Detrás de la ropa que consumimos

MANUEL SOUTO

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Recientemente, un medio de comunicación de Noruega ha realizado un 'reality show', titulado 'Sweat Shop' ('Fábrica de explotación'), que muestra cómo tres jóvenes noruegos se trasladan a Camboya para vivir durante un mes en las mismas condiciones que los trabajadores textiles de ese país: horarios de 70 horas semanales, sueldos míseros que apenas superan los 80 dólares mensuales y sistemas de seguridad más que cuestionables. Una de las participantes (la bloguera Anniken Jørgensen) quedó tan impactada tras la experiencia vivida que decidió emprender una campaña para denunciar la situación de los trabajadores de las filiales camboyanas pertenecientes a la multinacional H&M. La protesta ha tenido tal repercusión mediática que la marca sueca ha tratado de silenciar a la bloguera y ha solicitado reunirse con ella en su sede de Estocolmo.

Conviene recordar que en Camboya la industria textil supone una de las fuentes de ingresos más importantes (el 13% del PIB en el 2012), por lo que las grandes multinacionales textiles, conscientes de su poder en dicho país, se aprovechan de ello para imponer sus propias condiciones de trabajo, sus reglas del juego. En el 2012, una fábrica que trabajaba para Walmart y H&M cerró sin pagar el salario de varios meses a sus trabajadores, y en el 2013 Nike decidió despedir a 300 trabajadores textiles camboyanos por haber participado en huelgas para reclamar mejores condiciones de trabajo y salarios dignos. Por si fuera poco, en abril de ese mismo año, el derrumbe del edificio Rana Plaza, que albergaba varias fábricas textiles en Bangladés, se cobró la vida de 1.138 personas y provocó más de 2.000 heridos. De momento, las marcas implicadas (entre ellas Inditex, El Corte Inglés, Mango y H&M) que se comprometieron a contribuir al fondo de compensación para las víctimas no han aportado ni la mitad de los casi 40 millones necesarios, según denuncia la campaña Ropa Limpia.

Por otra parte, el trabajo infantil continúa siendo recurrente en la industria de la moda. En el 2012, un informe titulado 'Captured by Cotton' ('Atrapadas en algodón') relató el proceso de reclutamiento de miles de niñas y jóvenes indias por grandes fabricantes textiles de Tamil Nadu que suministran luego sus productos a grandes firmas internacionales como Inditex, El Corte Inglés y Mango. Ese mismo año, el canal televisivo France 2 emitió un reportaje de investigación que destapó el poco control existente sobre las empresas subcontratadas por Inditex en Nueva Delhi, acusadas de explotación infantil. Asimismo, el año pasado Zara recibió una denuncia por emplear mano de obra en condiciones similares a la esclavitud en Buenos Aires.

Tras todos estos recientes y continuos escándalos que muestran el despiadado mundo de la industria textil y la falta de escrúpulos de las grandes marcas multinacionales, cada vez son más los proyectos que surgen para proponer nuevas formas de producir moda y fomentar un consumo sostenible y responsable. En el 2011 nació Slow Fashion Spain, la plataforma referente de moda sostenible en España, que tiene como objetivo difundir y potenciar iniciativas y proyectos alternativos a la 'fast fashion' y que en el 2014 ha organizado las terceras jornadas informativas sobre Moda Sostenible. También en abril de este año se ha celebrado la primera Pasarela de Moda Sostenible en Barcelona, con motivo del Fashion Revolution Day (en conmemoración de la tragedia ocurrida en Bangladés), en la que desfilaron decenas de marcas con criterios de producción éticos y ecológicos. Hace poco se ha creado la página web Move to Slow Fashion, una tienda en línea que reúne decenas de marcas que fabrican de forma sostenible y que además promueve el reciclado de ropa mediante un servicio de recogida a domicilio. Existen asimismo numerosas tiendas en las que se fomenta una moda ética y sostenible, como Greenlife Style, y marcas que promueven la moda ecológica, como Ecoology, y que apuestan por una producción local, responsable y de calidad, como TrendySlang.

Hoy en día, muchas personas ya están concienciadas sobre la necesidad de cambiar el insaciable modelo de producción textil actual por uno más sostenible y de conseguir un mayor control sobre las condiciones en las que se fabrica la ropa que compramos. Cada vez más y más gente se cuestiona cómo es posible que estas multinacionales generen millones de beneficios mientras que las prendas resultan tan económicas, y si merece la pena consumir tanta ropa de usar y tirar sin saber cuáles son los dedos que incrustan las lentejuelas en el vestido. Como consumidores responsables podemos informarnos más y fomentar la compra en tiendas locales y de diseñadores independientes cuyo proceso de producción resulte más transparente. Debemos ser capaces de querer ver más allá del precio que marcan las etiquetas, ver las vidas que hay detrás de las prendas que vestimos y que, parafraseando a Eduardo Galeano, cuestan menos que la ropa que fabrican.