LA INVESTIDURA FALLIDA

Lo que necesitan es amor

Las invitaciones lascivas de Iglesias a Sánchez y el rifirrafe entre ERC y Ciudadanos a cuento del franquismo marcaron la segunda votación

Pablo Iglesias se dirige al hemiciclo en la segunda sesión del debate de investidura con Pedro Sánchez sentado en su escaño.

Pablo Iglesias se dirige al hemiciclo en la segunda sesión del debate de investidura con Pedro Sánchez sentado en su escaño. / periodico

JUAN FERNÁNDEZ / MADRID

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Con todo el pescado vendido dentro, conocido desde hacía tiempo el desenlace de la trama, en los minutos previos a la sesión de este viernes la salsa no estaba en el Congreso, sino en la acera contraria de la carrera de San Jerónimo. Una multitud como no había sido vista igual desde que el 15-M rodeó el Congreso hace tres años, poblaba la calle con ganas de marcha. La mayoría llegó desde la cercana iglesia del Cristo de Medinaceli, cuya advocación se celebra el primer viernes de marzo. El baño de realidad que se llevaron los diputados a su llegada fue propia de un circo romano. Hubo aplausos y abucheos para todos, y aunque no faltaron los carteles reclamando el pacto de izquierdas, el clamor mayoritario era contrario. Monumental la pitada que recibieron los representantes de ERC y CDC. A los gritos de “¡España, España!” lanzados desde la acera de enfrente, Tardá contestó con el puño en alto.

En contra de lo previsto, la sesión no resultó aburrida ni fue una repetición condensada de lo vivido dos días antes, sino que ofreció lances de gran intensidad escénica, y por momentos de esperpento. Rajoy llegó con ganas de dar rienda suelta a su conocida retranca y su bancada le alabó el gusto aplaudiendo a morir cada golpe socarrón que soltó contra el candidato. Al finalizar su discurso, el grupo popular le dedicó una ovación que fue contestada desde el lado socialista con movimientos de manos en el aire y gritos de: “Adiós, Rajoy, adiós”.

JÓQUER DEL HEMICICLO

Tras incendiar con cal viva el pleno del miércoles y protagonizar la foto de la jornada con su beso a Xavier Domènech Xavier Domènech, había interés por ver cómo se presentaba Pablo Iglesias ante la audiencia. Sabedor de su papel de jóquer del hemiciclo, el de Podemos subió al estrado con una libreta morada y dos cuartillas en las que llevaba anotado un chascarrillo: al parecer, según dijo, la diputada popular en el Parlament Andrea Levy “pierde los vientos por Miguel Vila”Andrea Levy “pierde los vientos por Miguel Vila”, miembro de la formación podemista. Iglesias ya tenía la coartada perfecta para mirar a los ojos a Sánchez –esta vez, el líder del PSOE sí le mantuvo la mirada durante su alocución- y le soltó: “Pedro, sólo quedamos tú y yo” para finalizar reclamando “el acuerdo del beso”. Acabáramos, esto se arregla con una sesión intensa de ‘Lo que necesitas es amor’.

Tras el parlamento de Albert Rivera Albert Rivera, que se disculpó por no ser “tan gracioso” como Iglesias -aunque es el portavoz que mejor sabe sacar de sus casillas a la bancada popular-, la intensidad del debate decayó, pero la sesión aún deparó varios momentos más de tensión. Uno lo protagonizó Gabriel Rufián, cuyos dardos lanzados en tono monocorde, casi como susurros, pero envenenados, irritaron a PP, PSOE y especialmente a Ciudadanos, pero logró cosechar varias ovaciones del grupo de Podemos. También sonó como un trueno el silencio que se hizo en la cámara cuando el portavoz de Democracia i Llibertat, Francesc Homs, proclamó: “Si no hubiera problema catalán, hoy habría Gobierno, y usted lo sabe, señor Sánchez”.

REFRIEGA INESPERADA

La traca final quedó para el momento de la votación. Lo que se prometía un rutinario paso de revista de los 350 parlamentarios y sus consabidos 'síes' y 'noes' se convirtió en una refriega entre los diputados de Ciudadanos y ERC a cuento de si aquellos habían condenado, o no, el franquismo en el Parlament de Catalunya. El desbarajuste del presidente de la Cámara con la gestión de las réplicas por alusiones –la concedió a Juan Carlos Girauta, pero no a Joan Tardá- a punto estuvo de hacer volar por los aires la sesión. “Vámonos, vámonos”, le decía Rufián a su compañero de partido puesto ya en pie.

Dos horas y media antes de que se produjera aquel sainete, en el paseíllo de entrada de los diputados, Encarni Martínez, “hija adoptiva de Catalunya y con dos hijos viviendo en Barcelona”, juraba haberle pedido al Cristo de Medinaceli “que los políticos de este país se entiendan”. A la salida del hemiciclo, el rostro serio de Pedro Sánchez, despechado por dos veces en 48 horas, no invitaba a esperar que se produzca en breve el milagro del amor.