LA GUERRA DE LAS PERSONAS

Rosa Escolà Triadú: "Mi madre tuvo que hacerse fuerte"

ROSA ESCOLÀ TRIADÚ (Barcelona, 1932) Huyó a Anglès con su familia tras la primera bomba. Su madre, una chica bien con espíritu superviviente, hizo que la familia saliera adelante en Argelers, Bram y Rivesaltes.

Rosa Escolà Triadú

Rosa Escolà Triadú / periodico

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Asus casi 84 años, Rosa Escolà Triadú conserva buena parte del estilo y el atractivo de antaño. El parecido con su madre es asombroso. Maria Triadú i Pairó (1910) fue la única superviviente de 10 hijos. Por miedo a perderla a ella también, sus padres la criaron entre algodones. Pero cuando tenía 18 años su madre murió y su padre volvió a casarse rápidamente. Poco dispuesta a vivir con su madrastra, decidió casarse con su padrino, Vicenç Escolà, seis años mayor, enamorado desde siempre de ella y con un buen trabajo en la policía secreta de la Generalitat. Estaba decidida a quererlo y, al parecer, lo consiguió.

Esa misma determinación acabaría siendo crucial para que ella y sus dos hijas lograran sobrevivir en los duros campos de refugiados de Argelès, Bram y Rivesaltes. "De niña vi gente que no se movía de la colchoneta y lloraba todo el día. Mi madre era una mujer que no había trabajado nunca fuera de casa, pero la guerra la obligó a hacerse fuerte. Gracias a ella, que era una persona muy espabilada y simpática, capaz de meterse en el bolsillo a cualquiera, salimos adelante. Recuerdo que nos despertaban por la noche porque una estaba de parto o un niño tenía fiebre. Gritaban Marie, en francés. Ella era el alma de la barraca", asegura.

De no haber caído la República, Maria habría seguido siendo Maria, disfrutando de una vida cómoda en un piso alquilado de la calle Guifré de Barcelona. "Mi padre tenía un buen trabajo en los servicios de inteligencia de la policía y ganaba lo suficiente para mantener a mi abuelo, mi madre, mi hermana y yo. Su sueldo era el único que entraba en casa", recuerda Escolà. La memoria le devuelve la imagen de un gran despacho con una mesa desde la que se controlaba la Via Laietana y otra ventana que daba a la calle de atrás.

17.000 PESETAS

"Cuando cayó la primera bomba, mi padre llegó a casa y dijo que nos teníamos que ir a Anglès, el pueblo de los abuelos", explica. Escolà no podría asegurar si esa primera bomba fue el artefacto que disparó el portaviones Amadeo de Saboya desde el mar, en noviembre de 1937. Solo recuerda que pasó en el pueblo, donde "todo el mundo era muy franquista", la mayor parte de la guerra. El abuelo llevaba consigo una cartera verde con 17.000 pesetas, los ahorros de su vida. "Era dinero de la República y no valdría de nada. La cartera se convirtió en un juguete para las nietas durante toda la vida", explica.

La iglesia de Anglès, en alto, ofrecía una buena vista de Girona. Escolà salía del entierro de una amiguita suya cuando vio las bombas caer sobre la ciudad. "A los pocos días llegó mi padre. Dijo que la guerra estaba perdida y que se iba hacia Francia. Mi madre no había trabajado nunca y no quiso quedarse sola en Anglès", explica.

A Escolà, una niña, le costó entender quiénes eran los que les tiraban las bombas durante la retirada: "En Anglès me habían dicho que los franquistas eran los buenos y era imposible que los buenos estuvieran bombardeando niños. Llegué a la conclusión de que quizá eran los malos los que nos disparaban para que no nos fuéramos".

En los campos de refugiados, Triadú se convirtió en otra personas. Con su pelo rubio platino, que empezó a teñir con amoniaco, su presencia era sensacional. "Siempre se buscaba trabajo, el que fuera. Llegó a jefa de cocina en Argelers", afirma su hija. Después de tres años en Francia y ya en Barcelona, Triadú se dedicó a hacer estraperlo con carne blanca. "La escondía bajo las faldas y la llevaba a vender a Barcelona", apunta. "Mi padre, en cambio, volvió desmoralizado y sin apenas ganas de trabajar. Los trabajos que consiguió fueron gracias a mi madre. Yo me identifico totalmente con ella. Nunca he tenido miedo de nada", asegura la hija.