Ictus, todavía un desconocido

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ÀNGELS GALLARDO / BARCELONA

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Salvador V., de 89 años, vecino de la Barceloneta, se dio cuenta, un día del pasado septiembre, de que algo raro le pasaba cuando constató que no podía explicar a su hija que la sastrería que buscaban está en la calle Provença. No pasaba del "P….P…P…", aunque juntaba los labios e inflaba los mofletes. Sin embargo, no se asustó. Ella sí se percató de la gravedad del momento, y corrió al móvil. Llamó al 061. Su padre estaba sufriendo un ictus del que no era consciente. El ictus, o infarto cerebral, conocido como embolia el siglo pasado, no es tan temido ni conocido como el que afecta al músculo miocardio del corazón, aunque uno y otro coinciden en dejar unas secuelas susceptibles de limitar gravemente el resto de la vida, o de suprimirla. 

"Muchas veces, los síntomas del ictus se malinterpretan y, como en un 99% de los casos no duele, no es raro que no se les dé la importancia que tienen, en especial en los primeros momentos", asegura el doctor Jaume Roquer, responsable del área de Neurología en el Hospital del Mar, de Barcelona, donde atienden más de dos ictus diarios.       

La mortalidad debida a ambas enfermedades es distinta, inferior en el ictus, pero la obstrucción del riego sanguíneo cerebral es la primera causa de muerte entre las mujeres en Catalunya y la tercera entre los hombres, tras la patología cardiaca y el cáncer de pulmón. Es, asimismo, la principal causa de discapacidad en hombres y mujeres.

UN RARO DOLOR DE CABEZA

El ictus es una crisis brusca e indolora -a veces lo precede un fuerte y raro dolor de cabeza-, que interrumpe la circulación sanguínea que transportan las arterias cerebrales. Esto puede suceder de forma masiva y fulminante, como ocurre cuando uno de esos vasos sanguíneos revienta y da lugar a una hemorragia que, dado lo inaccesible de la zona inundada y la imposibilidad ósea del cerebro para expandirse y alojar temporalmente la sangre dispersa, implica un alto riesgo de muerte. Pero el ictus hemorrágico representa no más del 15% del total de accidentes cerebrovasculares. Los hospitales catalanes atienden cada año a una media de 13.000 personas que logran llegar al centro sanitario en las horas inmediatas al inicio del ictus: más del 85% son de tipo isquémico, el resto, hemorrágico. Al igual que ocurre con el infarto cardiaco, no hay datos sobre cuántas personas mueren por un ictus sin llegar a un hospital.   

El ictus isquémico surge de la obstrucción parcial o total de una o varias de las arterias que llevan la sangre desde el corazón hasta el cerebro, lo que da lugar a un insuficiente riego sanguíneo de los centros neuronales que dirigen todas las funciones del organismo humano. Esa obstrucción la causa un coágulo de sangre que tapona el vaso, o una porción de materia grasa que se ha desprendido de las paredes de la arteria. El tiempo que invierte ese obstáculo en taponar por completo la arteria ocupada, y la supresión de neuronas que se produce en ese espacio, determinan el futuro de quien lo sufre.

NUNCA SON TONTERÍAS

"La resistencia de una neurona que no recibe sangre es impredecible, algunas sufren lesiones irreversibles a los cinco o 15 minutos tras iniciar la isquemia -afirma Roquer-. De forma general, se considera que las primeras seis horas son las definitivas, tanto desde el punto de vista de la supervivencia como de las secuelas".

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La información de que disponga esa persona sobre lo que le está pasando es, por tanto, clave. Aunque por su rareza puedan parecer una tontería, nunca se deberían considerar así las señales que percibe quien acaba de iniciar un ictus isquémico. Perder la visión de un ojo, o ver solo una cuadrícula del espacio con uno o dos ojos; sentir una una evidente falta de fuerza en una parte del cuerpo -el brazo y la pierna izquierdos, o los derechos- notar que media cara se ha vuelto insensible, como de corcho, y que la boca se tuerce al intentar hablar son detalles que deben movilizar de inmediato a quien los percibe en sí mismo o en otra persona. O, como le ocurrió a Salvador V., tener imposibilidad para pronunciar las palabras que se intentan vocalizar.

El tratamiento que reciben estas personas está determinado por el tiempo transcurrido desde el inicio del ictus. Si no han pasado más de tres o cuatro horas desde que el paciente identificó algún síntoma, el proceso puede consistir en localizar con pruebas de imagen el punto en que se encuentra el trombo obstructor e intentar que se disuelva por medio de una inyección endovenosa de sustancias trombolíticas. El objetivo siempre es abrir el paso sanguíneo.

Este tratamiento, no obstante, tiene una eficacia limitada en los ictus graves o de localización compleja, lo que ocurre en un 25% de los ictus isquémicos. Las últimas innovaciones para estos pacientes, entre ellas la que los hospitales Vall d’Hebron, Clínic, Bellvitge y Germans Trias publicaron en la revista 'New England Journal of Medicine', consisten en introducir microcatéteres a través de la arteria femoral hasta alcanzar el cerebro. Allí, este ínfimo dispositivo busca la arteria taponada y extiende sobre el coágulo obstructor una malla que lo captura y extrae al exterior. Si todo sale bien, el éxito está asegurado.

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