LOS OTROS POLÍTICOS
Sin miedo, política
EL PERIÓDICO quiere dar la palabra a personas y colectivos que también tienen mucho que decir, en estos tiempos convulsos, sobre el funcionamiento de la democracia, sobre la cosa pública. Joaquim Brugué, catedrático de Ciencia Política de la UAB, fue director de Participació durante el Govern tripartito y dejó la comisión de control del 9-N denunciando falta de garantías democráticas.
Diálogo con Joaquim Brugué, catedrático de Ciencia Política de la UAB
Tuvo la osadía de desmarcarse del 9-N y fue triturado en las redes sociales. Unos le situaron al servicio del Estado opresor, otros le invitaban a 'shows' televisivos de conocida (in)decencia para abominar del proceso soberanista. «Me despido de los medios (de todos) y de Twitter», concluyó.
Por primera vez accede a hablar. Y a hablar de política. De participación, que es su especialidad. De saque, sorprende: reivindica a los políticos como un colectivo «excesivamente maltratado». Pero les ve atrapados, atenazados, incapaces de ver más allá de las próximas elecciones, de lo políticamente correcto. Tan atrapados como los ciudadanos que «no queremos hacer explotar el conflicto por miedo a perder lo que tenemos».
Pide por favor que miremos más allá de aquí y ahora. De acuerdo, pues, vayamos más allá. Dejamos la cafetería de la librería donde estamos -Brugué se acaba de comprar Sapiens, de Yuval Noah Harari, publicado por Edicions 62, y lo recomienda vivamente- y nos elevamos más allá de Barcelona, de Catalunya, de España y del hoy.
¿Cómo nos organizaremos dentro de 50 años? La política será participación o no será, avanza. «Solo podremos tomar decisiones inteligentes mirando desde diferentes perspectivas y generando diálogos entre ellas». Eso no equivale a que se acaben los intermediarios, ni los representantes políticos. No. El Brugué más políticamente incorrectísimo sostiene: no hay nada más útil al poder auténtico (el 1%, los mercados o como quiera que se llamen) que la democracia solo basada en apretar el botón del voto constantemente, algo «absolutamente manipulable por una pequeña minoría». En especial en la era de la comunicación en forma de espuma banal.
«Que aquí nos vayamos distrayendo con consultas populares… a los grandes intereses económicos les parece fantástico. Disfrutan como camellos. Lo que les preocuparía es que quien se ponga las pilas sea el presidente de la UE, con decisiones, imponiéndoles impuestos». Pregunta abierta: «¿Cómo se garantiza la calidad de la deliberación previa en democracia cuando los medios pueden jugar a determinadas cosas, cuando hay intereses económicos detrás de estos medios?».
Antídoto: la nueva política será de proximidad, sí, pero también global, para «dotarse de algo que a la propia política no le gusta comentar, que es el poder, la autoridad e, incluso, la capacidad de coerción». ¿Y dónde quedan los estados, como el que muchos quieren construir en Catalunya? Pues en ningún lugar. La construcción del Estado nación, recuerda, es del siglo XVIII. Vamos a construcciones superiores, porque, como dice Immanuel Wallerstein, el Estado hoy es el que nos cura, nos da educación y servicios sociales, pero, al mismo tiempo, es un instrumento demasiado limitado para luchar contra ese 1%.
Generación frustrada
¿Y el conflicto soberanista, pues? Brugué pronostica que los actuales actores no lo solucionarán. Están atados. «Será un aprendizaje doloroso y generará mucha frustración». Es más, «seremos una generación frustrada». Por ello, aplaude, pide, casi implora que aparezcan nuevos actores políticos, aunque digan cosas no convencionales. El éxito de Syriza, apunta, es que cuestione la estabilidad: «Syriza o Podemos pueden tener elementos de demagogia, pero tienen algo muy positivo: perder el miedo. Es un voto valiente».
Homenaje final a Espriu: Brugué pide 'Salvar els mots'. Se cabrea al ver cómo se instrumentalizan conceptos muy sólidos como 'democracia' y 'participación', al servicio solo de uno u otro partido. U otros como 'casta', 'nueva' y 'vieja política', 'derecho a decidir'... Eufemismos puros y vacíos. ¿Y la izquierda? «Corre el riesgo de reproducir lo que hacen los actores tradicionales, buenos y malos: tacticismo, provincianismo y mirada corta».
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