CAOS FERROVIARIO
Rodalies arruina el día a 80.000 clientes con un fallo general
CARLES COLS / CRISTINA BUESA / BARCELONA
Un fallo en el ordenador con el que Adif gestiona desde la estación de França la red de Rodalies y regionales puso en rojo a las 6.34 horas de ayer todos los semáforos ferroviarios. No es la primera vez que cae ese sistema informático. La última ocasión sonada fue el 5 de diciembre, pero entonces fue de noche. El incidente de ayer sucedió a las puertas de la hora punta de la mañana. Afectó, según cálculos de Renfe, víctima otra vez de Adif, a unas 80.000 personas. Reuniones anuladas, clases universitarias perdidas, tiendas abiertas con retraso, carreras por la calle para no llegar aún más tarde al trabajo... Lo que conlleva cada avería de Rodalies siempre es una enorme perturbación social.
El plus de ayer fue que aconteció tres días antes de una cita con las urnas y, tal vez por ello, se desbordó también el embalse político. Pasajeros y candidatos se quejaban por la mañana de lo evidente, que tanta inversión en la alta velocidad y tan poca en Rodalies pasa factura. La guinda inesperada fue que a mediodía se averió un AVE en el túnel de Sants (unos pasajeros con destino a Madrid se pasaron dos horas encerrados en los vagones) y que, después, a primera hora de la tarde, las líneas 9 y 10 del metro se quedaron también completamente fuera de servicio. Un día ciertamente aciago.
UN LABERINTO DE COMPETENCIAS
El centro de control de tráfico centralizado (CTC) cayó a las 6.34 horas y, cuando parecía que había sido reparado, volvió a inutilizarse a las 7.02 horas. Los sistema redundantes previstos para estos casos se revelaron ineficaces. El presidente de Adif, Gonzalo Ferre, que se desplazó hasta Barcelona ante la magnitud de la crisis ferroviaria, aprovechó esa cadena de errores para señalar como culpable a Schneider Electric (que recientemente ha comprado Telvent), responsable de ese tan delicado software. La técnica de cortafuegos de Ferre no funcionó. Lo sucedido puso sobre la mesa de nuevo lo laberíntica que es la cadena de competencias en esta materia.
Cuando el 5 de mayo Renfe sufrió una aparatosa avería que inutilizó las líneas R-3 y R-4, la Generalitat pudo abrir un expediente a la compañía por las molestias que aquel día sufrieron los usuarios (clientes, si se prefiere, pues algunos gastan el 10% de su sueldo por un servicio mal prestado). Ahora, como el CTC es una instalación bajo el paraguas de Adif, el Govern no puede hacer nada más que expresar su enojo. Punto.
«Este CTC, durante el año 2014, tuvo una tercera parte de problemas que el de Madrid, y ahora, en poco más de un mes, ha habido tres fallos». Ese fue el resumen de Ferre sobre lo sucedido. «Estamos dando un servicio fatal». Esa fue su mea culpa ante los afectados. El propósito de enmienda fue avanzar que sopesa sancionar a la empresa de informática y, si es necesario, prescindir de ella y buscar otra. Según dijo, el miércoles por la noche, Schneider realizó un reset general del CTC y después, por la mañana, fue incapaz de ponerlo en marcha, ni el sistema principal ni los auxiliares que se supone que deben estar a punto para suplir al primero.
LA DESINFORMACIÓN HABITUAL
Esa estrategia de reducir la jornada negra a la inoperancia de los informáticos de Schneider no resume bien, sin embargo, cómo se vivió en los andenes y en los coches lo sucedido. Durante el peor momento, más de 200 trenes estaban detenidos allí donde les cogió la avería. Alguno, de repente, avanzaba unos metros, como si se hubiera desatascado el desagüe, pero instantes después volvía a detenerse. Incluso cuando la red volvió a funcionar, la desinformación a través de los paneles de las estaciones era notable. De hecho, la comunicación solo era perfecta en un sentido. Las redes sociales y el teléfono transmiten en situaciones así y en tiempo real el enfado de los afectados.
«Cada mes pago 80 euros por el abono a un servicio patético», explicó Cristina Morera, profesora, cuya queja sirve de resumen perfecto de que el descontento con Rodalies no se limita a los días de avería, sino que es lo común. Tarda una hora de tren, cuando las cosas van bien, para cubrir un trayecto de 45 kilómetros. El problema para Renfe, Adif y para el Ministerio de Fomento es que lo usuarios pueden comparar Rodalies con el servicio de Ferrocarrils de la Generalitat. La frecuencia de paso en esta segunda red puede ser, si es necesario, de dos trenes cada tres minutos. En Rodalies tiene que haber un paréntesis mínimo de cinco minutos.
Por eso, aunque consciente de que esta es una aventura hoy por hoy imposible, el conseller de Territori, Santi Vila, retomó la vieja reivindicación del traspaso total de Rodalies, porque la fórmula actual apenas deja margen de actuación, más allá de salir en público, dar la cara y pedir disculpas por el deficiente servicio prestado.
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