Análisis

Es lo que toca

Una usuaria de internet, ante un canal de juegos de Youtube.

Una usuaria de internet, ante un canal de juegos de Youtube.

LLORENÇ VALVERDE

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Hacia la primavera de 1997, uno de mis alumnos, Toni Pau, vaticinó la aparición de Youtube. Lo hizo, sin ser consciente de ello, en el transcurso de un debate en clase sobre cómo sería la televisión a la carta que la digitalización nos prometía. Una compañera suya había mostrado sus dudas sobre si podría ser realmente a la carta, dado que no tenía claro que la inmensa parrilla que pudiéramos llegar a tener a nuestro alcance sería capaz de satisfacer sus gustos particulares. Lo manifestó mencionando un documental sobre un determinado tipo de ranas. Toni Pau le replicó que en ese momento ya era posible encontrar en internet todos los detalles imaginables sobre aquella rana y que era cuestión de tiempo -poco, seguramente- que, además de las fotografías y textos sobre la rana en cuestión, también se pudieran encontrar los vídeos correspondientes, y que de esta forma ya tendría el documental que quería.

No creo, sin embargo, que Toni Pau pudiera imaginar entonces hasta qué punto era acertado su vaticinio, y que esta programación que él intuía podría llegar a satisfacer los requerimientos de los usuarios ansiosos de tener una auténtica televisión a la carta, como demuestra el fenómeno de los youtubers. Un fenómeno que puede llegar a desarmar el entramado tradicional del negocio de las televisiones y su clave, las audiencias. Un negocio que necesita de audiencias masivas y uniformes que se traguen lo que les metan los magnates y productores de siempre. Un negocio que cuida hasta la exageración la calidad de las imágenes emitidas, dado que con respecto a los contenidos no puede ser tan cuidadoso si quiere llegar a cuanta más gente mejor.

Y es esta la grieta por la que, de momento, se han colado los youtubers, primero con los videojuegos y después extendiéndolo a otros ámbitos igualmente cotidianos para estos colectivos, que, posiblemente sin saberlo explicitar, se han cansado de sentirse ignorados y maltratados por unos contenidos destinados a satisfacer a todos y que, en definitiva, no satisfacen a nadie, especialmente a los millones de seguidores que tienen los youtubers más destacados. Y estos consiguen atraer a sus seguidores con unos vídeos que, a menudo, son de una calidad manifiestamente mejorable. Pero conectan con su audiencia, porque hablan de lo que le interesa y como a ella le interesa.

Ya hace muchos años, cuando empezaron a tomar forma los esfuerzos tecnológicos para mejorar la televisión con cosas como la alta definición, hubo algunas voces sensatas que avisaron de que el gran problema no estaba en la calidad de las imágenes, que era más que aceptable, sino en la baja calidad de los contenidos, y que nadie hacía nada al respecto. Por eso no debería sorprendernos que ahora las generaciones a las que les corresponde -porque sí- romper con el sistema pasen de la calidad de las imágenes y busquen sus contenidos, su televisión, al igual que cada generación ha ido rompiendo, de forma más o menos radical, con la música o la moda del momento. Si los youtubers llegan a convertirse en la norma, lo que está por ver, será divertido ver como alguna generación posterior hace también su trabajo y la cambia. Es lo que toca. Y si no, que se lo pregunten -o mejor, que se lo expliquen- a los líderes de los partidos tradicionales, los que hasta hace muy poco conformaban el sistema.