LA GUERRA DE LAS PERSONAS

Joan Colominas Arús: "Al ver tirar la iglesia, tuve ganas de llorar"

JOAN COLOMINAS ARÚS (Cornellà, 1920). En abril de 1938, la República movilizó a la Quinta del Biberón, más de la mitad cayó en combate. Este payés del Baix Llobregat sobrevivió.

Joan Colominas

Joan Colominas / periodico

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"Yo solo era un payés", suele repetir Joan Colominas Arús, uno de los últimos supervivientes de la Quinta del Biberón. Tenía 16 años cuando estalló la guerra y su mundo sencillo dio la vuelta. «Una de las cosas que más me indignó fue que la UGT se instaló en el Patronato, que era donde íbamos a bailar sardanas y ballets. Porque era considerada una entidad católica», explica. «Con la guerra, la religión se consideraba una cosa anticuada y el alcalde, que era de Esquerra, hizo echar abajo la iglesia de Santa Maria de Cornellà. Yo, con la bicicleta, fui a ver cómo la tiraban y me dieron ganas de llorar. En aquella iglesia yo había hecho la primera comunión», recuerda.

Colominas, que se mueve con dificultad pero mantiene una cabeza sorprendentemente lúcida, recuerda bien que después de la guerra, el nuevo alcalde ordenó volver a levantar la iglesia al mismo constructor que la había derribado. "¡Y él contento! ¡Porque él lo que quería era trabajo!", exclama. "Pero en la primera iglesia había una virgen, toda de plata, y un día desapareció. Años después apareció en Estados Unidos. Nadie sabe cómo", relata. 

Las familias como la de Colominas que habían sido muy religiosas antes de la guerra siguieron siendo practicantes después de julio de 1936. "No se podía, pero se hacía. En realidad, las personas civilizadas siempre se respetaron unas a otras. Mi madre, a quien todos conocían como la Madrona, era muy religiosa. En mi casa se rezaba el rosario y a veces venían los vecinos también", explica. 

Colominas se define como "apolítico", pero la religión le separó de los revolucionarios. De hecho, durante la posguerra se afilió a Acción Católica, y se convirtió en hombre de confianza del párroco. "Un día, el rector me dijo que no podía vivir, que no se podía mantener, y la gente que éramos más de misa acordamos ir casa por casa para pedir la voluntad. Reunimos 14.000 pesetas", evoca. Era una pequeña fortuna cuando el salario medio no superaba las 500 pesetas mensuales. "No lo cogía para él, sino para la administración de la iglesia. Él lo gestionaba y yo me encargaba de llevarlo al banco", añade.

NUEVE MOJADAS

Colominas comulgó más con la cooperativización de la tierra. En Cornellà cada trabajador recibió tres mojadas (una hectárea y media aproximadamente) para poder trabajar y el resto se colectivizó. "Nosotros éramos tres hermanos payeses y nos tocaron nueve mojadas", recuerda. 

"Lo peor que puede pasar es una guerra", repite hoy. Colominas fue movilizado en abril de 1938 con la llamada Quinta del Biberón, los nacidos en 1920. Aún no había cumplido los 18. "Mi suerte fue que cuando las cosas estaban peor en el Ebro a mí me mandaron al Pirineo y cuando se complicaron en el Pirineo estaba en el Ebro", dice. Vivir o morir era cosa de un instante. En Sant Joan de l’Erm, el capitán ordenó a sus soldados adolescentes atacar de frente una posición con un nido de ametralladoras, una misión desesperada. "A mí me dijo que no me moviera de su lado. Yo le dije que si no venían los demás, poco podíamos hacer. Me volví para ver dónde estaban. Muchos, muertos o heridos. Volví la cabeza y el capitán ya no se movía", rememora. "Había también un chico de Cornellà, un sanitario –prosigue–. Le pedí que me trajera una cantimplora. Cogió dos, que le colgaban de la mano. Tintinearon y el ruido debió de llamar la atención. De repente, cayó al suelo fulminado". 

A principios de 1939, un oficial le dijo a Colominas y a sus compañeros que la guerra estaba perdida y que no habría represalias si querían irse a casa. Pero después de unos meses fue reclamado de nuevo por el Ejército franquista, el vencedor, para hacer el servicio militar. "Entre unas cosas y otras acabé siete años de uniforme y no volví a casa hasta los 25".