Análisis

La reforma, el 20-N y la estrategia de Cruyff

Rubalcaba y Duran Lleida, ayer en los pasillos del Congreso.

Rubalcaba y Duran Lleida, ayer en los pasillos del Congreso.

ANTÓN LOSADA

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Se impone la metáfora futbolística en la política española. «Hay partido», dicen unos. «Van a golear», sostienen otros. Dos finos madridistas comoMariano RajoyyAlfredo Pérez Rubalcabarecordarán cómo, en la temporada 1991-92 y en el Heliodoro Rodríguez, el míticoDream Team arrebató el título de Liga a lo que quedaba del añorado Real Madrid de laquinta del Buitre. A los blancos los entrenaba el correosoRadomir Antic. Habían llegado a disfrutar de ocho puntos de ventaja. Incluso, en el fatídico partido ante el Tenerife se habían adelantado con dos goles. No fue suficiente.

Aquella tarde soleada de junio,Johan Cruyff recogía el fruto de un discurso hábilmente articulado durante todo el campeonato. Concluía con una hipótesis donde al final logró hacer coincidir a la mayoría: «El Madrid juega mal y el fútbol lo ponemos nosotros». Una tesis que aún fundamenta la actual supremacía del guardiolismo. Todas las magistrales ruedas de prensa del holandés se concentraban en propagar un mensaje sobre el aburrido balompié que ejecutaba su rival: gana, suma puntos, mete goles, pero el Madrid no juega bien. La reivindicación de un fútbol imaginativo, elegante y maravilloso la hacía su escuadra sobre el campo. Y esa es una llamada que nadie a quien le guste este deporte podía desatender. No se trata de que gane quien sume más puntos, se trata de que triunfe quien juegue mejor. El oportunismo aporta títulos y goles. Pero solo la clase y la calidad construyen las leyendas que todos anhelamos y recordamos.

La política se parece mucho más de lo que creemos al fútbol. Hay oportunidades, goles en propia meta y de los otros, casualidades y azar, pero también estrategia y contraste entre formas alternativas de entender el mundo. Existenhooligansy forofos, pero a la mayoría nos gusta que gane el mejor líder, no solo aquel que está en el sitio adecuado en el momento justo. El oportunismo puede permitir ganar unas elecciones, pero solo el liderazgo asegura las victorias épicas.

El escenario previo al 20-N recuerda mucho la historia de aquella Liga 1991-92.Rajoyha ganado de largo el campeonato de invierno. En los sondeos le mete una montaña de puntos a su rival. Casi la única esperanza a la que puede agarrarse el candidatoRubalcabareside en que los votantes le valoran más. «Va a ganarRajoy, pero es mejorRubalcaba»puede sintetizar lo que piensa mucha gente. La comparativa de liderazgo sale casi tan abrumadora como la comparativa de intención de voto.

«Rajoy no convence y la política la pongo yo». Lograr que cale esa idea- fuerza, y convertirla en un lugar común que cualquiera suscriba, constituye la mejor opción para el candidatoRubalcaba.Su ejecutoria parece ir por ese camino al rehuir el bronco cuerpo a cuerpo que le proponen a diario. Cuando no se le cruzanZapateroy su obsesión por no pasar a la historia como el inquilino de la Moncloa cuando España debió pedir ser rescatada. Entonces, nadie puede aventurar el daño que harán asuntos como la reforma exprés de la Constitución. Menos de cuanto se dice en los medios y más de cuanto piensan en Ferraz.

El candidatoRajoysabe que solo debe mantener la posesión de la pelota y administrar el esfuerzo y su ventaja. Evitar cualquier riesgo de cometer un error que vuelva indiferentes a los suyos, o movilice a los otros. Cuanto menos juego, mejor. Cuantas menos oportunidades de gol, mejor. No debe permitirse el riesgo de fallar alguna y sulfurar a los suyos. El problema de esta estrategia es su sostenibilidad. El votante nunca castiga pasearse por el país sin decir algo sobre lo que uno piensa hacer y derrochando alabanzas sobre la gastronomía o las costumbres locales, hasta que un día empieza a castigarlo y ya no hay marcha atrás. Nadie sabe cuándo llega ese día, pero siempre llega.

Si la campaña bascula sobre la crisis económica y reproduce el sobado esquema de ocurrencias de márketing, búsqueda de impactos informativos y subasta al alza de promesas, al candidato popular le resultará fácil practicar el centrocampismo que tan bien le va. El candidato socialista podrá robarle el balón, pero le resultará imposible dominarlo. La rebaja temporal de la desgravación del IVA por la compra de vivienda nueva es el ejemplo.

Si la campaña abre un espacio para la acción política y el debate transita por el terreno de los modelos y los valores, ese votante biconceptual del que hablaLakofftendrá mucho en qué pensar. Propuestas como la reforma de las diputaciones o la del escaño 351 han permitido contrastar modelos alternativos. Y también verificar que el rival anda lento y se ha vuelto perezoso, le cuesta trabajo pensar respuestas cuando tiene que salirse del guión.

El candidatoRubalcabadisfruta una ventaja de la queCruyffcarecía durante aquella Liga: la preferencia del votante medio por el equilibrio en el reparto del poder que apuntan muchos estudios de ciencia política. Demasiado poder en manos de una única opción, valoran. A la gente le gusta que haya competencia para poder elegir mejor. Tantas administraciones en manos del mismo partido parece más de lo que muchos votantes pueden soportar.