RITA BARBERÁ

Una alcaldesa de traca

El desliz lingüístico de la edil en el pregón fallero podría no ser un contratiempo para una alcaldesa que ha edificado su hegemonía en un control aplastante del escenario populista.

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POR LAURA L. DAVID

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Tenía solo nueve concejales (por los 13 que consiguieron los socialistas) y, a pesar de ser la segunda fuerza más votada, Rita Barberá (Valencia, 1948) se convirtió en alcaldesa de la ciudad en 1991 gracias al pacto de gobierno con la blavera Unió Valenciana de Vicente González Lizondo, a cuya formación acabaría por fagocitar. Así, y no mediante las sucesivas mayorías absolutas posteriores, se alzó Barberá con el bastón de mando de una ciudad que gobierna desde hace 24 años con altas dosis de populismo y una imagen de falsa campechanía forjada a base de controlar hasta el más mínimo detalle de su entorno.

Tres datos para situar su casi cuarto de siglo en el poder: Valencia es la tercera urbe más endeudada de España, su tasa de paro supera el 25% y mantiene al cargo mejor remunerado del país: Barberá -que también es diputada autonómica- declaró 156.000 euros brutos de ingresos en el 2013, frente a los 144.000 euros de Artur Mas. Pero a «la alcaldesa de España» -como la bautizó su amigo Mariano Rajoy, que siempre la ha visto como un activo en el PP- no se le conoce autocrítica.

Por eso, cuando el pasado lunes Barberá se dirigió a las cámaras-por iniciativa propia y antes de que ningún periodista le preguntara por ello- para pedir perdón por su bochornoso discurso en la Crida de las Fallas que en unas horas se convertió en viral, el gesto inédito fue visto por muchos como el inicio del final de su ciclo político.

Cargo amortizado

Casi todas las encuestas dan a Barberá por amortizada en las próximas elecciones municipales para las que ni siquiera está confirmada como candidata. Así que la alcaldesa de la hipérbole, implacable ante el adversario político, hubo de hacer acto de contrición para recuperar el escenario que domina con método actoral. «Me quedé en blanco (...) Pido disculpas a todo el mundo fallero. Pido perdón también a todos mis compañeros», asumía Barberá arguyendo que, en realidad-genio y figura-, llevaba el tema demasiado «trabajado».

 

Que la primera autoridad de Valencia no diera pie con bola en un idioma que no es su lengua materna -a pesar de tener antepasados catalanes, como apuntó Toni Mollá en su columna en EL PERIÓDICO El abuelo de Rita Barberá [www.elperiodico.com/es/noticias/opinion/abuelo-rita-barbera-1019757]-, y que en todo este tiempo no ha hecho ningún esfuerzo en aprender, no tuvo que ver tanto con un lapsus línguae sino con el saber estar en un acto institucional que lleva implícito el cargo.

Rifirrafe con los petardos

Sin embargo, no es la primera vez que Barberá pierde la compostura a costa de las Fallas. Sonado fue también el vídeo que en el 2010 la mostraba tirando petardos contra los socialistas Jorge Alarte y Carmen Alborch y, al acercársele Alborch a coger uno, la popular le espetaba: «¡Y una mierda!».

 

Desde que en el 2009 estallara el caso Gürtel y se la comenzara a relacionar con la trama, el regalo de bolsos del caso Emarsa o, más recientemente, con el caso Nóos que ha puesto contra las cuerdas a su vicealcalde Alfonso Grau, Barberá ha espaciado sus visitas y sus apariciones públicas -nunca antes de las diez de la mañana- prácticamente se limitan a actos del PP, donde todavía sigue siendo la valenciana con más tirón. Pero ya no es aquella que, hasta la caída en desgracia de Francisco Camps, bajaba del coche oficial directa a los mercados de la ciudad, hasta donde se desplazaba siempre con una claque de jóvenes de Nuevas Generaciones y de señoras de avanzada edad, habituales en sus ruedas de prensa. Varias veces los vecinos la han increpado por la falta de equipamientos, por los recortes en limpieza o por sus presuntos coqueteos con la corrupción.

De un tiempo a esta parte, Barberá no concede entrevistas y tampoco debate con la oposición. En 1994, eliminó el debate sobre el estado de la ciudad, reanudándolo en el 2012, cediendo al vicealcalde Grau el papel para debatir con los portavoces del resto de grupos. Pese a ello una generación entera de valencianos no conoce otra alcaldesa que no sea ella. La identificación de Rita -así, a secas- con la ciudad es para muchos total.

Avalada una y otra vez en las urnas, Barberá ha patrimonializado proyectos y ha vendido como propios la llegada del AVE, el Premio de Fórmula 1, la Copa América de Vela, la Ciudad de las Artes y de las Ciencias o hasta la reconversión del antiguo cauce del río Turia en parque para los vecinos, a pesar de que ninguno de ellos llevan el sello de su consistorio, sino el de la Generalitat o el de anteriores gobiernos socialistas. Poco importa; ella -que quiso unos Juegos Olímpicos como los de Barcelona o una Expo también para Valencia- se jacta de haber puesto a su ciudad en el mapa, a pesar de la «herencia recibida» de los socialistas y de la continua «marginación» sobre la ciudad de la que siempre acusó a Zapatero.

Queda en el aire si el patinazo ante miles de falleros y multiplicado en internet contribuirá a llevarse por delante a Barberá o si, por el contrario, su discurso que «raya en la vacuidad, construido por adición de tópicos» y vende «sueños de grandeza», según describe el economista Josep Sorribes en su biografía no autorizada, Rita Barberá, el pensamiento vacío, tiene aún vigencia y le sirve para revalidarse una vez más.