EL DESFILE

Ratzinger congrega a la mitad de los esperados

250.000 personas, según la Guardia Urbana, siguieron la ruta del papamóvil

El papamóvil avanza por Via Laietana ayer, en Barcelona.

El papamóvil avanza por Via Laietana ayer, en Barcelona.

C. MÁRQUEZ / D. PLACER / M. BERNAL
BARCELONA

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Faltaban 15 minutos, solo 15, para que el Papa saliera a la calle, para que entrara en contacto con Barcelona y los barceloneses, o lo que es igual, faltaban 15 minutos para que un Papa, por primera vez en 28 años, pusiera pie en la ciudad, y lo que se había anunciado como una categórica turbamulta era una amable y razonable multitud. A esa hora, de hecho, aún era posible hallar un sitio junto a las vallas, en primera fila, para ver pasar al Pontífice por la plaza de la Catedral. Es decir: los cálculos del Ayuntamiento, que por boca de la teniente de alcalde de Movilidad, Assumpta Escarp, había cifrado en 400.000 el número de personas que irían a ver al Papa, ya se anunciaban excesivos. Al final, según la Guardia Urbana, fueron 250.000, y la cifra incluye tanto a los 6.500 que estaban en la Sagrada Família como a los cerca de 13.000 que siguieron la misa desde la plaza de la Monumental.

Un poco como en Santiago: demasiada expectativa. Más a la ida (de la catedral a la Sagrada Familia) que a la vuelta (pero también a la vuelta), junto a las vallas que enmarcaban el recorrido siempre hubo sitio; no en todas partes, pero lo hubo. Y si las ventas son un indicador de éxito, la sensación entre los comerciantes de la Sagrada Família, cuyas expectativas resultaron en general tan hinchadas como las del ayuntamiento -salvo algunos locales que tentaron a los fieles con atípicas combinaciones, bocata con café, por ejemplo, para llevar-, la sensación más común es que no hacía falta tomarse la molestia de abrir en domingo.

GRAN DESPLIEGUE POLICIAL / Nada de lo cual quiere decir, por supuesto, que no fuera un domingo especial, o al menos singular. Y en algunos sentidos, frustrante. Los que se tomaron la molestia de madrugar para ver el primer viaje del papamóvil, por ejemplo, se retiraron más bien decepcionados, y con la duda de si el conductor no habría pisado el acelerador más de lo que conviene a una exhibición papal. «Ha sido visto y no visto» fue el tópico, la frase más repetida. El despliegue policial era tan abrumador -había, ante la falta de efectivos, cientos de aspirantes a mosso- que en algunos lugares había más uniformados que civiles.

Tanto a la ida como a la vuelta, el paisaje estaba compuesto básicamente de creyentes, fieles, curiosos y detractores. Y entre los creyentes, de todo: cristianos críticos, que siempre matizan al ser interrogados, cristianos sin más, defensores de Dios y de la Iglesia, con todos sus errores y contradicciones, y cristianos radicalmente cristianos: seguidores de Kiko Argüello y su Camino Neocatecumenal; militantes del Opus Dei.

En el Eixample, las calles permanecieron sedantemente tranquilas durante la misa. Cuando se acercó la hora del pasacalles, y gracias al seguimiento televisivo, los vecinos bajaron a la acera para comprobar que el Pontífice estaba, efectivamente, pasando el fin de semana en la ciudad. Las pantallas gigantes en Sardenya, Marina o junto a la plaza de la Monumental atrajeron a cientos de fieles. Los conductores de las decenas de autocares estacionados por todo el barrio, puede que centenares, pasaban el rato o bien en los bares o bien durmiendo en sus vehículos. En la Gran Via, en el tramo largo entre Tetuán y la plaza de la Monumental, se amontonaban decenas, cientos probablemente de contenedores que la policía había retirado del barrio, y que los vecinos tanto, pero tanto han echado de menos.

La desilusión de los que vieron que el papamóvil pasaba muy rápido fue similar a la de quienes pacientemente aguardaron el regreso del Papa a la catedral. Todo el mundo esperaba que descendiera de su Mercedes en la plaza, que saludara, de ser posible con su afable movimiento de muñeca, y que caminara los 100 metros hasta su hogar barcelonés. De ninguna manera: el vehículo enfiló la rampa del templo, lo rodeó por la fachada y dejó al Pontífice en la entrada: un servicio puerta a puerta que no gustó nada a los que optaron por no verlo en televisión y granjearse un sitio en el punto de llegada.

A las tres de la tarde, un enorme camión articulado ya había recogido la mayoría de las vallas de Via Laietana, y el tráfico, y también la ciudad, empezaban a recuperar la normalidad.