Hispanidad con CUP

XAVIER Bru de Sala

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Por si alguien lo olvida, la Hispanidad es una comunidad formada por todos los pueblos y culturas que comparten la lengua española. Los primeros en celebrar el Día de la Hispanidad fueron los mexicanos. El 12-O no es tan solo la Fiesta Nacional de España, sino también de algunos grandes países latinoamericanos. Hasta aquí, no hay problema, al contrario. Sea cual sea el status jurídico y político de Catalunya, por mucho que disponga de una cultura propia y diferenciada, es evidente que forma parte de la hispanidad en cuanto es país bilingüe. No es el único.

Los problemas empiezan en Madrid, con el tufo de nostalgia imperial, con la apropiación de la Fiesta por parte de un estado que no se enorgullece nada de su diversidad. Los problemas prosiguen y se agravan en Catalunya, porque aquí la celebración está patrimonializada por grupúsculos fascistoides. El unionismo partidario del status quo actual se la quiso apropiar convocando los contrarios al soberanismo a manifestarse, en una especie de contra de la 11-S, pero ante los reiterados ridículos ha desistido. El caso es que, sin que la Hispanidad o comunidad hispana tenga culpa alguna, son muy pocos los catalanes, incluso entre los monolingües de habla castellana, que sienten suya la efeméride. No es tanto mérito del catalanismo, porque la distancia que sustituye al hermanamiento lo perjudica, como demérito de esta España dominante que se resiste a dejar de ser una. Algún día, y si es posible antes de que el procés finalice, todos tendremos que repensar juntos el carácter de la Hispanidad y la participación de los catalanes en la Fiesta común.

Mientras, estaremos más pendientes de la CUP que del desfile militar, protagonista de la Fiesta en Madrid. Las apuestas y las presiones, a ambos lados, suben de tono. También las quejas por algo que quizás encaja poco con el genio hispánico, más recalcitrante, pero habitual en numerosas democracias europeas: el peso extraordinario de los partidos pequeños cuando son imprescindibles, primero para formar mayorías y luego para mantenerlas.

Lo que quizás no es tan habitual es el nivel de duda y de presión a que se ve sometido el pequeño. Todos los enemigos del proceso, con una rara pero muy lógica unanimidad, reclaman de la CUP que sea coherente y ejecute a Mas. La mayoría del soberanismo reclama lo contrario de la CUP, que lo invista, bajo pena de procurar un grave tropiezo. Por buena voluntad que pusiéramos, no hay solución intermedia. O presidente o ejecutado. ¿Qué decidirá la CUP? Existen pronósticos para todos los gustos. Si pretenden acertar, pregunten, no a sus militantes y diputados, poseídos por opiniones divididas y a menudo ambivalentes, sino a sus nuevos votantes. ¿Es ahora o a la próxima cuando se podrá prescindir de Mas?