía que no podía hacer casi nada. Subía dos escalones y tenía que sentarse a respirar. Y eso tampoco lo quería». Él mismo se tomó el líquido que acabó con su vida en 10 minutos, mientras sus dos hijas le cogían de las manos.«Bien cogidas».