BALANCE DE UNA TRAYECTORIA

El síndrome de Sitges

Raimon Obiols, el pasado 8 de marzo, en la presentación de sus memorias políticas, en Barcelona.

Raimon Obiols, el pasado 8 de marzo, en la presentación de sus memorias políticas, en Barcelona.

JOSÉ RICO / Barcelona

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En la película El puente sobre el río Kwai, el coronel Nicholson, al frente de un grupo de soldados británicos prisioneros de los japoneses, intenta levantar la moral y la disciplina de los suyos construyendo un puente ferroviario en plena selva. Para el coronel, el puente se convierte en el objetivo obsesivo y esencial, al margen del destino y la finalidad de los trenes que lo cruzarán. Esta es la metáfora que escoge el eurodiputado y exlíder del PSC Raimon Obiols en las memorias políticas que acaba de publicar cuando recuerda el congreso socialista de Sitges, en 1994, aquel en el que el ala catalanista perdió el control del partido tras un motín de los capitanes metropolitanos.

Una comparación que el autor utiliza para acusar a esa hornada de dirigentes que lograron deponerle dos años más tarde de anteponer la jerarquía, la fidelidad a la dirección y la preeminencia del aparato a los valores y el debate abierto, y que se envenena cuando sostiene que aquella concepción que triunfó en Sitges, mediante «trifulcas y travesuras», la reproducen los actuales dirigentes, herederos políticos de quienes encabezaron aquel movimiento.

«El puente -el aparato- es la obsesión y la coartada de su libido dominandi. Este es el error de quien, conscientemente o no, reduce un partido a una organización jerarquizada, autoritaria y cerrada, que limita gradualmente los elementos de libre discusión y el pluralismo interno», asevera Obiols en El mínim que es pot dir (RBA), un testimonio de la historia del socialismo catalán. Por ello, el hombre que comandó el PSC de 1983 a 1996 y luego patentó el obiolismo como alma durante años del sector catalanista del PSC diagnostica a aquellos capitanes (dirigentes forjados en las federaciones territoriales y en los ayuntamientos, liderados por Josep Maria Sala y José Montilla) lo que llama «el síndrome del puente sobre el río Kwai».

Aparato profesionalizado

«De un partido esponja se fue pasando a un peso creciente de un aparato profesionalizado y pragmático, premiando los elementos más fieles y acríticos y penalizando los más independientes; un partido quizá más eficaz en el corto plazo, pero más yermo y estéril con vista a su evolución futura», explica Obiols.

Ante la creciente indignación con los políticos, el eurodiputado socialista pide un cambio profundo y estructural de los partidos, «tan radical como sea posible», porque su continuidad aboca a una crisis grave de la democracia, ya que son «modelos organizativos del siglo XIX, con problemas del siglo XX, que afrontan problemas y retos del siglo XXI».

Una «flagrante contradicción» que no se resolverá, aclara, sustituyendo a los partidos actuales, sino implicando a la ciudadanía en su forma de funcionar, de comunicar y de financiarse, en su toma de decisiones y en la elección de sus candidatos. «Un sistema de partidos sin una amplia implicación real de muchas personas significa indefectiblemente el dominio público y mediático del dinero y de las correlaciones de poder existente», alerta Obiols, que aboga por un socialismo «sin adjetivos, sustancialmente democrático, sin dogmas ni patriotismos organizativos», basado en decisiones colectivas y un pluralismo «ordenado».

Buena parte del relato analiza la evolución del socialismo en Catalunya, destacando el éxito que, según el autor, significó, en 1978, la unidad en un solo partido de la federación catalana del PSOE, el PSC-Congrés y el PSC-Reagrupament. En una reflexión que también liga con el debate actual sobre el nuevo protocolo de relaciones con el PSOE, Obiols subraya que la integración de estas tres corrientes permitió evitar «una confrontación que podía dar lugar a una deriva lerrouxista». Reconoce que la negociación con el PSOE «no fue un camino de rosas», pero advierte de que la ruptura hubiera significado que «los sectores populares del país quedasen separados por la confrontación catalanismo-españolismo, por los sentimientos de identidad y por el uso de la lengua». Una división que el eurodiputado llama a prevenir también ahora que, por la actitud del Estado hacia Catalunya, «muchos puentes se han roto y los caminos parecen cerrados». Su receta es clara: el derecho a decidir.