Lucha, perros, amor

El Rey Chatarrero paga de su bolsillo el entrenamiento de chavales procedentes de barrios marginales

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OLGA MERINO / BARCELONA

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Como es temprano y hace frío -el único frío en este invierno de pega-, entretengo la espera en el bar con un café y la lectura de los motes elegidos por los jugadores más duchos de una máquina tragaperras llamada La Mansión de los Woonsters. 'Nicks' como Cerebrino, Soplavelas, Perola, Tovendao y Misterbones. Estamos en territorio poligonero, en el paisaje difuso que se extiende entre Barcelona y Sant Adrià antes de cruzar el río.

El embrollo de siempre en el nudo de la Trinitat demora al protagonista de estas líneas, que cuando irrumpe en la cafetería lo hace arrastrando el torbellino de su carisma. Helo aquí: Javier García Roche, Javi, el 'Rey Chatarrero'. Boxeador profesional, cuidador de perros y comerciante con hierros viejos. A pesar de las trazas de malote, una no tarda en descubrir que es un trozo de pan que ama a su madre, a sus chuchos y a su novia, un pibonazo cuya fotografía me muestra en la pantalla del móvil. Un pedazo de pan pero ojo, que las dice bien claritas. 

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-Vamos un momento a la chatarrería.

-Vale.

Se trata de tres inmensas naves industriales donde Javi tiene a diez personas a su cargo, diez trabajadores que ya de buena mañana trajinan con amasijos de cobre, aluminio o plomo. Llegan camiones pero también paisanos a pie y con la bolsa de plástico donde acarrean el botín pillado por esquinas y contenedores: la tapa de una cazuela, una llanta, cualquier cachivache metálico. Unos eurillos para llenar la nevera.

EL JERGÓN DE RUFUS

En el cubículo que hace las veces de oficina, duerme Rufus, un mastín ciego que el 'Rey Chatarrero' ha recogido bajo las varillas de su paraguas. "Lo reventaron. Cuando me lo trajeron, traía 16 fracturas en la cabeza", cuenta Javi tumbado con el perro en su jergón, mientras lo acaricia y le hace carantoñas. Al rato, le abre una lata de delicias perrunas que Rufus engulle sin masticar (también le partieron las quijadas). Parece, cuenta su salvador, que el mastín ha encontrado nuevo hogar con un matrimonio jubilado de Cantabria.

"Mira, yo no soy ni antipolicía, ni antisistema, ni antinada. Lo que no aguanto son los abusos". Y por eso cuida tanto de perros apaleados y abandonados, como de otros cachorros, chicos de barrios marginales, de calle y extrarradio, a los que entrena para la pelea. Chavales como El BengalaJuanito Li o Musa, a quien apodan 'Mister Paté' por el gancho que gasta. 

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Vidas difíciles. Tal vez carne de cañón como el mismo Javi, que fue pandillero y tuvo sus encontronazos con la justicia pero a quien haber pisado brevemente el talego le enseñó que ese no era su camino. Lo ha visto en los muchachos con sus propios ojos: "Cuanto más boxeo y más disciplina deportiva, menos follones en la calle".

A GOLPE DE SALSA

Al principio, Javi organizaba los combates en su almacén, el Chatarras Palace, y luego montó un gimnasio para los chavales con su ring, sus sacos de boxeo, las ruedas de camión, las jaulas para el 'vale-tudo' y sus paredes vírgenes para expresar la rabia a golpe de espray: 'Fuck the police'. Aunque todo era legal, cristalino y sin apuestas de por medio, dice, lo frieron con tantas multas e inspecciones que cogió los bártulos y se largó a otra parte con sus peleas chatarreras.

Ahora, Javi paga de su bolsillo la preparación de los chicos en el Club de Lucha Baró de Viver (Clariana, 2). "Quien quiera, que venga a entrenar gratis los martes y los jueves. Y a tomar por culo".

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-Vale.

Para que le eche una mano con lo deportivo, el 'Rey Chatarrero' ha contratado, también de su bolsillo, al Pollo Ramírez, un exboxeador dominicano que hace sudar la gota gorda a los muchachos a ritmo de salsa, bachata y merengue. En una pizarra de vinilo, palabras de superación: técnica, felicidad, salud, buena conducta, esfuerzo, constancia, sacrificio. Un máquina, el Pollo.

Javi, que anda preparándose para un combate en abril, muestra el torso cubierto de tatuajes, entre los que me llama la atención una frase escrita en el hombro con tinta azul, sobre la clavícula izquierda: "Nací para morir pero vivo vacilando". O sea, casi un lema de vida. Acabaremos todos donde acabaremos, pero mientras tanto es cuestión de echarle ganas.