LA ENCRUCIJADA CONVERGENTE

Convergència: partido en reformas

Carles Puigdemont y Artur Mas, en la reunión de la ejecutiva de CDC del pasado 18 de enero.

Carles Puigdemont y Artur Mas, en la reunión de la ejecutiva de CDC del pasado 18 de enero. / JOAN CORTADELLAS

FIDEL MASREAL / BARCELONA

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Ejecutiva de Convergència del pasado 18 de enero. Artur Mas y Carles Puigdemont, 'expresident' y 'president', sentados codo con codo. Durante la reunión, Mas da la palabra a los dirigentes responsables de las distintas cuestiones organizativas, y en lo concerniente al nuevo Govern, el turno es para Puigdemont. Todo en armonía y repleto de buenas intenciones de renovación y cambio. El ejemplo de esta reunión puede dar pistas de hacia dónde va la nueva Convergència que Mas pilotará tras tirar la toalla en la Generalitat. CDC dispone de tiempo suficiente, de cargos y de poder para hacer lo que otros partidos han de practicar en el desierto de la oposición: reinventarse.

De entrada, el partido podría cambiar de nombre. Lo decidirán en consulta interna los aproximadamente 30.000 militantes convergentes. En la propia dirección hay quien defiende el cambio de sigla (para sacudirse la losa de la corrupción y el pujolismo) y quien apuesta por mantener la marca histórica. Un episodio sucedido el día de las elecciones generales da argumentos a estos últimos: dos mujeres, votantes de CDC de toda la vida en una capital de comarca, se iban a casa porque en el colegio electoral no estaba la papeleta de Convergència. No estaba porque la marca era Democràcia i Llibertat. Por suerte para el partido, un dirigente se las encontró en la calle y las acompañó a votar.

EN UNA PALABRA

Los partidarios de conservar la denominación alegan también que la Coca-Cola no cambia su nombre, pero sí se recicla. ¿Hasta qué punto hay que reciclarse en CDC? Artur Mas pide a sus interlocutores en el partido que le definan en una palabra cómo ha de ser el cambio. "Radical", le han llegado a decir, y a él no le ha parecido mal. En cuanto a la gestión del poder, por primera vez, partido y Govern no estarán en manos de una misma persona. Y a ello hay que añadir que el congreso de junio ha de escoger a un secretario o secretaria general. Así que CDC va a un sistema de poder repartido en dos o hasta tres caras, inspirado en el modelo del PNV.

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Los trabajos están todavía por definir, pero la intención es que CDC pueda recuperar peso e influencia en los debates políticos, en cuestiones tanto soberanistas como económicas y sociales. Y combinar este nuevo papel, con Mas al frente, con el respeto a la tarea de Puigdemont, como los nombramientos y las decisiones del día a día en la gestión del Govern.

¿Cómo puede verse alterado este esquema? De entrada, por la fuerte personalidad del nuevo 'president', quien en sus primeras intervenciones ha demostrado que, pese a su propósito formal de ejercer el cargo de forma temporal y excepcional, está ya imprimiendo carácter y personalidad propia a la presidencia. En definitiva, que si la navegación de Puigdemont -poco amante por cierto de las metáforas marineras y muy partidario del discurso directo y sin dobles sentidos- avanza positivamente, en CDC admiten que será el propio Mas quien difícilmente se planteará lo que hoy no descarta: volver.

EL COMBATE IDEOLÓGICO

Añádase a ello que Mas no tiene interés de hacer a su sucesor lo que le hizo Pujol a él: notas manuscritas a razón de tres al día inmiscuyéndose en todos los terrenos, y largos discursos en las reuniones del partido. El peso del pujolismo es algo que, por cierto, Puigdemont no solo no siente, sino que rechaza.

Donde sí se podrán empezar a producir rasguños y choques es en el modelo de organización del partido. Mas quiere introducir en la nueva CDC tres revulsivos: un régimen severo de incompatibilidades, la limitación de mandatos y la implantación de primarias. Un cambio de fondo en un paritdo con cuadros que se definen como renovación y llevan varias legislaturas en cargos institucionales; otros que acumulan varias atribuciones de partido y Govern; y un sistema de elección de cargos que comienza de una terna de nombres propuestos por el territorio, pero que acaba en decisión digital en un despacho. Como, por cierto, la de Mas respecto a Puigdemont, también firme defensor de las primarias.

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LOS ASPIRANTES

El paso atrás de Mas le da autoridad para hacer lo que las generaciones más jóvenes y más favorables al cambio anhelan desde hace años: limpieza de nombres y cargos vinculados al pasado pujolista. Y en esta batalla por cambiar, nadie descarta que tras el 'efecto Puigdemont', aparezca un nombre que hoy no está en las quinielas y rompa la actual disyuntiva entre Germà Gordó y Jordi Turull. Los más aperturistas esperan algo más, pero tampoco descartan a otros pesos pesados como Francesc Homs o Lluís Corominas.

Quien ya ha quedado fulminado es quien supuestamente aspiraba a todo: Josep Rull. Su marcha atrás es también una manera de Mas de cortocircuitar una tendencia interna que era y es partidaria de un discurso más progresista y socialdemócrata.