LITERATURA EN CATALÁN

Dulces y sin fractura

Care Santos, Gironell, Barberà, Pagès, Amela y Bosch vivieron la jornada entregados a sus lectores y reivindicando pasado y futuro

Jaume Barberà, ayer, hablando con una lectora.

Jaume Barberà, ayer, hablando con una lectora.

ANNA ABELLA
BARCELONA

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Aunque paradójicamente a la autora de Desig de xocolata no le gusta desayunar dulce, sí llegó Care Santos bien pertrechada: con un colgante de un dragón al cuello, un pin con una rosa y armada con una pluma y un tintero, «para ir cargándola», de tinta color chocolate. Firmó -«Amb el desig de que mai no ens falti la xocolata ni la literatura»-, sin apenas pausas, a adultos (no faltó un viejo amigo de la familia Amatller, de la que habla la novela) y, también como veterana autora de infantil y juvenil, a más de un chaval. Aunque uno, que llegó con un ejemplar de la serie Arcanus bajo el brazo se le puso muy serio cuando le dijo que tenía tener cara de «tremendu». «A mí nunca me han llamado tremendo y soy el mejor de la clase». Uff.

La puja por el ranking catalán, en ausencia de la salingeriana Marta Rojals, se mantenía en un puño pero ayer todos estaban más pendientes del lector que de las ventas. Bueno, alguno, como Xavier Bosch, también lo estuvo de sus colegas de carpa. «La jornada ha ido bien hasta que he conocido a Belén Esteban», dijo el autor de Eufòria.

Entregado como siempre, y feliz de ser reconocido por sus novelas y no solo por ser el hombre del tráfico dels Matins de TV-3, Martí Gironell, con dos pins, uno de una rosa y otro que rezaba «9M. Votar és normal» (igual que Jaume Barberà) regaló largas dedicatorias de hasta 10 líneas, alusivas a El primer heroi, ambientada en la prehistoria de la Catalunya de hace 5.000 años, «una época y un mundo apasionante», que, «debemos conocer mejor». Entre sus fans, la hija de un arqueólogo que trabajó en el yacimiento de Gavà, que junto con el de Banyoles es uno de los escenarios de la novela:  «Quiero que mis hijos entiendan el trabajo que hizo su abuelo».

También reivindicando culturas antiguas estuvo Víctor Amela, sentado de lado sobre la mesa de firmas, dinamitando distancias con sus lectores, la mayoría señoras que pedían su dedicatoria para el marido y a las que el autor de Amor contra Roma dibujaba un corazón. «Ellos deberían aprender de Ovidio y ellas, hacerle un monumento por hablar del orgasmo femenino», comentaba en alusión a su novela. «En la Roma de hace 2.000 años, donde el hombre era soldado, violador y engendrador, Ovidio estuvo a favor del enamoramiento, la seducción de la mujer y de que el placer no tiene razón de ser si no es compartido. Por eso Augusto lo desterró al mar Negro», decía Amela, justo antes de verse sorprendido por la llegada de la madre de un joven que días antes le escribía en Facebook desde una plataforma petrolífera del mar del Norte mientras leía su libro.

Con rotulador negro de punta de pincel, Vicenç Pagès parecía pintar más que dedicar su Dies de frontera con títulos de los capítulos, como «L'autèntica vellesa és a l'interior». Uno de los afortunados fue un alumno (que no fue a buscar nota sino una firma para su madre). El premio Sant Jordi, a dos pasos de Care Santos, hizo una confidencia. «La conocí con 23 años, en la Associació de Joves Escriptors, y ella tenía unos 16. Era muy precoz, ya sabía lo que quería: escribir».

Más sublevado se mostró Jaume Barberà, que en 9N 2014 reflexiona sobra «la degradación social que sufrimos y cómo arreglarla», mientras escribía «Ho aconseguirem!» y dibujaba estelades. Fue por la pregunta de una «tele española sobre la fractura en Catalunya». «Les he dicho que eso es un invento de algunos con intereses mezquinos. Aquí no hay fractura, sino civismo, educación y respeto». Solo había que mirar alrededor.