Los partidos se encomiendan a los intelectuales para remozarse

IOLANDA MÁRMOL / MADRID

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La intensidad del terremoto está todavía por determinar, pero resulta innegable que la lógica del sistema de partidos que ha operado en España desde la transición se resquebraja. El mismo hastío hacia la política que ha alentado el surgimiento de fuerzas políticas encabezadas por expertos de la sociedad civil ajenos al régimen, como Podemos, obliga ahora a los viejos partidos a acometer obras de remodelación urgentes para reconstruir los puentes rotos de diálogo con los ciudadanos. Con dos elecciones en el horizonte y un tablero político que puede saltar por los aires, los cuarteles generales de los principales partidos esprintan estos días para que los electores vuelvan a escucharles y han elegido un mismo anzuelo para enganchar al elector desencantado: un intelectual.

No es un fenómeno nuevo, pero la tendencia se agudiza en tiempos de descomposición del sistema. Hasta ahora, los partidos habían contado con profesionales sin carnet de forma puntual y recorrido dispar, como el escritor Jorge Semprún, que fue ministro de Cultura con Felipe González, o el el actor Toni Cantó, diputado por UPD, pero nunca antes había habido tal avalancha de personalidades outsider fichadas por las siglas como la que se está viendo en las últimas semanas.

Las elecciones municipales son idóneas para campañas electorales personalizadas donde se humaniza al candidato y se diluyen las siglas de la organización. «Puede que en esta campaña se potencie aún más el perfil de los candidatos frente a las siglas de partido, sobre todo en el caso del PP, el PSOE e Izquierda Unida, marcas que han sufrido un gran desgaste en estos últimos años», explica Santos Ortega, asesor en comunicación y asuntos públicos.

 Para Ortega, la oportunidad es de oro, porque existe un nicho de indecisos y abstencionistas sin precedentes en España, a lo que hay que sumar una apuesta decidida de las televisiones por dar visibilidad a los candidatos en prime time, condición que puede activar un porcentaje de voto decisivo para inclinar la balanza. Según el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas del pasado mes de enero, el 20,8% del electorado todavía no ha elegido papeleta.

¿Resulta efectivo elegir a un intelectual o una celebridad como candidato? Los asesores en comunicación creen que sí. «Por supuesto que es rentable. Los electores valoran a la gente culta, con cierto prestigio, a personas que se han ganado la vida fuera de la política. No es que sea un fenómeno novedoso, pero resulta evidente que cuanto más se desprestigia la política, más se valora lo que viene de fuera», analiza el consultor Luis Arroyo.

Los expertos en gestión reputacional, sin embargo, consideran que la incorporación de personalidades independientes de reconocido prestigio resulta insuficiente para que los partidos políticos tradicionales recuperen la confianza de los ciudadanos, y dudan de la voluntad de los mismos para emprender transformaciones profundas. «No hacen un buen diagnóstico de sus problemas y creen que lo van a solucionar todo con cambios en la comunicación, cuando en realidad la reputación solo se puede construir si se comprenden cuáles son las expectativas de la sociedad y se les da respuesta», afirma Juan Cardona, director del área de reputación de la consultoría de comunicación Llorente y Cuenca.

 Para Cardona, se ha iniciado una tendencia en la que el elector resitúa su voto y busca sentirse cómodo para poder expresar públicamente a quién quiere votar, sin sentir vergüenza. «Los votos de los partidos han dejado de ser cautivos de la ideología y, cada vez más, los electores buscan el co-branding[asociación de dos marcas] a nivel personal», afirma.

Coincide en parte del análisis el secretario político de PodemosÍñigo Errejón, que opina que los partidos tradicionales están tratando de cambiar para incorporar «el lenguaje, las formas y las propuestas» de las fuerzas políticas de nuevo cuño. «Es un síntoma de una cierta erosión de su hegemonía. Habrá que ver cuánto son capaces de integrar», asevera, «pero no parece que la crisis de representatividad se solucione con rostros nuevos o que puedan pasar por nuevos».

Todos esos rostros se disputan ahora devolver el prestigio -y los votos- a los partidos, aunque nadie sabe a ciencia cierta dónde anida el magnetismo de las papeletas, si en lo profundo de la reflexión intelectual o en minucias epidérmicas.