GEOMETRÍA VARIABLE

¿Puede haber un Rajoy-3?

Aspira a pasar de ser el presidente rodillo al que negocia todas las decisiones

El presidente del Gobierno en funciones y candidato a la reelección, Mariano Rajoy, durante su discurso en el debate de investidura, este miércoles, 26 de octubre.

El presidente del Gobierno en funciones y candidato a la reelección, Mariano Rajoy, durante su discurso en el debate de investidura, este miércoles, 26 de octubre. / periodico

JOAN TAPIA

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Es la primera vez desde 1977 que un aspirante a presidente del Gobierno no solo no presenta un programa concreto sino que explicita que el Ejecutivo que está a punto de formar puede carecer de las imprescindibles cualidades de solidez, capacidad de gobernar y estabilidad. Este fue el eje del discurso en el que Mariano Rajoy intentó un ejercicio alambicado, casi imposible. No renegar de su trayectoria -rodillo basado en la mayoría y la prepotencia- y, al mismo tiempo, parir un nuevo Rajoy que dice que solo se podrá gobernar si se está «abierto al diálogo y dispuesto a negociar todas las decisiones».

Es cierto que Rajoy no empezó ayer mal porque reconoció que todos los asuntos importantes que citó -pensiones, diálogo social, modelo educativo, financiación autonómica, limpieza de la vida pública y presupuestos del 2017- deben ser «abordados en común» y que además «no serán acuerdos sencillos». Significa de entrada reconocer -pese a no ser lo más relevante- que la 'ley Wert' debe ser enterrada. Y cuando habló de «giro al diálogo social», solo puede querer decir que está dispuesto a revisar aspectos de la reforma laboral.

El tono de Rajoy fue a la vez humilde («solo no puedo gobernar») pero también firme: la creación de empleo es necesaria para mantener el Estado del bienestar y el balance de la pasada legislatura es positivo.

CONFIANZA Y CREDIBILIDAD

El problema es el de la confianza y el de la credibilidad que tanto invoca. Gobernar con acuerdos implica antes que nada la colaboración con el PSOE -lo reconoció explícitamente al hablar de los presupuestos-, pero los socialistas casi se han roto por la decisión no ya de colaborar sino solo de no vetar su investidura. ¿La culpa es del PSOE o de su actitud en las dos legislaturas de Rodríguez Zapatero y en la de su mayoría absoluta? El nuevo Rajoy tiene una tarea complicada porque podría pasar que, pese a su voluntad de consenso -sin garantías de que sea cierta-, el PSOE contestara con una actitud similar a la que el PP tuvo con Felipe González o con Rodríguez Zapatero.

Reconoció -algo es algo- que el gran problema de España es Catalunya. Dijo estar dispuesto a negociar pero no la unidad y la soberanía nacional. Lo que pasa es que en Catalunya no se había puesto esto en duda hasta el ataque del PP de Rajoy al autogobierno en su macrorecurso contra el Estatut del 2006. Rajoy tiene en Catalunya escasa credibilidad y prueba de ello es que nada menos que 36 de los 47 diputados catalanes votarán contra su investidura. ¿Puede remontar esa falta de confianza? Quizá, pero eso exige gestos inequívocos que deben verse no en discursos sino en decisiones como la composición del nuevo Gobierno.

Rajoy debe incorporar a su equipo a alguien que quiera y sepa negociar con Catalunya si aspira a que el Rajoy-3 (tras el de ayudante de Aznar y el de la mayoría absoluta) tenga una oportunidad. Y la posible incorporación del valenciano, y hoy eurodiputado, Esteban González Pons, como cara amable del Gobierno para equilibrar voces más juridicistas, no sería -si se confirma- una garantía mínima.