GUERRA INTERNA EN EL PRINCIPAL PARTIDO DE LA OPOSICIÓN

PSM, la división permanente

Pedro Sánchez abraza a Antonio Miguel Carmona en el cierre de campaña de las municipales, el pasado 22 de mayo en Madrid.

Pedro Sánchez abraza a Antonio Miguel Carmona en el cierre de campaña de las municipales, el pasado 22 de mayo en Madrid. / periodico

JUAN RUIZ SIERRA / MADRID

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Cuando tiene el partido tranquilo tras una primera parte del año repleta de incertidumbres internas, cuando el PSOE ha recuperado importantes cotas de poder territorial en las elecciones del pasado 24 de mayo, cuando está volcado en su candidatura para convertirse en presidente del Gobierno, Pedro Sánchez ha reabierto la batalla orgánica en la federación más tormentosa de todas: el PSM, ahora llamado PSOE-M.

Sánchez, que en febrero destituyó por sorpresa a Tomás Gómez como secretario general de los socialistas madrileños y puso en su lugar a una gestora, decidió primero convocar un congreso extraordinario para que los militantes eligiesen allí a su nuevo líder territorial, pese a que el PSOE-M está obligado a celebrar un cónclave ordinario a comienzos del 2016. Después, al lograr hace unos días que su preferida, Sara Hernández, alcaldesa de Getafe, se hiciera con el triunfo, el líder socialista dio el visto bueno para la destitución, el lunes, del portavoz en el ayuntamiento de la capital y dirigente más conocido de la federación, el histriónico e hiperactivo Antonio Miguel Carmona, un habitual de los platós de televisión, donde tan capaz es de entregarse al debate político como de cantar versiones de Dean Martin.

Nadie alcanza a explicarse del todo por qué Sánchez, que milita en el PSOE-M y ha estado implicado en todas sus pugnas recientes, ha decidido jugar tan fuerte. Desde que fue proclamado candidato a la Moncloa y se despejó la amenaza que para él representaba la presidenta andaluza, Susana Díaz (que en un principio le dio su apoyo para convertirse en secretario general y a los pocos meses le plantó cara), el líder intenta elevarse por encima del partido. Se envuelve en la bandera de España. No comparece en la sede socialista, situada en la madrileña calle de Ferraz, y en su lugar acude a lugares ajenos a la tradición socialista (el Museo del Traje, la Casa Velázquez, el Retiro…) para sus actos públicos, donde las siglas del PSOE ocupan un espacio diminuto. La tesis de su entorno es que él está bien valorado y la fuerza que lidera no tanto. Pero ahora, con la destitución de Carmona, ha entrado de lleno en el plano interno, provocando por el camino, según coinciden todos los consultados, que los socialistas madrileños vuelvan a partirse en dos.

LOS PORQUÉS DE LA DECISIÓN

La tesis oficial, defendida por la nueva cúpula del PSOE-M, es que el relevo en el ayuntamiento de la capital obedece a los "malos resultados" en los comicios, en los que Carmona obtuvo el 15,28% de los votos, un argumento que también serviría para sustituir a los portavoces de Barcelona, Valencia y Bilbao, grandes urbes donde los socialistas obtuvieron todavía menos apoyos. La dirección del partido, por su parte, enmarca la iniciativa en el seno de la federación, sostiene que Ferraz no ha tenido nada que ver, y señala, como hizo ayer el portavoz en el Congreso, Antonio Hernando, que cuando se elige una nueva ejecutiva es "habitual" nombrar también nuevos portavoces.

Son muchos en el partido los que consideran, sin embargo, que los movimientos son el preludio de una contienda a gran escala que puede librarse si Sánchez no alcanza la Moncloa en las generales, previstas para noviembre o diciembre. El candidato ya ha dejado claro que él quiere continuar como secretario general, que lleva poco tiempo en el cargo (apenas un año) y merece más oportunidades. Necesita controlar las federaciones, o al menos algunas de ellas, ya que otras podrían alinearse con Susana Díaz si decidiera reanudar su pulso interno. Madrid es uno de los territorios que más militantes socialistas alberga, junto a Andalucía, Catalunya y Valencia.

EL 'FACTOR CARMONA'

Y luego está el 'factor Carmona', un dirigente muy mediático, con perfil propio, que no se pliega ciegamente a los dictados de arriba. Tras su batacazo electoral, quiso entrar en el gobierno de la capital, liderado por Manuela Carmena, de Ahora Madrid, porque consideraba que podía aportar "experiencia" y aplicar su programa en varias concejalías de peso. Pero Sánchez le dijo que de ninguna de las maneras. Estos días, tras convertirse en la primera víctima de una purga que quizá encierre nuevos capítulos, acusa de "cobardía" a la dirección y anuncia que no da la "batalla por perdida". Pese a que le ofrecieron el Senado como consolación, piensa seguir en el consistorio, agitando un PSOE-M cuya nueva ejecutiva, tras un congreso fiel a sus propios ritos (hubo que repetir una votación porque había más votos que delegados), consiguió solo un 55% de apoyos. Aun así, el cónclave no llegó a la altura del celebrado en el 2000, cuando los partidarios de Rafael Simancas y José Antonio Díaz acabaron, literalmente, a golpes.

Mientras tanto, un experimentado dirigente observa lo que ocurre y concluye: "No sé qué mensaje vamos a dar a la sociedad cuando nos tratamos así entre nosotros".