Viaje al centro del mundo

Salvador Dalí dijo de ella que era «el centro del mundo». Y a ese lugar, la estación de Perpinyà (Francia), llegó ayer a las 11.35 horas el primer tren de alta velocidad que, solo 20 minutos antes, había atravesado los Pirineos. La tan manida expresión de presenciar un «momento histórico» sí que tenía ayer cierto sentido. Hay que remontarse hasta 1878 para encontrar otro estreno de una conexión internacional, entonces entre Portbou (Alt Empordà) y Cerbère, igualmente en el Languedoc-Rossellón.

El pintor ampurdanés le dedicó una obra, La gare de Perpignan (1965), en la que cuatro haces de luz convergen en un único punto del centro del óleo. Ayer, todas las miradas, todos los focos, estaban puestos sobre el tren ubicado en la vía tres, el TGV 6210 que acababa de llegar desde la nueva estación de Figueres-Vilafant (Alt Empordà). El túnel de El Pertús, de 8,8 kilómetros, había engullido a la máquina ferroviaria de dos pisos en poco más de tres minutos. Un total de 340 pasajeros (de los 510 asientos disponibles) vivieron ese momento trascendental a 197 kilómetros por hora.

Transbordo a pie de andén

Algunos de ellos siguieron luego hacia París. Otros procedían de Barcelona. Y es que, en un sentido estricto, lo que comenzó ayer fue un nuevo servicio entre la capital francesa y la catalana. Los responsables de Renfe y su homóloga francesa, SNCF, destacaron que se trataba de una mejora en el tiempo de viaje. Si hasta ahora se tardaban ocho horas y 40 minutos, ahora todo el recorrido se cubre en siete horas y 25 minutos. Solo una hora y cuarto menos que probablemente no asusta para nada a sus competidores aéreos. «Nosotros apostamos por cualquier mejora, aunque parezca mínima», defendía el gerente de servicios transversales de AVE y larga distancia de Renfe, Félix Martín.

No obstante, a esa reducción del tiempo se deben sumar las incomodidades en el traslado. No de los trenes franceses o españoles, no, sino del obligatorio transbordo que se debe hacer en Figueres-Vilafant. Todo el itinerario resultaría algo así: una hora y 42 minutos a bordo de un media distancia de Renfe entre Barcelona y Figueres; bajarse en la capital de la tramuntana, caminar tres metros por el andén de la estación y reinstalarse en el TGV; por último proseguir a bordo de ese segundo tren (esta vez ya a 300 kilómetros por hora si es preciso) hasta Perpinyà. De ese centro del universo daliniano hacia París todavía hay varios tramos de intermitencias en lo que a la velocidad se refiere, ya que hasta Nimes se circula por una vía convencional que, según el director del mercado español de la SNCF, Franck Laferté, no se convertirá en alta velocidad al menos hasta el 2020.

En enero ya se verá

Hay tiempo, entonces, para inauguraciones. Porque lo de ayer fue una celebración popular, una fiesta de domingo en la que decenas de familias compraron un billete para asistir a un evento histórico al que sus representantes políticos no concedieron tanto valor. Como ya se había admitido desde los ejecutivos de ambos países, los supuestos problemas de agenda de los respectivos presidentes (los galos aspiran a que se desplace el propio Nicolas Sarkozy) han pospuesto los fastos por lo menos hasta la segunda quincena de enero.

El alcalde de Figueres, Santi Vila (CiU), se quejó del «preestreno en precario» y de que había tenido que ser él mismo quien comprara su billete de TGV a falta de una inauguración oficial. Con las elecciones municipales a cinco meses vista, los alcaldes de Barcelona (Jordi Hereu) y Vilafant (Consol Cantenys) también se dejaron ver por propia iniciativa como muestra de apoyo al nuevo recorrido.