UN RESPETADO ESTILISTA

Banville en la playa

El escritor irlandés fue el protagonista ayer del tradicional pregón de la lectura de Sant Jordi El autor que firma también como Benjamin Black se declaró enamorado de Barcelona

Banville firma el libro de honor del Ayuntamiento de Barcelona ante la mirada de Xavier Trias.

Banville firma el libro de honor del Ayuntamiento de Barcelona ante la mirada de Xavier Trias.

ELENA HEVIA / BARCELONA

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Acostumbrado a las brumas irlandesas que han marcado su vocación como escritor, John Banville (y también, por supuesto, su álter ego policiaco, Benjamin Black) se mostró el miércoles en el Saló de Cent del Ayuntamiento de Barcelona encantado de tomarse un descanso de la característica melancolía de sus ficciones. Banville/ Black habló de los «magníficos» restaurantes barceloneses que había visitado el día anterior, de las playas y las chicas «guapísimas» en bikini que entrevió mientras se comía quizá una paella frente a la playa. Bromeó con la idea de que el calentamiento global pudiera convertir a sus compatriotas en barceloneses y hacer de ellos personas más hermosas. Tras ese rapto de pasión, sol y sangría, tan poco banvilliano, regresó a su mesurado carácter para a su asumir que quizá podría vivir sin la luz mercurial de Dublín que cambia con la horas, pero desde luego jamás podría escribir sin ella. «Todos los escritores irlandeses se han exiliado de su país, yo me he exiliado en su interior», explicó al periodista Antonio Lozano, encargado de dialogar con él.

Al Ayuntamiento de Barcelona le interesa mucho marcar el paralelismo con la capital irlandesa, patria de tantos escritores como Joyce o Beckett, porque está propugnando la candidatura de Barcelona como Ciudad de la Literatura de la Unesco, honor que ya ostenta la indiscutiblemente literaria ese Dublín por el que se pasea el patólogo Quirke, protagonista de las novelas negras de Black.

Puesto a marcar el kilómetro cero de su vocación, Banville recordó el momento en que con 13 años su hermana le regaló 'Dublineses'. En aquel hogar modesto y sin apenas libros, la obra de Joyce, que pronto se puso a imitar, le habló a él directamente. «Fue la puerta al mundo real. Porque la lectura y la buena literatura, intensifican la sensación de estar vivo».

 

Se congratuló de que no se hubiera cumplido el vaticinio de Umberto Eco en los 70, según el cual la imagen acabaría con la palabra. «Por suerte hoy sigue habiendo más palabras que nunca, en las tablets, en los teléfonos inteligentes. La gente 'googlea' y tuitea». El exquisito Banville vuelve a sorprender. No se le caen los anillos al hacer una defensa de la lectura incluso en sus expresiones menos distinguidas: «¿Por qué es terrible que la gente lea '50 sombras de Grey'? Me da igual el formato y lo que se lee. Lo esencial es que sigamos leyendo. Me moriría si de verdad creyera que el libro puede morir». Por cierto que a ese respecto llegó a decir que le gustaría hacerlo como Henry James, que no dejó de mover su mano escribiendo en el aire mientras se iba definitivamente. «Sería una buena manera de morir».