RETROSPECTIVA DE UNA AMENAZA

El virus A tuvo un chocante final de difícil predicción

Una tripulación de un avión, en Barajas en abril del 2009.

Una tripulación de un avión, en Barajas en abril del 2009.

À. G.
BARCELONA

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Los científicos esperaban la llegada de un virus terrible desde el 2004, un microorganismo que causaría gravísimas infecciones pulmonares para las que no habría vacuna inmediata. Observaban Oriente. Calculaban que estaba al llegar porque habían pasado más de 35 años sin que los virus de la gripe experimentaran una de sus renovaciones totales y pandémicas, y ya tocaba. Y tenían presente el virus aviario, el gran H5N1, mortal para un 50% de los humanos que hasta ahora ha infectado, y que un día u otro acabará adquiriendo habilidad para transmitirse de persona a persona. Sus contagios en humanos siguen partiendo de un ave y ahí se detienen. Hasta hoy.

Con ese precedente, pero procedente de Texas (EEUU) y México, apareció en abril del 2009 un virus «porcino» que parecía infiltrarse en los pulmones con la facilidad de los que causan gripe: al hablar o respirar junto a un enfermo. Y muy mortal, según insinuaban las autoridades mexicanas, que el domingo 26 de abril pidieron a sus ciudadanos no salir de casa. Del resto de esta historia, cuya evolución es más fácil de contar conociendo el final, se encargó la Organización Mundial de la Salud (OMS), que el viernes 24 de abril hizo un movimiento insólito para su pesada burocracia: lanzó una alerta mundial avisando de que la población de los cinco continentes estaba expuesta a un virus gripal de la familia A/H1N1 totalmente mutado, nuevo, y como tal no incluido en ninguna vacuna conocida.

NOSOTROS MÁS / En pocas horas, volaron a Barcelona siete jóvenes procedentes de México que de inmediato fueron hospitalizados. El Ministerio de Sanidad, con una ministra neófita en el tema al frente, recurrió al protocolo elaborado en el 2004 por el virus aviario, y, en coordinación con las comunidades autónomas, ordenó revisar aviones y barcos que cruzaran el Atlántico. Cuando aún no había vacuna, la ministra Trinidad Jiménez anunció que «toda la población que lo necesitara» dispondría del fármaco. El Gobierno decidió reservar 37 millones de vacunas para España, cifra que el PP exigió que se elevara a 42 millones, para incluir a los niños (jamás vacunados).

Entretanto, el recuento de muertos por la gripe –que la OMS se apresuró a llamar A– era escaso comparado con los que causaron los episodios anteriores, pero situados como primera noticia de los informativos resultaban llamativos. A la gripe A se le atribuyen 17.700 muertes. A sus antecesoras, entre los 300.000 y los 550.000 fallecimientos anuales.

El pánico a lo que se avecinaba siguió su curso, e incluyó la convocatoria de las grandes farmacéuticas por parte de la OMS y la UE, con el encargo de que elaboraran «ya» una vacuna contra el virus A. Parte de la estructura de esa vacuna estaba hecha, pero la industria hizo valer su posición imprescindible y multiplicó el coste. Al finalizar el invierno Austral, el mundo empezó a ser consciente de que la gripe A era escasamente grave y mortal, pero ni los Gobiernos ni la OMS informaron con énfasis de la baja peligrosidad del episodio. En noviembre, llegaron a Europa las vacunas y la población dudó de los mensajes oficiales. Apenas se vacunó.