El proceso de Marx

El Govern se escuda en que la consulta «no existe» para no aclarar si pondrá las urnas si el Tribunal Constitucional prohíbe otra vez el 9-N

FIDEL MASREAL / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

«Si haces lo que no es lo que ellos dicen que no se puede hacer, estás haciendo lo que puedes. ¿Se entiende?». La frase no es de Groucho Marx, sino del conseller de Presidència y portavoz del Govern, Francesc Homs, quien ayer ofreció una rueda de prensa que pareció acercarse en algún momento al teatro de lo absurdo, y en otro, a una tesis ontológica sobre el sentido de la existencia y la realidad.

El punto de partida ya invitaba a las paradojas: la posible impugnación por parte del Gobierno del PP del «proceso participativo» se parece a una escena de Una noche en la ópera en la que Groucho, en vez de discutir, va arrancando sin más los trozos del contrato que no gustan a su socio, Chico Marx. «¿Qué es lo que no le gusta?», le pregunta Groucho. «Sea lo que sea, no me gusta», responde Chico. Y arrancan otro trozo.

Sea como sea, las intenciones del Estado son evidentes. Y la rueda de prensa de Homs tuvo forma de embudo usado al revés: una pregunta reiterada (¿Seguirá adelante el Govern con la consulta si el Constitucional la suspende?) que desembocó en distintas respuestas:

«No sé qué dirá el Estado. ¿Se puede prohibir ser voluntario?», «No puedo pensar que se esté pidiendo a la Generalitat que desoiga las leyes que la obligan a promover la participación», «Si le contesto a la pregunta asumo la posibilidad de la suspensión», «Haremos todo lo que esté a nuestro alcance para que haya las urnas», fueron los argumentos del portavoz. Paradojas del lenguaje, fue en el turno de respuestas en castellano cuando pareció entenderse una respuesta algo más clara: «Claro que habrá las urnas porque estamos en el marco de un proceso participativo y forma parte de la lógica de una democracia».

TINTES FILOSÓFICOS

La vertiente filosófica de la comparecencia estalló al comienzo, al afirmar Homs lo siguiente: «No se puede prohibir lo que no existe». Una frase que remite a cuando la policía niega que existan redadas a inmigrantes porque no hay instrucciones legales para ello, aunque todo el mundo sepa que existen. O a esas anécdotas de la mili, anécdotas pero reales, sobre arrestos de armas por dispararse sin permiso, o el arresto de una piscina porque allí había tenido lugar un accidente. Es lo que habitualmente se conoce como la reducción al absurdo. No en vano, Homs proclamó: «Es un debate muy absurdo».

Perplejo, un periodista le recordó a Homs que sí existen las urnas, las papeletas, la misma pregunta suspendida por el Constitucional y las instrucciones del Govern a los institutos. Entonces, el portavoz sostuvo que pese a haber hablado de lo que no existe, él no había dicho que no se estuviera haciendo nada: «Es evidente que hay cosas que se están haciendo». Y enseguida añadió: «Pero lo que es evidente es que esto no es un referéndum». Se trataba de jugar en el equilibrio entre la reivindicación de la jornada participativa pero sin darle validez legal para tratar de dejar al Estado y al Constitucional sin herramientas, sin nada que impugnar.

En cambio, Homs se sintió más cómodo con el ataque que con los equilibrios. «El mismo Gobierno se ha posicionado sobre las preguntas con el manual del Apocalipsis», espetó. El proceso soberanista requerirá pronto un diccionario, a medio camino entre las explicaciones etimológicas y los guiones de los hermanos Marx.