Gente corriente

José Antonio Bañuelos: "Operé quemados de Hipercor día y noche"

Este adorable cirujano salvó la vida de 30 heridos que llegaron a Vall d'Hebron tras la masacre de ETA, hace hoy 29 años

«Operé quemados de Hipercor día y noche»_MEDIA_1

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NÚRIA NAVARRO

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Hoy hace 29 años que ETA hizo explotar un Ford Sierra cargado con 30 kilos de amonal en Hipercor. De los 45 heridos, 37 llegaron en taxis, coches particulares y ambulancias al Hospital del Vall d'Hebrón. Y este menudo cirujano, el doctor José Antonio Bañuelos (Madrid, 1925), fue quien salvó a 30. Para los supervivientes -y para el resto de los 50.000 quemados que han pasado por sus prodigiosas manos- es sencillamente Dios.

-Cuando ocurrió el atentado yo estaba en Sicilia, en un congreso de cirujanos plásticos del Mediterráneo. Durante una sesión me comunicaron que en televisión decían que había un montón de quemados. Encontrar un vuelo fue de película italiana. Lo logré, y de El Prat fui directo al hospital.

-¿Qué encontró al llegar? ¿El caos? Un equipo que funcionaba. Un amigo cirujano decía que el buen jefe es aquel que puede ausentarse 15 días y todo marcha.

-Cuentan que organizó la estrategia como un general. Decidí hacer algo que nunca habíamos hecho a gran escala: operar el primer día, porque la bestia negra del quemado es la infección. Había que tener narices, pero estaba seguro de que funcionaría. Operamos día y noche. De los 37 heridos murieron siete, pero ninguno en el quirófano.

-Una máquina, doctor. Si estás mentalmente preparado y tu gente está preparada, puedes abordar una situación compleja. Años antes habíamos atendido a los quemados del cámping de Los Alfaques, varios de ellos extranjeros. Aquella vez no salí del hospital en siete días. No teníamos un banco de piel ni permiso para extraerla de los cadáveres de la morgue -el epitelio vive entre 14 y 18 días-. Se nos murió un niño de 10 años y me desesperé.

-Los cirujanos no son tan fríos, entonces. Para mí cada enfermo era el único, fuera pobre, rico, guapo o feo. Hay que tratarle como si fuera tu padre o tu hijo. Siempre quise hablar yo con las familias y pude estar dos horas convenciendo a un quemado eléctrico de que la única opción era amputar.

-Para muchos es el Salvador. Solo hice mi oficio. Como el carpintero, si ejercitas mucho y tienes interés, consigues una habilidad. Tras licenciarme en Lima -mi padre, un economista republicano, se exilió en el 39-, obtuve una beca para estudiar en París, fui cirujano jefe en urgencias de un hospital importante de Perú y, ya casado y con un hijo, tuve la valentía de ir a EEUU a estudiar de nuevo cirugía general en Yale y plástica en Brown.

-Un formidable expediente. Podía haberme quedado allí -me ofrecían un disparate-, pero tenía dos hijos y mi anhelo era regresar a España. Volví en 1965, trabajé tres años en La Paz de Madrid, contribuí a la creación del MIR, y salió una plaza de jefe de servicio de Cirugía Plástica y Quemados de Vall d'Hebron.

-¿A años luz de los servicios americanos? El día que me presenté a la jefa de enfermeras y le pedí unos guantes para curar quemados se rio de mí. Pero formé un equipo muy compacto y logré que hicieran unas instalaciones que garantizaran la esterilidad, con puertas mecánicas.

-Luego, la gestión de los casos de los Alfaques le dio prestigio internacional. Sí. Una noche vino el ministro de Sanidad francés, le llevé a la planta y dijo a la TV francesa: «Nosotros no tenemos algo similar». Ese tipo de reconocimiento conforta más que el dinero y los honores (entre ellos, la Legión de Honor de Francia).

-Y estar en la memoria de tantos pacientes. Recuerdo el primer caso que salvamos con un 90% de quemaduras de tercer grado. Era un joven repartidor de butano. Le hicimos 16 operaciones, volvió a su trabajo y me invitó a la boda.