Prototipo de consulta

Un grupo de voluntarios prepara la jornada de hoy en un instituto de Mataró.

Un grupo de voluntarios prepara la jornada de hoy en un instituto de Mataró.

RAFAEL TAPOUNET / BARCELONA

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Hay algo en el 9-N -y aquí el 9-N alude no tanto a la jornada presente como al agitado proceso que arrancó en las elecciones autonómicas del 2012 y que desembocará hoy en unas urnas custodiadas por voluntarios- que recuerda a aquella celebrada secuencia de la película de Monty Python 'Los caballeros de la mesa cuadrada (y sus locos seguidores)' en la que el rey Arturo conduce a sus hombres, después de numerosas vicisitudes y penalidades, hasta un paraje desde el que se divisan los muros de un castillo imponente. «¡Camelot!», anuncia Arturo en tono arrebatado. «¡Camelot!», suspiran los leales Galahad y Lancelot. «¡Es una maqueta!», exclama un escudero. El castillo que muestra la imagen es, en efecto, una maqueta, pero el rey, impaciente, hace callar al aguafiestas: «¡Sshh! Caballeros, os doy la bienvenida a vuestro nuevo hogar. ¡Cabalguemos hacia Camelot!».

Más allá de la afortunada coincidencia patronímica, la imagen del rey Arturo guiando a un grupo de hombres hasta una simple reproducción a escala del castillo que les había prometido al inicio de la travesía tiene en estos momentos unas resonancias difíciles de pasar por alto. El Camelot de la consulta «con plenas garantías democráticas» y cuyos resultados generaban «un mandato democrático» -ese y no otro era el objetivo en torno al cual se construyó el consenso político del llamado frente proconsulta- se ha convertido en las últimas semanas en algo bastante diferente. Un «proceso participativo», en palabras del Govern. Un gran acto de reivindicación del derecho a decidir. Un aperitivo de la «consulta definitiva», tal como admitió el propio 'president' Artur Mas. Un ensayo general. Un prototipo. Una maqueta.

EL GOVERN INFORMARÁ

Así pues, los catalanes están llamados hoy a tomar parte en «un proceso de participación ciudadana» en el que podrán «manifestar su opinión sobre el futuro de Catalunya». Se parecerá bastante a votar en un referéndum pero será otra cosa, porque no hay censo ni autoridad electoral, no ha habido decretos gubernamentales ni una campaña en las que los representantes de las diversas opciones expusieran y razonaran sus posiciones, habrá menos de la mitad de puntos de votación que en una convocatoria electoral ordinaria y ni siquiera está claro quién se encargará de registrar la participación, contabilizar las papeletas y dar a conocer unos resultados que no generarán mandato político alguno (aunque el Govern anunció ayer su intención de ir informando a lo largo de la jornada sobre el desarrollo del proceso).

Ese descafeinamiento del compromiso inicial, provocado por la intransigencia del Gobierno central y asumido públicamente por Mas el pasado 14 de octubre, provocó la ruptura de la unidad de acción de los partidos soberanistas, hizo saltar por los aires el pacto de legislatura que mantenían CiU ERC y provocó un pequeño terremoto interno en las dos entidades que capitanean la movilización popular en pro de la independencia, la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural. Al final, tras unos días de zozobra, todas las partes aceptaron, con mayor o menor entusiasmo, colaborar en la consulta alternativa diseñada por Mas y aguardar a después del 10-N para desplegar sus respectivas (y divergentes) hojas de ruta hacia el Shangri-La del Estado propio.

También el Ejecutivo del PP, con su cerrazón, ha trabajado con eficacia para alentar la participación en la jornada de hoy. Después de bloquear, con la anuencia del PSOE, cualquier posibilidad de celebrar una consulta en condiciones y de mofarse del nuevo 9-N cuando Mas lo presentó en sociedad, Mariano Rajoy acabó impugnando también el «proceso participativo» alegando que era un referéndum encubierto. El Tribunal Constitucional admitió el recurso y, en consecuencia, ordenó la suspensión de la consulta alternativa, pero lo hizo en unos términos -aludiendo solo a la participación de la Generalitat- que han sido interpretados de forma distinta por unos y otros. El Govern argumenta que, una vez organizado todo el dispositivo, la ejecución de la última fase del proceso queda en manos de voluntarios contra los que no cabe actuación judicial. El Ejecutivo central amaga con la entrada en escena del fiscal general del Estado, que ayer instó a la fiscalía catalana a investigar si hay delito en la cesión de locales públicos para el 9-N. Y diversos partidos y entidades del bando unionista presentaron demandas para intentar evitar que se abran los centros de votación.

Todo ello ha generado una gran incertidumbre jurídica que, sin embargo, no parece que vaya a desanimar a los cientos de miles de catalanes (las diversas estimaciones auguran una participación de entre uno y dos millones de personas) movilizados para manifestar su anhelo de un país nuevo y, sobre todo, para reivindicar su derecho a opinar sobre el futuro político de Catalunya.

Al final de la citada secuencia de 'Los caballeros de la mesa cuadrada', después de atisbar cómo se divierten en su ausencia los habitantes del castillo, el rey Arturo tuerce el gesto y dice: «Pensándolo bien, mejor no vayamos a Camelot. Es un lugar bastante raro». Y, acompañado por sus caballeros, emprende la marcha en dirección opuesta. A partir de mañana, tras ver cómo se desarrolla el 9-N, Artur Mas deberá decidir hacia dónde dirige su cabalgadura. Y a ver quién lo sigue.