La opinión

Con el tiempo no se juega

Primer día de cole en un centro de Santa Coloma, el año pasado.

Primer día de cole en un centro de Santa Coloma, el año pasado.

Fabricio Caivano

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Curso nuevo, calendario nuevo. Los cambios son de escasa entidad: las clases empezarán un poco antes, y a principios de marzo habrá unos días de vacaciones, la llamadasemana blanca, con expresión de clasismo alpino; un calendario vigente en muchos países europeos. La medida de Educació es pedagógicamente razonable e incluso necesaria, pues viene a poner proporcionalidad a un itinerario lectivo desigual, con unos tramos llanos y otros en cuesta, por usar un símil ciclista. Está bien que la escuela, tan a menudo portavoz de la necesidad de cambio, se atreva a cambiarse a sí misma modificando formas organizativas espaciales y temporales que nos parecen intocables, hasta que la vida misma, con su implacable pragmática, pone de relieve su pertenencia a escenarios vitales en franca extinción.

Ya no es el «tiempo de la pérgola y el tenis», con perdón deGil de Biedmay sin más nostalgia que la necesaria para preservar la memoria de lo verdaderamente esencial: la dignidad de la infancia. Nada cambia hoy más deprisa que los modos, estilos y ritmos de vida. Hay un mando a distancia en manos del dios Mercado, un ser imprevisible que está fabricando ansiedad, incertidumbre e ira, emociones de destrucción cognitiva. Un poco de calma nos vendrá bien, que hay niños mirando. No parece mala idea tratar de que el tiempo de aprendizaje (suponiendo que coincida con el horario lectivo, que es mucho suponer) encaje sin estridencias excesivas con los vértigos de la vida adulta. Y viceversa. Racionalizar el calendario escolar ya es algo, aunque debería aplicarse con recursos y sin apretar aún más el cinturón familiar o el cuello de abuelas, canguros y demás tutores de guardia.

Vida familiar y obligación laboral son una buena porción de ese pastel que es el tiempo para los golosos mortales. Pero la infancia necesita tener un tiempo propio, ajeno al imperio consumista que ausculta deseos para vender cosas. Las redes sociales devoran tiempo y responden, en parte, a ese afán transgresor de echarse al monte a buscar el orégano virtual, amor y compañía. Noten esta interesante paradoja: laescuela nuevadel pasado siglo, que en Catalunya marcó una época de fértil renovación pedagógica, exigía a gritos que la vida entre en la escuela. Parecería que ahora se pide, aún en voz baja, que no avasalle tanto con su ruido ni imponga su culto a la velocidad; que primen los criterios pedagógico y éticos, adaptando seriamente la escuela a las necesidades de maduración emocional y cognitiva de los alumnos, esos desconcertados habitantes de un laberinto de deberes y de aulas cuya salida puede ser, quizá, con suerte, un trabajo precario seguido de más aulas y deberes. Para cuándo la vida, se preguntan muchos que no hacen el esfuerzo de aplazar el placer y no maduran.Peterpanismo, lo llaman algunos. Involución cerebral, los más aviesos. No es, pues, de extrañar que vaya al alza, como en otros terrenos, un movimiento llamadoslow school(escuela lenta), que promueve una escolarización de flujo suave, exigente pero sin la velocidad del tiempo apresurado que reina fuera de las escuelas.

Todo cambio incomoda porque obliga a retocar hábitos y mover rutinas solidificadas. Retocar los tiempos escolares nos alarma, pues revoluciona la precaria intendencia que, no siempre con buen criterio, monta cada vecino de acuerdo con las circunstancias de su economía y de su red tribal. Ya se airean las quejas, algunas muy puestas en razón, de los muchos implicados en este complejo asunto. Pero como en otros, el paso del tiempo normalizará las cosas y lo que hoy parece un reto puede ser degustado como una oportunidad de convivencia y encuentro.