NUEVO ESPACIO LÚDICO EN BISCAIA CON JUAN DE GARAY
La plaza resucitada
A las siete de la tarde la plaza de la Mainada, en el barrio de Navas (en Biscaia con Juan de Garay), está repleta de niños. Se pelean por los columpios, se tiran balones de fútbol y pelotas de todo tipo, comen helados, gritan y se ríen. Desde hace cuatro años y hasta hace un mes esta escena era imposible.
La plaza de la Mainada debía convertirse en un párking subterráneo de 168 plazas. Las obras empezaron en el 2010, dirigidas por la empresa Gecoinsa. Se pararon en seguida y un año después la constructora se declaró en quiebra. La plaza se convirtió en un almacén de materiales de obra que ya no iban a ser utilizados hasta que, a raíz de peticiones y quejas de los vecinos del barrio, se decidió volver a construir la plaza.
En noviembre del 2013 se empezó a trabajar, y en junio pasado se inauguró la nueva plaza recuperada, con áreas de juego infantil, mobiliario urbano y árboles nuevos. El coste fue de 630.000 euros, más los 690.000 euros que costó al ayuntamiento la expropiación del terreno.
El parón de la crisis
«La antigua plaza estaba perfecta. Además las obras empezaron y se pararon justo cuando llegó la crisis. La mezcla de las dos cosas nos ha afectado mucho», cuenta Margarita Puig, 52 años, dueña de Dailux Imaginación, situada justo en la plaza. Y de la nostalgia hacia la antigua plaza hablan muchos más. «Había árboles enormes que no podías ni abrazar. Ahora, hasta las siete de la tarde es un suicidio sentarse allí, por lo menos hasta que los nuevos árboles crezcan», añade Gerardo Pérez Abió, de 59 años, dueño de una farmacia ubicada en la plaza. Y es a esa hora cuando los niños empiezan a corretear. Si por ellos fuera, irían antes a jugar con los amiguitos, pero los abuelos que a menudo los llevan no soportan el calor, como cuenta Manuel Rodríguez, de 75 años, mientras da de beber a su nieto.
A pesar de esos inconvenientes, los vecinos están encantados. Por fin tienen un espacio libre de escombros, bonito y bien iluminado para pasar un rato de día y de noche. Hace unos meses, la única luz al anochecer era la del escaparate de la farmacia. «Daba hasta miedo pasar por aquí a oscuras», cuenta Pérez. En cambio, ahora, por la tarde siempre hay gente, ruido y risas en una plaza en la que los niños no se manchan de arena y están protegidos con una valla que delimita el área de juegos.
Aunque las quejas persisten. Margarita Munné, de 65 años, como otros muchos abuelos lleva a sus nietos, de 5 y 8 años, a jugar a la Mainada. «La plaza me parece bonita. Pero no sé si es porque soy mayor, pero no entiendo por qué han puesto juegos tan modernos, en los que los pequeñitos no pueden jugar», cuenta. Se refiere a lo que ella llama un «tobogán con manos», donde los niños se cuelgan o intentan escalar. Los pequeños ignoran los gritos de padres y abuelos que le imponen bajarse de allí. Suben aún más alto, con una sonrisa juguetona en la cara. Sin duda, son los que se lo pasan mejor y están más contentos con la plaza resucitada.
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