"Le he entregado un año de mi vida al cáncer, y es suficiente"

La actitud con que se afronta la noticia de que se sufre un tumor maligno determina el bienestar y reduce la sensación de dolor

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ÀNGELS GALLARDO / BARCELONA

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La forma cómo cada persona integra la realidad de que sufre un cáncer es similar a cómo asume el resto de imprevistos dolorosos que ofrece la vida, aseguran los oncólogos. “Unas personas, se deprimen y no salen de casa. Otras, se dicen: ‘vamos a solucionar esto, voy a hacer lo que me dicen los médicos y del resto me olvido'”, explica Cristina Saura, oncóloga del Hospital del Vall d’Hebron.

Esta última es la actitud que escogió Raquel Riol, de 54 años, vecina de Mataró, madre de cuatro hijos y economista en una compañía farmacéutica, el día que le confirmaron que sufría un cáncer. El tumor se lo detectó ella misma, en la primera semana de diciembre del 2010: un bulto de cinco centímetros de diámetro en el pecho derecho, evidente, surgido de forma fulminante. “Como de la noche a la mañana -recuerda Raquel-. Hacía muy poco que me había hecho la mamografía de control que programan desde Salut”.

Todo sucedió muy rápido, recuerda. “Mi ginecóloga del CAP me quiso tranquilizar, ‘no será nada, pero vamos a mitrarlo’, me dijo", relata Raquel. En el Hospital de Mataró le hicieron, rápidamente, destaca, una mamografía, una ecografía y una termografía. “Es un cáncer en estadio dos, aparentemente, sin ganglios afectados”, le anunciaron. “En ese momento, pasé miedo. Fue el peor”, prosigue. Antes del día de Navidad de aquel año, recibía la primera dosis de quimiotrapia en el Vall d’Hebron. “Empecé con quimio para reducir el tamaño del tumor. Cuando me lo extirparon, era pequeñito”, explica.

DOS INTERVENCIONES, Y LA QUIMIO

Seis meses después, entró en quirófano. Dos veces consecutivas en 10 días, porque en la primera intervención no vieron que el ganglio centinela estaba afectado, explica. “Me extirparon todos los ganglios de la axila”, añade. Posteriormente, recibió radioterapia y en el intermedio fue operada de una hernia dorsal. Eso fue lo que más dolor le causó, recuerda. En abril del 2012, volvió a trabajar.

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Raquel Riol se describe a sí misma, y resulta evidente, como una mujer “fuerte y activa”. Sostiene, sin ambigüedades, que el tumor no ha limitado sus proyectos. “Le he entregado un año de mi vida al cáncer, y es suficiente. No quiero invertir ni una semana más en este tema-advierte contundente-. Vivo bastante tranquila. Voy a las revisiones que me indica mi oncóloga, totalmente calmada. Nada de angustia. Sé que estoy más controlada que la mayoría de mujeres que van por la calle. Estoy en las mejores manos médicas, si pasa algo, tendré el mejor tratamiento: no quiero dedicar ni un segundo más al cáncer”, repite. “Vivo como si fuera una persona sana que no ha dejado nunca de estar sana”, resume.

La etapa más difícil, rememora, fue la que precedió al momento en que los médicos trazaron el plan de ruta de su tratamiento: cuando le anunciaron su programa terapéutico, se puse en acción. “Ya podía intervenir”. ¿Miedo a perder la vida? “Si, claro. Lo tuve. Tengo cuatro hijos. No estoy preparada para morir aún”.

La actitud de Raquel Riol ha facilitado su evolución y su actual bienestar, sostienen sus médicos. “No está demostrado que el optimismo, la confianza o la buena actitud mejoren el pronóstico de un cáncer, pero sí que está comprobado que reducen las sensaciones dolorosas”, asegura la psicóloga Irene Mensa, del Vall d’Hebron. “El dolor físico se potencia cuando hay angustia -añade-, al igual que la sensación de ahogo en quienes sufren cáncer de pulmón, la debilidad, el cansancio… todo se experimenta amplificado cuando hay angustia”.

Según ha observado Mensa, todas las personas tienen recursos para sobrellevar las peores adversidades, pero no siempre los conocen. “Nuestra función es ayudar a que los identifiquen”, concluye Irene.

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