La ceremonia

La Iglesia exhibe su experiencia en el mundo del espectáculo en BCN

El cardenal arzobispo de Barcelona, Lluís Martínez Sistach, muestra un regalo del Papa, en la Sagrada Família.

El cardenal arzobispo de Barcelona, Lluís Martínez Sistach, muestra un regalo del Papa, en la Sagrada Família.

RAMÓN VENDRELL
BARCELONA

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Veinte siglos de experiencia en el mundo del espectáculo se concentraron ayer en la ceremonia de dedicación de la Sagrada Família, pétreo monstruo de múltiples doctores Frankenstein al que Benedicto XVI otorgó con una bula sellada con el anillo del pescador el título de basílica. Monstruo en la acepción de «cosa extraordinaria en cualquier línea». Tan extraordinaria de hecho que es una categoría estética por sí sola. La liturgia de la Iglesia se alió con la extravagante potencia del escenario y con un coro de 700 voces para crear momentos de saturación sensorial. Un desiderátum barroco hecho realidad.

El salmo 150 (Al·leluia, lloem el Senyor), con música de Ireneu Segarra, saludó la entrada del Sumo Pontífice en el templo por el portal de la Glòria. El arma secreta de la ceremonia mostró su efectividad de buenas a primeras. Las 700 voces del coro (integrado por la Escolania de Montserrat, el Orfeó Català, la Coral Sant Jordi y el Cor de la Catedral al completo, y por miembros de distintos grupos elegidos por la Federació Catalana d'Entitats Corals y la Federació Catalana de Pueri Cantores) convirtieron los versos en el momento del milagro de una película bíblica. El cielo no se abrió pero la mezcla de luz blanca que entraba por las lucernas y por unos vitrales, el caleidoscopio que formaban otros y la cálida iluminación artificial creaba un resultón efecto sobrenatural.

La acústica se reveló clara para los reverberantes estándares de las iglesias. Poco después, con la briosa piezaPoble de batejats, con letra de R. Folch y música popular alemana, el coro y, en menor medida, los asistentes lograron un momento de elevación y comunión.

ORNAMENTOS ÁUREOS / En la nave principal y el crucero se apretujaban los invitados. En el presbiterio, tampoco sobrados de espacio, cardenales, arzobispos, obispos y algunos sacerdotes afortunados formaban una semicircunferencia en cuyo centro estaba el Papa. Con mitra, casulla y báculo áureos. Y esos suavísimos mocasines de color rojo púrpura, canónica coquetería de Ratzinger. Como indicaban sus ornamentos, un hombre genuinamente único. Todo ello ofrecía una encarnación de la Iglesia, donde la jerarquía lo es todo: cuerpo grande y cabeza pequeña (si bien ayer con notable macrocefalia).

Aderezada con numerosos cánticos e intervenciones del Santo Padre en latín, lengua de sonoridad arcana, la misa discurrió saltarina dentro de la solemnidad de la ocasión hasta llegar al sermón. El espíritu estaba templado, listo para la reflexión que requiere la homilía.

El rito de dedicación de la Sagrada Família al culto propiamente dicho comenzó con las letanías de los santos, largo mantra en forma de llamada y respuesta, ese gran regalo de la música religiosa a la música pop en general y el soul en particular.

Tras hacer la plegaria de dedicación, el Papa se quitó la casulla, se puso un gremial y unos manguitos y procedió a ungir el altar con crisma (óleo mezclado con bálsamo y consagrado por un obispo en Jueves Santo). Una docena de miembros de la jerarquía hicieron lo mismo con otras tantas columnas del templo. Con la incensación primero del altar y después de todo el templo el olfato se sumó a la vista y el oído en la lista de sentidos sobreestimulados.

'VIROLAI' MASIVO / Concluida la eucaristía, unVirolaimasivo y encendido escoltó la salida de Benedicto XVI a la fachada del Naixement para rezar el ángelus. La juventud parroquial que estaba fuera le recibió con cánticos adaptados de las gradas de los estadios de fútbol («Foooorça Papa!», «¡Sí, sí, sí, el Papa ya está aquí!»).

La Escolanía de Montserrat despidió la dedicación de la Sagrada Família con elAleluyade Haendel interpretado a los pies del altar. Y no lo cantaron en el sentido de que por fin, tres horas después del inicio, se acababa la ceremonia. El Papa y compañía ofrecieron una superproducción. Todo a escala divina.