El 'pallaquismo' que no existió

JOAN TAPIA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

A los 67 años ha muerto Raimon Martínez Fraile, uno de los hombres que más ayudó a hacer del PSC un cimiento de Catalunya. Y que quería reconstruirlo.

Cuando muere un amigo, la memoria se va a un momento concreto. El mío es el de una noche de enero del 77. Raimon (30 años) y yo (31) acabábamos de ser elegidos para la ejecutiva del entonces ilegal PSC-Reagrupament, los socialdemócratas de Josep Pallach, muy criticados por moderados. No solo por los comunistas (con el viento de la historia a favor) sino por el núcleo rector del PSC-Congrés que luego (acertadamente) pactó con Felipe González. Entonces Raimon y yo todavía no éramos amigos sino simples compañeros de partido. Debían de ser las dos de la madrugada y me despertó el inhóspito timbre del teléfono negro del pasillo: «'Joan, sóc Raimon, ha mort en Josep [Pallach], vaig a Bellvitge, et recullo en 20 minuts'». Nadie sabe qué habría pasado si Pallach -un socialista con mas de 20 años de exilio, que quería pactar con Pujol (pero con Tarradellas bajándole los humos) para cimentar el autogobierno y que era amigo de Heribert Barrera- no hubiera muerto de un ataque al corazón a los 57 años.

Raimon fue a la unificación socialista pero siempre se dijo 'pallaquista'. Decía estar en un partido capado, falto de la consistencia intelectual de Pallach. Intentó seguir aquel instinto básico del 77, cuando creíamos que la democracia curaba todo: socialdemocracia firme, personalidad propia del socialismo catalán, autogobierno en una España democrática, europeísmo, y alguna cosa más.

¿Cuál? Primera, la voluntad de pensar por cuenta propia sin obedecer a prejuicios o aparatos. Raimon siempre fue un rebelde, con causa y sin miedo a equivocarse. Hace pocos años me explicó que le expulsaron del seminario porque leía libros prohibidos y alguna noche se escapaba para ir a bailar. Viniendo del Reagrupament no lo tuvo fácil en un partido en el que los del PSC-Congrés ejercían de samuráis. Pero se hizo un hueco y fue elegido concejal con Narcís Serra, con el que tuvo amistad. Luego trabajó con Pasqual Maragall y fue teniente de alcalde de Turismo, actividad a la que después se dedicó profesionalmente como director de Turisme de Barcelona. Pero Raimon era mucho Martínez y Pasqual, mucho Maragall. Dimitió.

La política era el gusanillo y volvió como diputado en el 2000. Pero Aznar desencadenado con mayoría absoluta y la disciplina del grupo socialista le asfixiaban. Además, dijo -en el 2001- que Rodríguez Zapatero (leonés como él) no dabala talla. Volvió al turismo. Luego, se lanzó a que Maragall fuera 'president', pese a que era escéptico respecto al tripartito.

Zapatero ganó en el 2004. Fue secretario general de Turismo. Cuando Montilla dejó Industria y fue 'president' le nombró delegado de la Generalitat en Madrid. Se empleó a fondo, pero dijo en una radio que Maragall «no estaba del todo». Volvió a conjugar el verbo dimitir. Sí, ecaba de imprudente. El empuje dominaba al cálculo. Llevaba la política dentro y creía vital para Catalunya, y para España, que el PSC saliera del bache. Por eso tragó mal que en el 2011 se cortara el paso a Miquel Iceta, el más capacitado intelectual y parlamentariamente. Seguía apostando por él. Solo lamentaba (en voz baja) que no diera a Artur Mas el mismo trato que Mas dispensó a Maragall y Montilla.

Discutí (y aprendí) mucho con Raimon. Admiré su voluntad de seguir (pese a todo) en política manteniendo su independencia. Si en el PSC, y en CiU, hubiera más 'raimons', el aire sería hoy más respirable.