Una gran 'llotja'

El 'president' Artur Mas y el líder de ERC, Oriol Junqueras, se saludan al término de la conferencia.

El 'president' Artur Mas y el líder de ERC, Oriol Junqueras, se saludan al término de la conferencia.

XABIER BARRENA / BARCELONA

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«Alcaldes, concejales, altos cargos», repetía continuamente una trabajadora de la Generalitat por el pasillo central del Auditori del edificio Fòrum. «Hola, yo soy subdirector», apuntó tímidamente un hombre trajeado y que, seguramente, llevaba ya 12 horas fuera de casa. «No, vaya más adelante», replicó amablemente la funcionaria. Si hubieran llevado cruces a cuestas, parecería un gag de Monty Phyton.

Y es que la joya de la corona de la zona Fòrum, el costoso triángulo azul diseñado por los suizos Herzog&deMeuron, y el auditorio que esconde, pareció ayer un enorme palco del Camp Nou, la llotja, ese espacio de encuentro de las élites en el que, si bien está prohibido hablar de negocios, el trasiego de tarjetas para llamarse el lunes es frenético.

«Hola, yo soy director general», afirmó un señor en un tono de voz de esos que indican que ser director general debe de ser la bomba. «Ah, muy bien, pues al bloque de directores generales», respondió otra funcionaria, señalando un espacio lleno de directores generales hablando entre ellos.

La puesta en escena fue grandilocuente. La caja escénica del Auditori del Fòrum es poco profunda, pero muy alta. La pared del fondo, de bloques de hormigón desnudo, con la iluminación, cogía cierto aire de muralla romana. En el escenario, solo Mas, su atril y, por detrás, una senyera sobre una peana cúbica de hormigón que, de lejos, parecía un dadito de queso. Imagen que el mástil reforzaba, por cierto.

«Hola, yo soy de Lleida», preguntó otro asistente. «¿Perdón?», respondió la cada vez más agobiada funcionaria. «Que soy de Lleida, ¿dónde me siento?» Estupefacción.

Comité de recepción

Oriol Junqueras bajó por las escaleras hasta el área reservada a los políticos exactamente a las 19.30. Saludó al exconseller Josep Maria Cullell y luego se integró en el corrillo que capitaneaba, como es habitual en todo corrillo al que se acerca, Joan Laporta. El líder republicano se ubicó en la primera fila, con la presidenta del Parlament, Núria de Gispert, y miembros de la Mesa de la Cámara, como Anna Simó y Lluís Corominas. Todos ellos se quedaron de pie esperando la llegada del protagonista de la noche. En cuanto Mas empezó con los saludos, Junqueras se ladeó un pelín, como para preparar el apretón de manos. Mas saludó a De Gispert, a Simó y alargó la zancada y saludó a tresbolillo a Junqueras. Si hubiera habido agua cerca, la frialdad entre ambos líderes, la habría convertido en cubitos.

En el momento cumbre del discurso de Mas, cuando a la tercera referencia a la querella recibida, por  fin, el auditorio se puso en pie, aplaudiendo y gritando aquello de «independencia», Junqueras se levantó, sí. Pero con las manos paralelas y pegadas a las piernas y, como mucho, con el pulgar en el bolsillo. Simó sí aplaudió a rabiar. Ramon Espadaler no. El señor de Lleida, a rabiar.

«Hola. Soy de... (menciona una entidad cívica), con una Creu de Sant Jordi (como quien habla de Ligas o Champions)». «Siéntese dónde pueda», fue la respuesta, siempre amable de la funcionaria. El aforo se había completado.

El parlamento fue un Mas clásico. Con sus metáforas marineras y otras más costumbristas, como la de la pareja que se saca el carnet de conducir. Con sus gotas de ese humor particular que gasta el president, y que cabría encuadrarlo en el tietisme, blanco y un puntito travieso. Solo un puntito. «Un exceso de pit y...  ya me entendéis, no es bueno». Con esa apelación implícita a las gónadas masculinas que completan la frase catalana, Mas se ganó, incluso, risas ayer.

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