"Si solo se vota por la gestión en BCN, ganamos de calle"

El alcaldable del PSC en Barcelona, Jaume Collboni, pasea por Sant Andreu junto a la vecina Maria dels Àngels Espert

JOSEP SAURÍ

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La primera, en la frente. «No te voy a engañar. Hace años que no voto al PSC, y antes siempre os votaba. Me tenéis muy desencantada. Desde que Maragall se marchó, he perdido la fe». Así, sin tapujos, pone el dedo en la llaga Maria dels Àngels Espert (64 años, diseñadora de orfebrería jubilada, dibujante, esmaltadora y licenciada en Historia del Arte). Jaume Collboni lo encaja, cómo no, con elegancia: «Me lo dice mucha gente, y lo entiendo. Pero hemos de recordar y reivindicar qué hemos hecho y qué representamos en la ciudad». El paseo con una ciudadana por Sant Andreu, ayer, del candidato socialista a la alcaldía incluye vistas panorámicas del esplendor, la caída y la travesía del desierto que afronta el  partido que  gobernó Barcelona durante más de tres décadas y al que los sondeos vaticinan un descalabro sin precedentes.

Aunque sostiene que «el gran vencedor de la encuesta del CIS son los indecisos», Collboni no se hace trampas en el solitario. «Tenemos un contexto político muy complicado, una crisis de confianza en la política que se ceba en los partidos tradicionales, y en Catalunya, además, el tema nacional nos ha provocado una crisis interna». Maria dels Àngels lo corrobora: «Os han hecho mucho daño vuestras discrepancias, el ahora me voy y ahora me quedo. ¿Cómo vas a votar un partido en el que sus miembros no se entienden entre ellos?».

Así las cosas ¿qué carta le queda por jugar al PSC en Barcelona? Collboni apunta sin dudarlo al orgullo de su legado: «Nosotros transformamos la ciudad, la proyectamos al mundo y a la vez la cohesionamos e impulsamos y equipamos los barrios». Nada que ver, a su juicio, con el mandato del actual alcalde, Xavier Trias: «Han sido cuatro años de paréntesis, de parálisis, sin proyecto, sin ideas, supeditados a la Generalitat, haciendo cuatro reformas en el centro para que sus electores estén contentos y olvidando el resto de la ciudad. Si fuera por lo que hemos hecho en Barcelona comparado con lo que ha hecho Trias, ganamos de calle. Estoy convencido».

Oposición constructiva

Lo que también da a entender la encuesta del CIS es que, ante una fragmentación de tal calibre, formar una mayoría va a tener mucha miga. Maria dels Àngels quiere saber con quién está dispuesto a pactar Collboni y con quién no, pero el candidato tira de manual y no suelta prenda: «Si soy elegido alcalde y no tengo mayoría suficiente, pondré un programa de progreso encima de la mesa, y quien esté dispuesto a desarrollarlo y a comprometerse en la gobernabilidad de la ciudad, adelante». ¿Y si, como pronostica el CIS, no gana ni mucho menos? «En ese caso no tengo en mente entrar en ningún Gobierno, pero lo que no haré es una oposición de barricada, de no a todo, como no la hice en este año y medio. La ciudad no puede quedar bloqueada».

Maria dels Àngels pregunta y Collboni responde sentados a una mesa del emblemático bar Versalles, punto final casi ineludible de una ruta por Sant Andreu iniciada en Can Fabra, el complejo de la antigua fábrica Fabra y Coats. Maria dels Àngels lo elige como ejemplo de las grandes asignaturas pendientes urbanísticas del barrio. Como los antiguos cuarteles y la futura estación de La Sagrera y su entorno, su transformación -con responsabilidades de distintas administraciones- no va ni mucho menos al ritmo que los vecinos quisieran. «No se ha hecho casi nada. Y no es cierto que  el ayuntamiento no tenga dinero», tercia Collboni. «Sí, pero lo presta a la Generalitat», se queja Maria dels Àngels.

De ahí a un clásico electoral, el mercado, que «da pena», asegura Maria dels Àngels. Mucho puesto cerrado, en efecto. «No hay competencia y es muy caro», explica. Collboni concede que hay que remodelarlo, pero rompe una lanza por los mercados: «Ya les gustaría a muchas ciudades del mundo tener una red como la nuestra».

La Gordíssima

«Era preciosa, esta casa, preciosa. Y ya ves ahora. Esto no tendría que pasar», se lamenta Maria dels Àngels frente a La Gordíssima, una casa ocupada en la calle de Pons i Gallarza, última parada camino antes del Versalles. «No, no debería pasar. Yo comprendo lo que plantean, su raíz contracultural, pero en esta ciudad hemos hecho muchos esfuerzos para ofrecer espacios a entidades». Y surge Can Vies, claro. «El lío llegó hasta Sant Andreu. Se quemaron contenedores enfrente de mi casa. No entiendo que destrocen la ciudad», dice la vecina. «Ahí había un problema enquistado que había que solucionar. Pero se había acordado con los vecinos que eso iba a ser zona verde, y debería haberse derribado. Y pasó lo que pasó, y el ayuntamiento hizo lo que hizo», recuerda el candidato.

A pesar de todos los pesares, periodistas y políticos somos viejos conocidos y sabemos de qué pie calzamos. Maria dels Àngels, fresca e incisiva, nos saca a unos y otros de esa (relativa) zona de confort. Aderezadas con algún recado a sus rivales y en especial a Trias Ada Colau -«en los últimos años la ciudad  se ha ido apagando; con el debate independentista y toda esa historia, nadie hablaba de ella. Hace falta un liderazgo, lo que él no ha hecho y ella no está en disposición de hacer»-, Collboni desgrana sus propuestas, centradas en el empleo, «que es lo que pide la gente y la prioridad contra la desigualdad». Sobre la mesa del Versalles se van amontonando un ambicioso plan de rehabilitación de 80.000 viviendas -«tenemos un parque muy antiguo; lo dignificaremos y revitalizaremos un sector que está por los suelos»-; la reactivación industrial «con industrias diferentes, limpias»; el cambio del modelo turístico -«si solo ofreces playa, sol y un poco de Gaudí, la gente viene a eso; hay que explicar otra Barcelona, y la oferta cultural es la clave»-...

¿Convencerá el alcaldable a Maria dels Àngels y a tantos como ella que perdieron la fe? Se sabrá el día 24. En cualquier caso, la ciudadana le regala un consejo: «Lo más importante para un alcalde es que pise la calle. Tiene que ser cercano y hablar con la gente; desde los despachos no se conocen los problemas. Tiene que ir a los barrios, y sin avisar, para que el concejal de turno no se lo ponga todo bonito».