el Rey abdica

El Rey desnudo (de consejo)

El Monarca apenas aceptaba asesoría en los últimos años pese a haber tenido estrechos colaboradores en el pasado

ÚLTIMA ETAPA. En la foto superior, del 2002, Juan Carlos ante el jefe de la Casa del Rey, Fernando Almansa (centro); el secretario general de la Casa, Rafael Spottorno (izquierda), y el jefe del Cuarto Militar, Gonzalo Rodríguez de Austria (derecha).

ÚLTIMA ETAPA. En la foto superior, del 2002, Juan Carlos ante el jefe de la Casa del Rey, Fernando Almansa (centro); el secretario general de la Casa, Rafael Spottorno (izquierda), y el jefe del Cuarto Militar, Gonzalo Rodríguez de Austria (derecha).

TONI AIRA
BARCELONA

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Juan Carlos I hacía tiempo que básicamente se toleraba a sí mismo como consejero, y aún gracias: «Ha sido desde hace años su gran y casi único asesor. Ya nadie le tosía», asegura una conocedora a fondo de la Casa del Rey. Ya no tenía a nadie que hiciera como el niño de la fábula y lo señalara diciendo que iba desnudo. Pero eso no fue siempre así. Más bien todo lo contrario. El Monarca tuvo estrechísimos asesores, preceptores ya de muy joven, que le influyeron mucho y que fueron buena parte de la explicación del éxito en su construcción y consolidación como líder. Pero su éxito y su progresivo repliegue en sí mismo y en su indiscutida autoridad seguramente explican la decadencia de su reinado y finalmente su abdicación a regañadientes.

Juan Carlos tuvo varios preceptores desde pequeño. El primero de todos ellos, cuando estaba interno en Suiza, Eugenio Vegas Latapie, que había sido miembro destacado de la secretaría política de su padre, Juan de Borbón, primero en Lausana y después en Estoril. Posteriormente, a partir de 1955, el entonces Príncipe tendría como gran preceptor al militar y noble Nicolás de Cotoner y Cotoner, marqués de Mondéjar, a quien con los años describiría como «padre adoptivo» y «fiel consejero». No en vano, sería nombrado jefe de la Casa del Príncipe en 1964, con éste de heredero al trono.

Y no muy allá, ya con Juan Carlos nombrado «sucesor a título de Rey», sería cuando Torcuato Fernández-Miranda, su profesor de Derecho político (y más adelante presidente de las Cortes españolas entre 1975 y 1977), se convertiría en uno de sus «consejeros políticos» clave durante unos años decisivos. Fernández-Miranda, de hecho, fue uno de los ingenieros intelectuales más determinantes en el desmontaje del franquismo desde dentro. No en vano, había sido un hombre del régimen a la vez que uno de los principales encargados de educar políticamente al entonces Príncipe, junto con un marqués de Mondéjar que a partir de la muerte de Francisco Franco pasó a ser jefe de la Casa del Rey, en 1975, un cargo que ostentó hasta 1990, cuando lo sustituyó Sabino Fernández Campo.

Fernández Campo, protector

Pero Fernández Campo, aquel 1990, ya hacía años que era de facto el gran consejero, asesor y sobre todo «protector» del Rey. De hecho, en 1977 ya había sido nombrado secretario general de la Casa del Rey, en sustitución del general Alfonso Armada, después implicado en el intento de golpe de Estado del 23-F pero durante años también preceptor y consejero de Juan Carlos. Y ahí Sabino estuvo los años clave de la transición y más allá, hasta 1993. Fue el gran guardián del mensaje del Monarca, de quien cuidó el relato y su aura de gran estadista impoluto hasta que las circunstancias y el mismo Rey se lo permitieron. De hecho, él, el gran «solucionador» desde la sombra de todo lo que afectara a la imagen y la figura del líder y de la monarquía, fue realmente durante años aquel imprescindible «niño» que señalaba las vergüenzas del Rey y de su entorno. Hasta que el mismo Juan Carlos se cansó definitivamente. Eso sí, animado en la decisión por ese entorno que veía en Fernández Campo una influencia que le competía demasiado. Un destacado en la lucha palaciega para hacer caer Sabino fue Manuel Prado y Colón de Carvajal.

Prado, descendiente del descubridor Cristóbal Colón, fue durante años el administrador privado del Rey, además de gran amigo y «eminencia gris» sin cargo oficial que estuvo con él unos años determinantes como el mismo 1981 durante el 23-F, que vivió en ojo del huracán, a un palmo del Rey, junto con Sabino, la reina Sofía, Mondéjar y pocas personas más que configuraban el círculo más íntimo del Monarca en la Zarzuela. Juan Carlos, en el libro a modo de memorias que escribió de él a partir de varias entrevistas en profundidad el aristócrata José Luis de Vilallonga, lo describía como «un amigo muy íntimo (...), el único en quién podía depositar mi confianza». Y lo decía en referencia a las misiones más que delicadas que por ejemplo en los últimos momentos del franquismo encomendó a un Prado que hacía llegar clandestinamente mensajes tranquilizadores a actores clave del momento como el comunista Santiago Carrillo. Su proximidad con el Rey fue máxima, pero también la tuvo con empresarios como Javier de la Rosa, que lo arrastró en su caída, a partir de 1993. Y así, en pocos años, y cuando el muro de silencio mediático alrededor del Monarca empezaba tímidamente a agrietarse, este fue perdiendo a la vez el núcleo duro que lo asesoraba y que cuidaba de él en palacio, ya fuera desde la máxima autoridad o desde la máxima amistad.

Cambios en los años 90

Así fue como, a principios de los 90, el Rey se fue quedando desnudo de consejeros clave que pudieran influir en él hasta el punto de hacerle cambiar de opinión u orientarlo en contra de su criterio. Se fue quedando sin el consejo más sincero y potente de personas que le habían ayudado a lograr el poder, que le habían asesorado en los momentos clave que lo consolidaron como jefe del Estado y que no le bajaban la cabeza ante el primer reproche o grito. Se iba quedando sin el consejo de sus más valiosos amigos, preceptores y consejeros, precisamente cuando la sociedad empezaba a avanzar hacia un escrutinio colectivo y mediatizado que también afecta a las instituciones y a sus líderes, cada vez más expuestos a un desgaste acelerado.

En los últimos tiempos, dicen los que le conocen bien, uno de los pocos a quienes aún escuchaba en momentos clave y con opciones de hacerle algún caso era Alberto Aza, diplomático que había sido jefe de Gabinete del presidente Adolfo Suárez y que primero relevó Rafael Spottorno como secretario general de la Casa del Rey y después a Fernando Almansa (el sustituto de Sabino) como jefe de la Casa (2002). A él lo sustituiría en este último cargo el actual titular, Spottorno, un diplomático de ida y vuelta en el lugar.

Y con estos consejeros áulicos, unos con mayor fortuna e influencia que otros, por la Zarzuela de Juan Carlos han pasado un montón de equipos de comunicación y de prensa, con muchas plumas ilustres como el escritor Baltasar Porcel contribuyendo a la elaboración del discurso del Monarca. El actual director de comunicación de la Casa del Rey es el periodista Javier Ayuso, a quien precedieron nombres como Juan González-Cebrián o una Asunción Valdés que durante años tuvo de adjunto el periodista catalán Jordi Gutiérrez, que para asumir sus funciones en el ala oeste de la Zarzuela dejó de ser delegado de TV-3 en Madrid después de casi 10 años dedicándose a ello.