La mancha tóxica en las relaciones con EEUU

Fraga Iribarne (centro) bañándose en Palomares, en 1966.

Fraga Iribarne (centro) bañándose en Palomares, en 1966. / periodico

RICARDO MIR DE FRANCIA / WASHINGTON

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Ha pasado más de medio siglo de aquella gran operación de propaganda que fue la foto de Manuel Fraga Iribarne, ministro de Turismo por entonces, y el embajador de Estados Unidos en España, Biddle Duke, bañándose en una playa cercana a Palomares para blanquear los riesgos del accidente nuclear que el 17 de enero de 1966 sacudió al pequeño pueblo almeriense. Los dos chapotearon ante las cámaras, ufanos y joviales, y al salir del agua, un periodista estadounidense le preguntó a su embajador si había notado radioactividad en aquel mar donde cayó una de las cuatro bombas de hidrógeno. “Si esto es la radioactividad, me encanta”, respondió Duke con una sonrisa.

El problema no estaba en el Mediterráneo, sino en la tierra por la que se esparció el polvo de plutonio, un agente que dejó gravísimas secuelas físicas entre los militares estadounidenses que se encargaron de las primeras labores de limpieza. Recuerden. Eran los tiempos de la guerra fría. EEUU mantenía permanentemente en el aire entre 12 y 24 cazabombarderos B-52 armados con bombas nucleares a modo de disuasión para prevenir que los soviéticos dispararan primero. Uno de ellos colisionó con un avión cisterna, también estadounidense, sobre los cielos de Palomares. Aquella fatídica noche, cuatro bombas termonucleares cayeron en sus alrededores. Ninguna explotó, pero dos de ellas se fracturaron diseminando polvo de plutonio sobre los campos, un agente altamente nocivo para la salud.

Tras las maniobras iniciales de encubrimiento de los gobiernos español y estadounidense, la naturaleza del accidente acabó trascendiendo. Lo que no se supo hasta el mes pasado fue el suplicio y la enfermedad que ocasionó la temeraria negligencia de la Fuerza Aérea estadounidense, que improvisó las operaciones de limpieza, prometiendo a sus militares que no corrían ningún riesgo. Según un artículo de investigación del New York Times, el Ejército puso a retirar la tierra contaminada a soldados sin ninguna preparación. Eran cocineros, empleados de almacén y hasta músicos de la banda. No les dio trajes especiales, solo uniformes de algodón. A mano y con palas, llenaron durante meses 5.300 barriles de tierra radioactiva que finalmente acabó enterrada en un basurero nuclear de Carolina del Norte.

CÁNCER DE PULMÓN, HÍGADO Y RIÑÓN

“Nos dijeron que era seguro e imagino que fuimos lo suficientemente tontos para creérnoslo”, le dijo Frank Thompson, que por entonces tenía 22 años, al diario neoyorkino. Aquel militar tiene ahora cáncer de pulmón, de hígado y de riñón. No está solo. De los 40 veteranos que participaron en la limpieza y que fueron localizados por el periódico, 21 tuvieron cáncer. Nueve están muertos. Pero quizás no sea eso lo más grave. Un estudio determinó por entonces que los militares presentaban niveles elevados de plutonio, pero la Fuerza Aérea lo desestimó diciendo que era “poco realista”. Desde entonces nunca ha admitido la contaminación de sus uniformados y, por lo tanto, les ha negado la cobertura sanitaria y la pensión de invalidez que les hubiera correspondido.

Esa es solo una de las consecuencias de aquella gran chapuza que siguió al que es uno de los peores accidentes nucleares de la historia. Washington se comprometió a pagar el seguimiento del estado de salud de los habitantes de Palomares, pero solo pagó el 15% (España apoquinó el resto), según documentos desclasificados del Departamento de Energía. En los años noventa, finalmente, aumentó la financiación cediendo a la presión española y tras detectarse que, en algunos lugares, la contaminación superaba 20 veces los niveles permitidos para zonas no habitadas.

CONTAMINACIÓN DE PLUTONIO

La agencia nuclear española le dijo al 'Times' que los análisis periódicos a los que se ha sometido a los habitantes de Palomares desde el accidente, no muestran elevados niveles de contaminación de plutonio. La incidencia del cáncer sería allí similar a la de otros pueblos de la región.

Pero no fue hasta el 2004 cuando el Gobierno valló las zonas contaminadas colindantes a los cráteres que dejaron las dos bombas fragmentadas. A finales del año pasado, los dos ejecutivos firmaron una declaración de intenciones para que EEUU se lleve el plutonio que queda en Palomares. Un estudio español estima que es más de medio kilo, que habría contaminado unos 50.000 metros cúbicos de tierra, el equivalente a 27 piscinas olímpicas.

Ocho meses después, y con Barack Obama en España, todavía no hay un calendario ni un plan para que el compromiso se consume. La huella tóxica de Palomares sigue allí medio siglo después.