CATALUNYA DESDE LA BARRERA

Puentes que amenazan ruina

6 3VALENCIA 8 Javier Carbonell, 21 años, estudiante de Ciencias Políticas y de Filología Hispánica. Acude al encuentro con un compañero de estudios.

Dos jóvenes valencianos apelan a los lazos culturales y sentimentales con Catalunya para oponerse a la independencia

JOSEP SAURÍ / VALENCIA

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Si la relación entre Catalunya y lo que de momento es el resto de España ya es de por sí complicada, la cosa vista desde Valencia se embarulla más todavía. Muchos y muy fuertes lazos de todo tipo, también económicos, por supuesto, pero sobre todo culturales, políticos e incluso de sangre. Emociones profundas, influencias. Y también tensiones. Puentes cimbreantes y una legión de dinamiteros siempre dispuestos. Mucho lío, que diría Rajoy. «Pues claro que entiendo a los catalanes cuando se quejan de que se les diga que son españoles, pero que lo que les pasa es que les han comido la cabeza. Les tiene que fastidiar tanto como a mí cuando me dicen que soy catalán pero no lo bastante porque también me la han comido», suelta, así para empezar, Javier Carbonell.

Porque ¿de qué Valencia hablamos? ¿Del País Valencià de Joan Fuster? ¿Del Reino de Valencia de González Lizondo? ¿De la Comunidad Valenciana de las repetidas mayorías absolutas del PP de ZaplanaCamps Barberá? ¿La Valencia de Raimon, la de Eliseu Climent. la de Mònica Oltra, la de Fabra (Alberto), Fabra (Carlos) y Fabra (Andrea)? ¿La del himno que ofrenda glorias a España, o la del retrato de Felipe V colgado del revés en Xàtiva?

De todas y de ninguna, claro. Esto no va de cartografía política ni de demoscopia fina, sino de conocer una mirada, en este caso la de Javier, «valenciano y español», y la de su compañero de estudios Emilio Vivó, de 20 años, «muy español». En el Pantalán, uno de la miríada de bares del coqueto mercado de Colón, a tiro de piedra del Jardín del Turia y sus puentes, los dos apelan a los lazos: «Tengo muchos amigos catalanes, mis apellidos son megacatalanes, hablo catalán, leo a autores catalanes... Me sabría muy mal que todo eso que es parte de mi contexto cultural se convirtiera en extranjero», dice Javier. Emilio coincide;  «El abuelo de mi abuelo era catalán. Con la independencia de Catalunya sentiría una ruptura de mi identidad».

Emilio apela también al bolsillo, porque lo que intuye bajo los puentes en precario es un foso con cocodrilos: «Se podría destruir el tejido económico de España. Vas al Mercadona, vas al Consum, y todo está hecho en Sabadell, en L'Hospitalet. Todo es catalán». Más argumentos: Javier no cree que Catalunya tenga motivos para no sentirse respetada en España. «Es verdad que históricamente ha estado mal vista y su lengua ha sido perseguida, pero hoy en día, después de casi 40 años de democracia, los catalanes tienen todas las posibilidades para expresar tranquilamente su catalanidad: escribir en catalán, hablar en catalán, educarse en catalán...», sostiene.

CONTINUO PEDIR

Entonces ¿dónde está el problema? «En que unos creen que el sentimiento nacionalista es motivo para crear diferencias políticas y los otros entienden que eso rompe la igualdad de todos los ciudadanos», opina Javier, que se remite a un Estado de las autonomías «diseñado para acomodar las diferencias de catalanes y vascos. Pero luego quieren más y más, esto es un continuo pedir. Claro, al final lo que quieren es construir una estructura de Estado y cuando la tengan entera y ya hayamos cedido todo lo que podamos ceder, adiós». ¿Puentes levadizos?

Así las cosas, la posición del Gobierno de Rajoy es, para Emilio, muy complicada. «¿Qué va a hacer? Es muy peligroso saltarse la ley. Si Catalunya lo hace ¿por qué no puede hacerlo el ciudadano de a pie al que están desahuciando?«.

En líneas generales, pues, hay coincidencia en el diagnóstico, pero no en las recetas. Javier es partidario de una opción federalista asimétrica, «aunque eso fastidie a mucha gente, y con razón». A él tampoco le gusta nada. «¿Por qué unos sí y otros no? Es difícil de vender a los demás, pero hay que ser prácticos. En Quebec y en Escocia ha funcionado. Estoy dispuesto a pagar ese precio porque la otra solución, que Catalunya se independice, me parece mucho peor».

Emilio no está por la labor. Su apuesta, «un esfuerzo refundacional». Unidad pero no a través de la imposición, sino «de la mezcla, del mestizaje. Españolizar Catalunya y catalanizar España». Javier es optimista porque ve claro el camino: «Una propuesta clara de tercera vía por parte del Gobierno central atraería a muchísimos catalanes que, como no la tienen, ahora se están yendo». Para Emilio, en cambio, los puentes amenazan ruina inminente: «He estado en Barcelona hace poco y vi que la cosa es más grande y está mucho más avanzada de lo que creemos aquí. Se palpa en la calle».

¿Qué opinas de cómo ven a Catalunya desde el resto de España?