Tras la ley de consultas, ¿qué?

Iceta dice que usar la ley para el 9-N es como querer pilotar aviones con carnet de coche

JOAN TAPIA

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Hay un momento revelador del reciente debate de Artur Mas con Miquel Iceta. El líder del PSC le pregunta por qué no convoca la consulta de acuerdo con la ley de consultas del tripartito, que, aunque recurrida por Zapatero ante el Tribunal Constitucional (TC), no está suspendida. Mas le responde que era una opción pero que, al tratarse de una ley de referendos, la convocatoria debía ser aprobada por el Gobierno y, visto lo visto, no lo sería.

Tiene razón Mas, pero el remedio es algo pueril. Como la ley Montilla no sirve, se hace una «ley de consultas no referendarias y participación ciudadana» y, luego, a su amparo, se pregunta por la independencia. Con una ley de consultas no referendarias hagamos una pregunta tan propia de un referéndum como un rascacielos, pero añadamos que sin efectos jurídicos vinculantes. Quizá se podría haber hecho previo acuerdo con un Gobierno de Madrid que no quisiera autorizar una consulta sobre la independencia (tampoco es algo normal en el mundo), pero dispuesto a hacer la vista gorda. Pero, como se ve, no funciona con un Gobierno nacionalista español. Aunque, eso sí, el conflicto puede tener consecuencias jurídicas y políticas graves, ya que incluso se ha barajado la desobediencia civil, aunque no de las personas -a lo Martin Luther King-, sino de las instituciones.

La ley de consultas no referendarias para las dos preguntas planteadas equivale -lo dijo Iceta- a obtener el carnet de conducir y pretender pilotar jumbos. Por eso luego hay que recurrir a la «astucia» y jugar al ratón y al gato con Mariano Rajoy: no te digo cuando firmo para descolocarte, quizá estés en China y tardas en recurrir, y mientras caliento motores para… Al final solo está la frustración o el choque de trenes -esperando que el pequeño crezca con la temperatura del conflicto como Popeye con las espinacas-. ¿Recuerdan que Mas habló una vez de David y Goliat?

Es una estrategia legítima, pero de final estéril o revolucionario. No conviene ninguno de los dos. La consulta -otra cosa es votar, porque los catalanes lo hacemos desde 1980 y, al contrario que en Escocia, nunca ha ganado un partido independentista- solo puede venir fruto de un pacto. Como en Escocia. Mas dice que el Estado no la autorizará nunca y Rajoy, que no lo puede hacer porque es inconstitucional. Quizá.

Pero el 18 de junio del 2006 los catalanes votaron en referéndum (legal y constitucional) permanecer en España con un Estatut que ampliaba competencias y nos reconocía como nación. Entonces, el 74% de los catalanes votó a favor de un texto aprobado por las Cortes españolas (previo pacto Zapatero-Mas) siguiendo las indicaciones de la CiU de Artur Mas, el PSC de Pasqual Maragall y la ICV de Joan Saura. Hace ocho años. Y no hubo ningún problema. El desastre vino cuatro años después, cuando el TC -tras varios incidentes y recusaciones- acogió un recurso del PP y derogó parcialmente lo que los catalanes habían votado libremente.

Y de aquellos polvos vienen estos lodos. Rajoy y Mas no tienen derecho a seguir gritando. Uno exhibiendo Escocia (aunque no el resultado) y el otro invocando que la Constitución impide la consulta. Y el país -el de aquí y el de allí- demostraría más vigor democrático si se lo recordaran. La democracia es débil cuando se olvidan recientes experiencias políticas que desautorizan comportamientos y discursos posteriores. Quizá el Estatut del 2006 equivalía a la tercera vía que David Cameron ha ofrecido a Escocia en los últimos días. El problema es que Rajoy no lo sabía.