Los nuevos reyes y los Reyes del Mambo

NIL BERTRAN

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En las últimas semanas hemos podido ver cómo en España tenían lugar tres acontecimientos históricos: la abdicación del rey Juan Carlos, la proclamación del nuevo rey, Felipe VI, y la imputación de la infanta Cristina por el caso Nóos. No son hechos recientes, ni mucho menos, pero he pensado que para escribir sobre estos temas era mejor dejar pasar un tiempo, de modo que quienes lean este artículo se hayan olvidado un poco de todo lo sucedido y les sea más fácil reflexionar sobre ello.

La abdicación del rey Juan Carlos, en mi opinión, debería ser una buena noticia para el país. España necesita un cambio y por aquí puede empezar (aunque lo dudo). Creo que es una abdicación que llega tarde y mal; no debería ser posible que un cargo público como tal se ejerciera hasta que su representante quisiera. ¿No habría sido mejor que hubiese abdicado hace cinco años para ceder el cargo a alguien más joven y preparado? ¿No había nadie que le aconsejara que era mejor dejar paso a la nueva generación? ¿Cómo es posible que el poder de decisión de la duración del cargo del máximo representante del Estado resida en su propia persona?

Tras la abdicación, nos encontramos con un escenario nunca visto en España. Debíamos proclamar al nuevo rey y, como estaba escrito, el sucesor fue su hijo, el príncipe Felipe. Desde mi punto de vista, se cometió un grave error, pues teníamos ante nosotros una oportunidad histórica para mostrar al mundo ese sentido democrático del que tanto presumen nuestros políticos cuando les conviene al hablar de la Transición. ¿Por qué no pasó ni por la cabeza del Gobierno la convocatoria de un referéndum para que el conjunto del pueblo español decidiera si quería al nuevo rey o si prefería una república? Miles de personas se manifestaron reclamando dicho referéndum. ¿Por qué se hizo oídos sordos?

Cuando vi por televisión las imágenes de miles de personas manifestándose en múltiples ciudades de España con este objetivo, debo confesar que me sorprendí y al mismo tiempo me ilusioné. Me sorprendí porque vi que algo está cambiando en este país, muy despacio, quizá demasiado, pero que ya no es lo mismo que antes (los resultados de las elecciones europeas en España, en las que los dos grandes partidos sufrieron un batacazo histórico, confirman mi hipótesis). La ilusión que me crearon las imágenes duró bien poco, pues como es costumbre en este país se hizo caso omiso de las movilizaciones ciudadanas y se siguió adelante con el plan establecido. Felipe VI fue proclamado rey sin saber si contaba con el apoyo de la mayoría del pueblo: mejor manera de empezar, imposible.

Todo ello sin olvidar a quienes yo ya me he tomado la libertad de llamar “los Reyes del Mambo”: Iñaki Urdangarin y la infanta Cristina. Conviene no obviar que la infanta es hermana del nuevo rey; por tanto, si se confirman las imputaciones del juez Castro sobre el caso Nóos, se demostrará que la hermana de la máxima autoridad del país ha estado robando a todos los españoles (por resumir en cierto modo el sinfín de delitos por los cuales se los imputa a ella y a su marido). Por si fuera poco, la infanta tuvo la desvergüenza de declarar ante el juez a base de “no me acuerdo”, “no me consta” y “no lo sé”. Llegados a este punto, me pregunto: ¿cómo se mira al espejo esta persona?; ¿no le da vergüenza haber estafado al pueblo español (según parecen indicar todas las pruebas) aprovechándose de su posición privilegiada? Y, yendo más allá, una vez que la han cogido con las manos en la masa, ¿no se le pasa por la cabeza reconocer sus errores y, como mínimo, demostrar arrepentimiento?

Resumiendo mi crítica al sistema monárquico actual: tenemos un rey que se despidió mal y tarde, un nuevo monarca que fue proclamado sin saber si contaba con el apoyo popular y, además, una de sus hermanas al parecer robó a todos los españoles. Mejor, imposible. El único hilo de esperanza que me queda son las manifestaciones que se celebraron y los resultados de las elecciones europeas, que creo que van en esa línea: nos enseñan que algo está cambiando y que, aunque el sistema esté podrido, hay ganas de cambiar las cosas y de construir un país nuevo y para todos. 

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