ASAMBLEA CIUDADANA DE PODEMOS

Iglesias y Errejón evitan el drama pero dejan la unidad a las bases

IOLANDA MÁRMOL / MADRID

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La épica no subió al escenario de Vistalegre 2. Y el veneno tampoco, pero se quedó detrás. Mientras el pabellón entero reclamaba unidad a voz en grito, los gestos de los dirigentes denotaban escaso interés en pacificar un partido que llega a su segunda asamblea ciudadana con el alma en vilo y el barro hasta las rodillas. Al filo de mediodía, con los simpatizantes en pie pidiendo paz, la cúpula morada llegó hasta el escenario. Estaba previsto que Pablo Iglesias e Íñigo Errejón encabezaran esa delegación, pero el líder prefirió no ir en el grupo, marcó cierta distancia e hizo su entrada por separado, inmediatamente después, arropado por su entorno más cercano. Tras los discursos, sin novedad y sin gancho, tampoco hubo complicidades. Se sentaron separados. El clima de tensión dificulta prever cómo afrontará Podemos el complejo tránsito del psicodrama a la integración este domingo, cuando se conozcan los resultados. 

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Nadie sabe qué puede ocurrir, en gran medida porque la complejidad de lo que se vota dificulta establecer un baremo categórico de vencedores y perdedores. Iglesias no llevó al escenario su amenaza de dimisión, no explicitó cuál de las votaciones determina que se quede pilotando el partido o se marche. Y sorprendió. Gustó su ‘punch’ inicial, puro estilo Iglesias, su "no se confíen señores del PP, el viento del cambio sigue soplando", al tiempo que alertó de que "la división y el ensimismamiento trabajan al servicio del enemigo". Errejón le respondió que no pueden ser solo un partido irreverente de eslóganes en las camisetas y golpes de efectos. "No hemos venido a cantar las cuarenta a los poderosos, sino a enseñarles el camino de salida", defendió. El anticapitalista Miguel Urbán tiró de emoción y puso al pabellón en pie al insistir en que "los enemigos están fuera". 

EN DEFENSA DE LOS SUYOS

Pero las bases se quedaron tibias cuando Iglesias volvió a subir al escenario, esta vez a hacer su intervención como candidato a secretario general. Se esperaba un discurso de liderazgo, de candidato a presidente, de proyección. Y sin embargo, dedicó este espacio -en el que ya no tenía réplica de las otras corrientes- a promocionar a su equipo, el que se enfrenta en las listas con Errejón. Alabó a buena parte de ellos, acusados por los filósofos de Podemos de ser una "camarilla" que le tiene "secuestrado".

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Solo desde lo emocional se entiende que renunciara a un discurso de proyección política y de liderazgo para citar un rosario de nombres en buena medida desconocidos. Máxime con unas votaciones de vértigo y las urnas todavía abiertas. Máxime con su capacidad de épica de levantar ánimos y meterse en el bolsillo a unas bases necesitadas de sueños que, sin embargo, votaron en masa. Ahora bien, nadie sabe en qué dirección.

Participaron 155.275 inscritos, récord en Podemos. Más que en las primarias Pedro Sánchez-Eduardo Madina (130.000), menos que en las de Josep Borrell-Joaquín Almunia (207.000). No hay radiografía de quiénes son esas bases. Lo más parecido a un mapa es la consulta de diciembre, que ganó Iglesias por un estrecho margen (2.000 votos).

La intuición dice que una amplia participación se parece más al votante de unas elecciones generales que al militante duro. Pero eso no es garantía. Ante la incertidumbre del resultado (lo conocerán a las nueve de la mañana y se hará público a las dos de la tarde, salvo filtraciones), Errejón descarta que Iglesias dimita.

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Aún así, es de prever que si el líder amaga con ello, el número dos trate de convencerle de continuar unidos. Pero esa intención tampoco garantiza nada. A fin de cuentas, el único abrazo que se dieron este sábado lo forzó el secretario general ante las cámaras justo a tiempo para entrar en los informativos. Detrás, cariño, el justo.