la glosofobia de los políticos

Habla (bien) o calla para siempre

La dimisión de la ministra Ana Mato fue impulsada al fin por el 'caso Gürtel', pero a nadie se le escapa que su escasa competencia en oratoria lastró su mandato y limitó su capacidad de defenderse. No es la única.

La exministra de Sanidad Ana Mato, durante una comparecencia en el Senado, en octubre pasado.

La exministra de Sanidad Ana Mato, durante una comparecencia en el Senado, en octubre pasado.

NOELIA SASTRE

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Glosofobia: pánico a hablar en público. Hay quien sostiene que es lo que la exministra Ana Mato demostraba en cada rueda de prensa y que marcó su gestión durante la crisis del ébola, aunque al final cayera por los regalos de la trama Gürtel y no por sus errores de comunicación o por no haber dado ni una entrevista durante su mandato.

A Mato la vimos este jueves de nuevo en el Congreso. Se despachó con un escueto: «Voy a seguir con mis responsabilidades como diputada por Madrid». Vuelve dos semanas después de dimitir, sin saber qué temas seguirá, con bajas en el que fue su equipo y un nuevo jefe al frente de Sanidad: el exportavoz parlamentario Alfonso Alonso. Esa es la foto actual de una veterana del PP que fue apartada de la crisis del ébola por muchas razones. Para empezar, su salto a la política nacional estuvo marcado por la conexión de su exmarido con el caso Gürtel. «Eso manchó su perfil. No sé si padece glosofobia, pero desde luego es complicado gestionar la ansiedad cuando te enfrentas a un ataque personal con las facturas del cumpleaños de tu hijo», apunta Luis Arroyo, presidente de Asesores de Comunicación Pública.

Fallo de principiante

«La puesta en escena de su primera intervención por el ébola fue de una torpeza increíble. Un fallo de principiante: jamás se hace una rueda de prensa en los primeros minutos de una crisis, cuando todavía no tienes información contrastada. La ministra debió hacer una declaración sin preguntas contando qué pasa y las medidas de seguridad puestas en marcha. Y después montar una rueda de prensa con técnicos, sin que ella esté presente. Es un clásico».

Aquel error lo pagó caro en las sesiones de control del Congreso. «La oposición supo que tenía un cadáver político delante para acosar al Gobierno. Se cebaron con Mato porque sabían que era débil», añade Arroyo, y afirma que para aceptar un cargo de ministro al menos hay que tener ganas de interpretar el papel. «Vemos a muchos políticos sin dotes de comunicación y aún así lo hacen. Lo peor es atrujillarse», dice en referencia a la exministra de Vivienda María Antonia Trujillo. «Le cogió miedo a la prensa y eso dificulta el trabajo, porque los periodistas lo huelen. Un político no puede tener miedo al público, como la cantante Pastora Soler. Respeto sí, pero no miedo. Las simulaciones de comunicaciones de crisis consisten precisamente en eso: en acorralarlo y que sepa salir».

A Xavier Laborda, profesor de Lingüística en la Universitat de Barcelona, autor de Inteligencia comunicacional. El orador sexy (Plataforma Editorial), el término glosofobia le parece un neologismo «muy didáctico e interesante, que desde luego no se puede padecer trabajando en política». Son casos rarísimos «porque un político es un atleta de la palabra, pero este sistema tan vertical que premia las lealtades da lugar a anomalías». ¿Cómo se superan estas limitaciones? «Con compromiso e implicación, con técnicas teatrales y ejercicios corporales en grupo, con trabajos de escritura y lectura de poesía».

Esto último, muy habitual en los cursos para empresarios, ayuda a romper las frases estereotipadas de Mato («máxima transparencia» o «respeto a los profesionales», repetía, fuera cual fuera la pregunta). Laborda insiste: «El jefe es el que habla. Si no toma la palabra se enfrenta a su derrota como líder. Es como si un delantero renuncia a chutar. Mejor que se vaya a casa».

El profesor señala que hablar en público es la tercera causa de estrés en la población (después de la muerte de un familiar y el divorcio). Aun así, «un político debe crecerse ante las dificultades. Que sea introvertido está bien porque a veces la verborrea sobra, pero tiene la obligación de cumplir. En España se oculta, restringe y limita la democracia. Aún vivimos en un franquismo ideológico», sentencia Laborda. Tras la caída en desgracia de Mato, la salvación en este caso se llama Alfonso Alonso, «un primer espada de la oratoria cuyo capital retórico y discursivo seguro que aprovecharán», concluye el profesor.

Improvisación y polémica

Por su parte, Yago de Marta, que entrena a directivos y políticos para hablar ante público y cámaras, no cree que Mato tenga pánico escénico. «Más bien ha tomado decisiones erróneas, porque la democracia implica comunicación». El miedo escénico es frecuente en políticos y actores (lo han sufrido Nicole Kidman y Hugh Grant). «En una ocasión en que el cliente padecía crisis de ansiedad, hicimos un trabajo frente a un grupo en el que aprendió a transferir la zona de control del público a sí mismo. El trabajo duró dos horas y no volvió a padecerlo», afirma De Marta.

«No sé si Mato tenía miedo a hablar o, sencillamente, no quería causar más problemas para ella, su Gobierno y su partido. Pero lo cierto es que cada vez que hacía declaraciones improvisadas generaba polémica, como cuando dijo en campaña que los niños andaluces eran analfabetos. Luego pedía disculpas y daba por terminado el tema», subraya Antoni Gutiérrez-Rubí, asesor de comunicación y consultor político. «Es normal que tanto escándalo le haya generado pánico. De ahí, probablemente, su renuncia a hablar en público. No creo que sea glosofobia, sino miedo a las polémicas. Si no sabes comunicar, o no te preparas, no creas credibilidad ni confianza. Si no das entrevistas, nunca te saldrán bien».

Gutiérrez-Rubí recuerda que, al principio de sus carreras, grandes oradores como Abraham Lincoln o Winston Churchill tuvieron problemas en este sentido. Incluso miedo. «El primero llegó a excusar su ausencia en determinados actos por enfermedades familiares inventadas. Churchill padeció glosofobia cuando se quedó en blanco en un discurso. En unos meses no se atrevió a hablar, hasta que usó diferentes técnicas para relajarse en público. El entrenamiento es clave». H