Verbena con tapones en los oídos

ÀNGELS GALLARDO / BARCELONA

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Si a la salida del sol del próximo sábado 24 de junio se hiciera una audiometría a los jóvenes y adultos que hayan pasado la noche en un ambiente surtido de petardos, explosiones y música a todo volumen, se descubriría que muchos de ellos han perdido hasta un 10% de capacidad auditiva, una reducción que puede alcanzar al 30% o 50% del potencial del oído en quienes hayan sufrido el estallido de un objeto pirotécnico a menos de un metro de la oreja. Esa pérdida auditiva puede ser transitoria, de dos o tres días de duración, o definitiva, susceptible, a veces, de ser resuelta con una intervención quirúrgica, advierte el otorrino Jordi Coromina, del centro médico Teknon. “Es asombroso el poco aprecio por mantener una audición saludable que muestra un importante sector de la población en la noche de Sant Joan”, comenta el médico.

Si el impacto ruidoso de un petardo importante -más de 130 decibelios [unidad de referencia para medir la potencia del sonido] en un segundo- ha tocado la cadena de huesecillos que transmiten el sonido a las células del oído interno, la pérdida auditiva experimentada será irreversible, afirma la doctora Ana García Arumí, responsable del área de otoneurología en el Hospital del Vall d’Hebron. “Cuando se rompe la cadena, la lesión no tiene arreglo”, asegura la especialista. “Un petardo puede dejar definitivamente sordo, o ciego. En urgencias, hemos atendido a pacientes a los que la explosión ha hecho saltar el ojo al completo, y eso tampoco tiene arreglo -prosigue García Arumí-. Las noches de verbena, los hospitales atendemos lesiones gravísimas por pirotecnia mal utilizada. Los ciudadanos no aprenden”. Dice odiar los petardos.

OREJAS QUEMADAS

La doctora García Arumí ha visto orejas destrozadas por el fuego -"el pabellón auditivo totalmente quemado"-, sorderas transitorias o definitivas, acúfenos que surgen la noche de Sant Joan y nunca más se van, vértigos insidiosos provocados por el desequilibrio acuoso de la oreja inducido por el súbito ruido de un petardo, y dolor, “mucho dolor”, desencadenado por el estruendo alegre de la verbena. “La Organización Mundial de la Salud (OMS) prohíbe los ambientes en que se perciba un sonido superior a los 120 decibelios, pero esto no se cumple en las noches de Sant Joan”, prosigue la especialista.

Los acúfenos o pitidos intracraneales, uno de los principales misterios irresueltos en el mundo de la otorrinolaringología, pueden desvanecerse de la misma forma que surgieron, súbitamente, o bien instalarse en la cabeza y ser inevitables de día y, sobre todo, de noche, indefinidamente.

“Para un otorrino, es un castigo hacer guardia en un hospital en la noche de Sant Joan”, sostiene Coromina. La explosión de un petardo potente junto a la oreja puede perforar el tímpano y, según sea la magnitud de la explosión, la rotura se manifestará con una pérdida de capacidad auditiva próxima al 50% del potencial de un oído sano. Si el ruido ha superado los 140 decibelios, la rotura del tímpano es irreversible: es insoportable para la oreja humana.

Cuando el ruido no ha superado los 80 o 90 decibelios, la rotura de la membrana del tímpano se puede recomponer espontáneamente. “Cada persona tiene una sensibilidad distinta”, advierten. En caso contrario, habrá que operar, y colocar un injerto sobre la parte de la membrana timpánica que el sonido destrozó. 

CASCOS, COCA Y CAVA

“Los bromistas que lanzan petardos por la espalda a otra persona no saben el daño que pueden hacer”, indica Coromina, que recomienda salir de verbena con una precaución cada vez más extendida en los conciertos de rock: colocándose unas discretas bolas de algodón en el interior de las orejas. No impiden escuchar, pero en caso de explosión pirotécnica reducen en unos 10 decibelios la potencia sonora, y evitan que la onda expansiva llegue sin remedio hasta la parte más interna de la oreja. “Lo que rompe el tímpano no es el ruido, sino su onda expansiva”, advierte Coromina.

También se puede recurrir al uso de unos tapones dotados de una ligera apertura central, muy utilizados por los músicos de rock. “Lo mejor son los cascos que llevan los DJ de discoteca: atenúan hasta 30 decibelios del sonido ambiental”, asegura García Arumí. ¿Pero alguien irá con cascos a una verbena con coca y cava?, se preguntan.

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La próxima noche de Sant Joan se superarán ampliamente los niveles de ruido ambiental recomendados por la OMS, que sitúa el nivel de ruido callejero saludable en los 65 decibelios. "Nada de eso ha variado con la crisis -asegura el cirujano Jordi Serracanta, de la unidad de quemados del Vall d'Hebron, única para Catalunya y Baleares-. Cada noche de Sant Joan, atendemos en urgencias a entre 20 y 30 personas: quemaduras en el cuerpo, pérdida de sustancia [músculo] o de uno o varios dedos en la mano...".

Sus pacientes suelen tener entre 12 y 25 años, mayoría chicos. Las quemaduras más graves, explica Serracanta, las sufren quienes intentan saltar sobre una hoguera tras haber bebido alcohol en exceso. "Saltan sin impulso suficiente, caen sobre las brasas y no tienen fuerzas para levantarse rápidamente -describe el cirujano-. Llegan con hasta el 30% del cuerpo quemado".